Un hombre de poca fe
En apariencia he sido un hombre
de poca fe. Tal vez esto se derive de mi falta de apego a las religiones o a la
ausencia recurrente en los templos donde se practican los cultos. Nunca me ha
interesado demasiado acudir a las iglesias, salvo para apreciar su belleza
arquitectónica o los tortuosos pasajes que han quedado plasmados en sus
paredes, ya sea por medio de los via crucis o por algunos iconos que se observan
más golpeados que por la policía judicial en sus años de mayor apogeo.
Decía que en apariencia he sido
un hombre de poca fe, porque me he dejado vencer en ocasiones por el tedio y el
desencanto del ser humano. He tenido etapas de dolor casi insoportable derivado
de las decepciones de personas en las que creí que podía confiar y querer y por
las que terminé apuñalado o en el olvido.
Mi poca fe se sustentaba cuando al
paso del tiempo veía como alrededor se
iba quedando un paisaje desolado, aún y cuando nada me lo impedía, ya no era yo
el encantado de visitar a conocidos o de recurrir a sus cariños.
Sin embargo, cuando veo en
retrospectiva, creo que debo aceptar que la esperanza siempre, pese a los
tropiezos se ha quedado conmigo.
Muchas de las ocasiones he sido
yo mismo quien ha alejado a quienes me quieren. La ira, mi personalidad
múltiple, el vacío que por temporadas llegó a ensombrecerme, terminó por ahuyentarlos
y no los culpo.
Cuando alcance a ver este
doble rostro del abismo, me di cuenta que no era la fe lo que había perdido,
sino mi antifaz y entonces pude continuar.
Como un extraño presagio, encontré
este apunte de 1998, que sin querer, en este momento se conecta con este texto:
"Y
en medio de este desierto amigable que se funde como un pueblo imaginario donde
habitan las horas con el sueño, allí, en un viejo castillo, se quedarán mis
pesadillas en lo profundo. Mientras, mis ademanes construirán un nuevo camino
en esta carretera, un sendero más donde la noche guiará mis pasos, dejando
atrás, otra ciudad desconocida".