miércoles, abril 05, 2023

 Hotel Galicia

Recorrí muchas veces las calles de Torreón, siendo niño y adolescente, sin miedo. Caminé entre tantos y tantas cosas por la vida que después, vi con miedo, añorando ese niño, lamentando no haber seguido siendo ese adolescente que fui, porque mis planes de vida fueron cambiados. Y me encontré así en una ciudad sin sombra, sin nostalgia y sin recuerdos.

Y es bien difícil a veces que los alacranes que vienen disfrazados de colegas o de jefes, te quieran picar. Escribir no es un don, es una consecuencia de tus actos. Es un día a día de error y corrección. Redactar bien no es un prodigio, es una labor que cuesta.

Por eso ser honesto y mantener la frente en alto, mis amigos, no es un proceso gratuito, yo les comparto mis memorias, pero el trabajo cuesta y al menos tengan la honestidad de decir de donde provienen las palabras. Los consejos ni las historias que ya he escrito han sido gratis, ni lo serán.

Por eso trato de recuperar aquello poco que me llega a la memoria y entre ellas va el Hotel Galicia.

Mi memoria es pequeña, como en los años cuando vivía en la calle Aves Liras y mi madre despertaba de madrugada y yo junto con ella, y después de arreglarse, cantando canciones, siempre cantando, hacía de desayunar. Dejaba el alimento hecho para mis hermanos mayores y yo le veía desde la cama, según me dijo alguna vez, también desde la andadera, cuando se tenía que marchar.

Entonces así, ella me daba un tierno beso en la frente y cuando comenzaba a llorar, ella me decía --¡No mi niño!, voy de 7 de la mañana a tres de la tarde, cuenta, al rato aquí voy a estar.

Y según esos recuerdos, me decía ella, yo, siendo un párvulo, movía mis dedos como tratando de entender el tiempo, las horas, su llegada, mientras ella sin querer volver la vista atrás, se enfilaba a tomar un camión de transporte público, la ruta Jacarandas.

Y así pasaban las horas, creo, en este momento que creo que es de laguna mental, hasta volverle a ver. Su turno variaba. A veces iba de 7 a 3 y otras, por la tarde de 3 a 11.

Mi madre era recepcionista del Hotel Galicia, ahí trabajó muchos años, creo yo, porque el tiempo siendo niño en un día se convierte en eternidad, mientras que para los adultos se hace un suspiro.

El hotel era un lugar viejo, en una zona muy linda y cuidada para aquel entonces. Su arquitectura, según me intuí con el tiempo era de medio oriental. Era de tipo marroquí tal vez por sus azulejos, pero igual conservaba cierto estilo clásico europeo de principios del siglo 20, muy Art Deco.

Investigando, supe que se erigió en 1930, pero no me atrevo a confirmarlo. Se ubica en la calle Cepeda, entre las avenidas Juárez y Morelos. Justo frente a la Plaza de Armas.

Como era la usanza de principios del siglo 20, el hotel en su parte frontal debió servir para caballerizas, posteriormente para coches motorizados y finalmente para negocios.

Mi madre me contaba historias sobre los artistas de renombre que se llegaron a hospedar ahí, como Pedro Infante y aunque a ella no le tocó, conversaba orgullosa cuando Lorenzo de Monteclaro le llegó a guiñar un ojo.

Cuando fui creciendo tuve la oportunidad de acompañarle. Ya no era aquel bebé que se quedaba en la andadera, sino que me llevaba caminando a tomar el camión colectivo urbano para dirigirnos a su trabajo.

Esperar minutos que para mí eran horas, aguantar segundos que para ella eran llegar tarde, en esas madrugadas abrazándome. Y caminar dos cuadras, bajándonos en la calle Hidalgo para llegar a tiempo. Siempre a tiempo. De esos días de mañanas tengo pocos recuerdos. Prefiero los de sus días cuando entraba por la tarde.

Ya más grande, cuando me comenzó a llevar, comencé a explorar el hotel, a conocer a sus moradores.

Había un señor muy amable, el botones, don Carlos, que siempre estaba atento con una buena charla. Recuerdo que mi madre me enseñó a usar el conmutador y en los días que había mucho trabajo yo me ocupaba de él, era conectar cables en orificios para transferir llamadas.

Los días así se volvían noches sin sospecharlo y repentinamente mi madre, entre entregar llaves, recados y abrir un gran cajón donde guardaba los billetes de la caja registradora, hacía una pausa y de su bolso me daba unos cuantos pesos.

A veces era para que comprara una Coca Cola en una máquina donde saltaba tras varios segundos una botellita de vidrio y me la tomaba en el tercer escalón de la escalinata a donde no debía subir porque ahí se hospedaban los viajantes.

Esa escalera era hermosa. Subíamos de vez en cuando, principalmente cuando se daban las procesiones de matachines rumbo a la catedral de Guadalupe. Había un balcón que mi madre reservaba para la familia y era un espectáculo multicolor, un carnaval religioso que atesoro aún en mi memoria.

Otros días, mamá me daba dinero para comprar, dos tiendas al lado izquierdo de la puerta principal ciertas golosinas. Me vendían cacahuates de distintos sabores y chocolates americanos. Riquísimos.
Comía con ella siempre que su trabajo se lo permitía, cuando no, me los daba todos y me iba al tercer escalón.

También, cuando coincidía con mis otros hermanos comprábamos, dos negocios a la derecha. Pero,de eso hablaré en otra ocasión.

¡Ah! Debo ser justo, cuando salíamos a las 3 de la tarde, había algo que siempre me encantaba de mi madre. Frente al Hotel Galicia está la Plaza de Armas. Ahí se distinguen sus cuatro fuentes con esculturas, un gran reloj Quiosco y sus cuatro fuentes de sodas. De estas últimas quiero recordar.

En Torreón, en ese justo punto, vendían, no sé si venden aún, gaseosas. Son bebidas de sabores, que se preparan al momento. También hay duritos, frituras de harina o cerdo, con una salsa roja casera.

Pero además, hay cuadritos de nieve. Algo que era lo máximo para mi corta edad. Y hoy que lo pienso, cuando mi madre buscaba entre su bolsa el dinero para pagarlo, siempre me dejaba disfrutar, incluso cuando ella no lo comía y hoy lo entiendo.

Hoy entiendo tantas cosas mamá, que escribí todo esto, solo para decirte que siempre te voy a querer, gracias.

Gracias familia mía, por permitirme ser en estas horas de ausencia y revelar así, mi pasado, perdido.













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