En mi pequeña infancia los colores eran nítidos. Le llamo
pequeña porque son pocos los recuerdos que albergo, son fulgores de una
existencia que, aunque breve, fue disfrutada. Algo de mí en aquel tiempo, logro
vivir plenamente, hay imágenes de días, hay noches donde ciertas escenas se han
quedado guardadas como fotografías con un poco de movimiento.
De esos años, guardo con cariño las tardes en las que
ansiosamente esperaba las historias de Disney. Sí, me gustaba ver la
televisión, como cualquier niño de mi edad que creció entre las décadas de los
70 y 80 cuando ver la tele después de hacer la tarea, era un privilegio.
Pues bien, recuerdo especialmente los capítulos de
Disney, porque no sabías que te ofertarían si se tratarían de dibujos animados
o bien, de una historia protagonizada por humanos.
Ambas me gustaban, aunque en un principio prefería las de
caricaturas, también llegue a disfrutar las noches en las que presentaban mini
películas protagonizadas por actrices como Jodie Foster.
Decía pues, que como niño de las décadas 70-80 viví
momentos mágicos, llenos de ilusión, tal y como se cantaba en la introducción
de la serie, donde aparecían el castillo, un bello paisaje de un lago y una
montaña, algunos jinetes practicando el hipismo, una
especie de caleidoscopio que ejercía una especie de efecto de hipnosis o era un
preámbulo de la fascinación que nos esperaba y Campanita revoloteando para dar su toque mágico.
Sí, yo fui un niño feliz en el tiempo en el que podía ver
la tele en la sala al caer la tarde, me encantaba que la serie terminara y
echar mano de la imaginación para continuar con las historias, cuando éstas se
quedaban inconclusas.
Sí, el mundo era una cascada de colores, mágico era el
mundo, pese a que, como la mayoría de los niños de mi tiempo, contaba con una
televisión en casa en blanco y negro y de perilla y lo más que llegaba a ser un
control remoto, era un regulador de corriente.
Sí, el mundo es mágico aun cuando lo veamos gris, cuando
después de crecer veamos las reales intenciones del ser humano, cuando el odio
y el malestar hacen deplorable el día a día y entendemos que los sistemas económicos
y políticos de tan contradictorios que son guardan similitudes que aterran y apestan.
El color nace de nuestras miradas, con ellas se pintan
los días, con el infante que llevamos dentro. De vez en cuando hay que dejarlo
salir a cantar.
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