jueves, abril 06, 2023

 El Karate kid

En la vida los golpes se reciben de manera cotidiana de la forma menos esperada. Asociamos el dolor a un vulgar ataque en una confrontación de puños, de patadas, pero va más allá.
No son necesarias las manos ni los pies para lastimarnos. Muchas veces perdimos por no saber pelear. Así se nos arruina la vida o al menos, así lo creemos.
Por eso nos entrenamos o intentamos hacerlo, de manera constante o frecuente, estando atentos a los embistes del destino que se nos ha otorgado. Sin pretender que al decir destino se entienda como un argumento teológico o siquiera metafísico, quisiera ponderar más que nada por la vicisitud de ser.
Entonces, el destino, más que una argucia circunstancial, es en realidad lo que otros llaman una meta. Y así, atrapando los logros, vamos entendiendo también el cúmulo de fracasos que siempre forman esta pirámide en la que en algún momento nos sentimos en la cúspide. ¿Me siguen?
Pero qué es la cima, sino el espacio desde donde observamos que hay otras latitudes, nuevos caminos por recorrer, lugares más altos que queremos alcanzar. Es así como descendemos de los logros.
Porque lo logrado, hecho está.
Es el infortunio entonces, de lo que llamamos éxito, llega de manera abrupta a contradecirnos. Porque la meta siempre es el lugar de partida y solemos estancarnos dando vueltas, pero cuando queremos trascender corremos el riesgo de avanzar, d nadar contracorriente, como los salmones pues.
Hace tiempo que a mí, pese amar a la Humanidad, me dejó de interesar la vida social. Y no es porque no sepa convivir, o porque cuente malos chistes –que también los cuento, aunque en mi repertorio hallan algunos muy buenos-, pero también reconozco que no estoy a la altura o la bajeza de la convivencia actual.
He perdido más intentando dar lo bueno de mí, que lo malo. Pudiera incluir en las siguientes líneas, ejemplos con nombres y apellidos, pero qué más da. La mano que se muerde alguna vez sana, pero nunca la sarna, el hambre y la rabia de quienes odian y no pueden valorar el amor genuino.
Ahí se quedarán sus heridas. Las manos seguirán escribiendo entretanto.
***
Todos nos vimos sorprendidos por el fenómeno llamado Karate Kid. Bueno, me refiero a los de mi generación. Por mi parte, traía el bagaje de ninjas, samuráis y expertos en las técnicas chinas, gracias a la ventaja que me heredó por primera parte mi tío Chuy con las películas y en segunda instancia mi padre, pero no por ver algo de mí que se superará, sino por propia satisfacción.
Me explico. De mi padre era el alarde, de presumirse a sí mismo ante sus amigos, que podía retar a los maestros del Wu Shu, saliendo del bar que estaba a algunos establecimientos donde mi hermana Yola y yo fuimos a entrenar. Ella duró algunos meses.
Yo sólo un par no sé si de meses o años, pero fue lo suficiente para tener satisfacciones como ver a Jackie Chan en un seminario y también ganar o perder un segundo lugar.
Recuerdo que ese día que volví del encuentro, había una fiesta en casa, carne asada, borrachera de miles cualquiera y justo cuando subía las escaleras de casa mi papá me gritó que cómo me había ido y justo después él se respondió: seguramente no pasó nada, no puedes hacer ni una lagartija.
Las lagartijas son los punch ups, y sí, cuando era niño, más gordo, no sabía hacer putamadre, nada, con lo que a los ejercicios se sabe.
Me gané el mote del bofo, así me llegó a decir mi querido tío Chuy.
Pero ese día cuando subía las escaleras, cargaba a mis espaldas en mi mochila un trofeo de segundo lugar en combate nacional.
Estando solo en mi habitación, lo destrocé contra la pared. Igual rompí el reconocimiento y bajé y le dije a mi padre, no puedo hacer ni una ni 10 lagartijas.
Pero hice algunas más con un brazo y me salí a la calle, siendo un puberto, la vida comenzaba a cambiar.
Mi padre luego intento que cometiera otro error: pelear con mis primos. Ellos sí, reconocidos en fotos y con trofeos. El negro y el güero. Al negro no batallé para hacerle puntos, pero luego mi papá pidió que peleáramos de verdad el güero y yo.
Probablemente mi primo no lo recuerde, pero justo donde se dio el encuentro, había un desnivel y ahí yo salté justo cuando hizo una patada voladora y lo tomé ya estando ahí para que no se lesionara.
Al darse cuenta mi padre, se encabronó como era su costumbre, acusándonos de bailarines.
Nunca dejé de aprender artes marciales, pero sí de practicar las artes marciales, y por qué no de admitirlo, aplicarlas en mi vida en el exilio, hasta hace algunos años, sin precisar la fecha.
***
Daniel LaRusso y Johnny Lawrence marcaron nuestra vida y nadie que haya visto la película de al menos de 45 años puede negarlo.
Pueden ser los de años más recientes que disfruten el fenómeno Cobra Kai, pero nada se acerca a haber vivido el fenómeno en los 1980s.
Yo peleaba con dolor, porque nunca me gustó hacerlo y perdí muchas veces y de eso dejan constancia mis amigos Oscar Torres, Omar Martínez y Armando Garibaldi, también mis enemigos infantiles Noé y Salvador, que me enseñaron a ver que el arte marcial no se remitía al Kung Fu, sino también al box y al Karate.
También un DJ una vez que le pedí una canción y se enojó y me puso una putiza. Debo admitir que esa vez, sabiendo pelear pero ya muy ebrio disfruté sus madrazos, porque los merecía por necio.
Yo no sabía que no peleaba contra ellos, lo supe después, lo hacía contra mi dolor.
**
Siempre he creído que la trilogía del Karate Kid debió ser en la siguiente secuencia de las películas: 1, 3, 2 ¿Por qué? La razón es sencilla: La primera por honor, la segunda por el miedo y/o equlibrio y la tercera por la vida.
A veces me resuelvo entre estas palabras las preguntas sin respuesta. En ocasiones vienen a mi mente los amigos que han partido, pienso en Ricardo Anzaldúa, en Susana Chávez, en Cecilia Briones, en Jaime Moreno, personas memorables que no puedo alcanzar con estas palabras que intentan acariciarlos, a sus lágrimas.
Porque yo lloré con todos ellos a ciertos minutos de la madrugada, pero reí muchas horas más.
La gente va olvidando tristemente que entre los amigos que conserva lleva una fortuna.
Así están mis amigos vivos, bueno, ellos, han decidido caminar, no contestar mientras les llamo y los entiendo, no es fácil tolerar alguien como yo, y yo también sigo dando la vuelta atrás, mas no la espalda.
Estoy frío está noche, espero fumando, en este sueño para despertar, pero he decidido no llamar más: soy como un muerto o la lágrima que se arranca de las mejillas para que no duela. El clavicordio del ayer.
Definido, sincero, el ayer., un recuerdo
*
Hay una sombra que siempre dejará el árbol al amanecer.
En las noches perseguimos nuestra propia imagen oscura, para no perdernos en la madrugada. Nuestros pasos son los de los niños que caen y milagrosamente son rescatados por el amoroso poder de quienes no creemos que nos acompañan.
Si han llegado a este punto del texto mis palabras deben darse cuenta que viene la luz,el amanecer, que algo ya está sanando.
Abran los ojos,palabras mías todo estará bien, ¿por qué lo sé? Es simple, depende de nosotros, esa última cerveza, esa final patada.
Gudnai
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