jueves, abril 06, 2023

 Taxi driver

Llega siempre así, en el minuto menos pensado, el segundo incorrecto, pero así tiene que ser, si llega, te vas. Y no es como la muerte que a nadie pregunta, pero así va él, viajando a través de las venas de la ciudad, consciente de que debe de llevarse a quien deba. Y aun así le pagan.
Así llegan las ideas, los recuerdos, son como un mar inmenso que solo nos comparte poco, nos da la probadita para entender qué significa vivir.
Después del taller literario de Jorge López Landó, platicaba con Yair Cedillo, un amigo y paisano de Torreón. Después de reírnos de algunas anécdotas, recetas y calles, le ofrecí una disculpa para ausentarme de la charla. Vino a mí la memoria de don Román, mi abuelo.
Sé que lo poco o mucho que mencione, poco tendrá que ver con esa realidad, pero insisto, estos, son recuerdos y los reconstruyo con base en la magia de la palabra y el amor a ser, un ser mejor para todos y que todos lo sean, pues, si se puede.
*
Cuando era un niño, mamá nos contaba historias, de cuando era niña, para calmar el infierno que en algún momento nos tocó vivir, de eso hablaremos después, son recuerdos, recuerden.
Pues bien, decía, mi madre siempre recordaba en Torreón una casa donde vivió en su infancia en la colonia o zona llamada San Joaquín.
Me queda claro a este momento que su casa era majestuosa, porque tenía una escalera serpenteante, había un hall, donde se hacían bailes.
Allí, mis tías tuvieron su quinceañera. En esos días no había necesidad de rentar un salón, al menos para la familia, porque lo tenían.
Cuando pienso en eso, la imagen que me viene a la mente es la casa de la Escuela de Vagabundos, ya saben con Pedro Infante y Miroslava de protagonistas.
Pues bien, azares del destino. Esa casa se perdió, como muchas otras propiedades. Historias locas que me vienen a la mente es que cuando mis abuelos maternos se separan y venden esa casa, alguien encuentra dinero, Centenarios, porque databa de la Revolución. En fin, sigamos.
Mi abuelo, don Román, fue un hombre que manejaba una cooperativa de transporte público junto a otros, entre ellos mi abuelo Macario.
La vida hizo su despapaye y ¡Pum!, al final no quedó nada, solo el que narra… siendo justo, retomaré ciertos recuerdos si el tiempo lo permite.
Al igual que mi abuela Dolores, que solía viajar mucho a los Estados Unidos y nunca perdió la elegancia, ni las formas, porque para ella era siempre hacer las comidas y merendar o como decía ella, la hora del café, porque aquí nosotros incultos no tomábamos té.
Pero cuando comíamos en su casa, dormíamos una siesta obligatoria y comíamos los pequeños, al despertar un pan con leche mientras los adultos tomaban café y se carcajeaban, luego, pasado el atardecer, cada quién regresaba a su casa.
Me doy cuenta a esta hora que hablé más de mi abuela que de mi abuelo, retomo entonces.
Cuando don Román, mi abuelo se separa de mi abuela, por cuestiones de costumbre, todos recurríamos más a donde mi abuela. Pero el abuelo se fue a casa. La abuela Isabel, las tías Julia y Ana –creo-, además del tío Neto, tenían una casa que abarcaba la esquina de una cuadra.
De hecho, si mal no recuerdo, era así: entrabas y había un pequeño recibidor, donde tenías entrada al gran cuarto del tío Neto a la izquierda y a la derecha la habitación de la tía Julia y la tía Ana. Ambas iban conectadas a la habitación de la bisabuela Chabela.
Entre ellas había un baño con una gran tina de baño. Luego había otra habitación para huéspedes y al final un baño.
Pasando al lado izquierdo, luego del gran cuarto del tío Neto, estaba la cocina, luego algo como un taller, luego supe que era de tejido, ahí se entretenían las tías y la bisabuela y al final, la cocina.
Quiero que en este punto imaginen esa edificación como una herradura. En medio era un gran patio donde había una pileta y bueno mientras los niños jugábamos, los adultos hacían lo propio con la baraja o invitándonos a jugar lotería. Esa casa estaba por el bulevar Independencia ( gracias Yair).
Otra vez me extendí, lo sé, pero es que poco recuerdo de mi abuelo.
*
Don Román, tenía un coche viejo. Se había vuelto a casar, o juntar con alguien, creo que tuvo descendientes de esa relación.
Pero recuerdo que en la víspera de ser un adolescente, insurrecto y sí, queriendo ser greñudo, me preguntó algo:
-¿Le gusta el rock?
-Sí apá…
A mí me gustaba el rock y el rap, en ese tiempo, y hasta hoy, entre muchas cosas más.
- Empiece por los mejores- y me regaló un par de casetes: Fast Domino en vivo y Little Richard.
Alguien los olvidó y cuando los llevó al último destino para devolverlos, le dijeron, déselos a alguien que los quiera escuchar.
Mi abuelo y yo no coexistimos mucho que digamos, pero no recuerdo si le dije gracias, pero hoy lo digo.
Gracias, abuelo.
No es esta la versión, pero bien vale...

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