lunes, noviembre 29, 2010

¿Dónde están las sirenas de mi mar?



Las olas no hacen eco ya dentro de la ciudad, no hay árboles ni los labios que como noche en perpetua búsqueda de sol, intenten desdoblarse en ese recordar el lado roto, donde irrumpe la palabra.
Esa variedad de saberse calle, insistir y luego, abriendo los ojos en el resplandor, ocurrir como un eco, como un rechinar de llanta y morir siempre vivo, ese algo, algo de eso que siempre ocurre: Ser famoso, ser venturoso, perderse, desaparecer, ese algo que se es y de ser convive con esa mentira que a la que te obligan a caer y levantarte, al día a día en la portada de algún periódico o noticiero.
Lo que me preocupa de esta noche es no saber quien de mis amigos se convirtió en un asesino de su propia esperanza, cuántos de ellos han fallecido ya de insomnio o habrán de morir por error o a consecuencia de la droga que consideran su aliciente.
La mano que se extiende hipócrita por el grito insolente del triunfo, de la risa que da el dinero en la cartera, del beso venenoso de la noche misma, hecha destino al azar, bebida, fragancia, letra, espera, deriva.
La ciudad se ha corrompido desde las horas más próximas al cierre de las emociones, en sus calles arde el invierno, tengo en las manos el dolor de haber vivido en su terror, de sentir el miedo de ver el luto permanente en las avenidas, el rasgo indiferente de la soledad del ciego.