jueves, abril 06, 2023

 Soy el niño-Vietnam

Pudiera ser que tengo un TOC y casi nadie lo sabe, según creo yo, porque las reglas del juego mental así lo definen un Trastorno Obsesivo Compulsivo. Un TOC, es como un tic-tac en el reloj, no se quita ni se borra, solo está ahí. A lo mejor es uno de los muchos que tengo, pero uno de los detectados en casa: mi obsesión por contar cosas.
Yo ni sabía que significaba eso, la verdad, solo estaba en la mente y ya: hasta que nos lo evidenciaron en las series de plataformas de paga o esta validez, de vivir sin vivir, eso que nos duele a todos.
Encontrar el TOC, fue en mi vida, algo así como recordar el viejo chiste que contaba un sacerdote muy querido en la comunidad católica juarense, el padre José Amador, cuando dijo una vez que al momento de llegar los españoles a evangelizar, y uno de ellos le preguntó a los nativos que cómo se sentían con la nueva religión y uno de ellos le dijo que gracias a ellos habían conocido el significado de lo que era pecado.
Ese, uno de mis TOC, va en este ritmo: Siempre cuento y no me refiero a los seres queridos que me faltan, a los que con el paso del tiempo me han ido y los he ido dejando atrás.
Específicamente me gusta contar, ese es mi TOC, ya sean monedas, tarjetas, letras nueces, lo que sea.
Sin importar su denominación, ni su valor, no recordaba por qué hasta hace algunos años y desde entonces cuento por hobby, me relaja en los momentos de mayor estrés. Pero tuve que recurrir a mis recuerdos para entender dicha obsesión.
***
Jesús es el nombre de mi tío, uno de los más queridos, quizás el menos educado académicamente pero el más letrado de conocer la ciudad.
Era un eterno viajero, desde que tengo uso de memoria, manejaba un camión de transporte público, y ascendió a cosas como checador de paradas y supervisor de ruta. Llegó a comprar y/o tener camiones a su consigna, eso no me queda del todo claro.
Lo que sí, es su afición a leer historietas ilustradas. Por él conocí el Libro Vaquero, Kalimán, Memín Pingüín, La Familia Burrón, VideoRisa, El Mil Chistes, ¡Así Soy…! ¿Y qué?, Sensacional Policiaca, El Libro del Amor, Proceso, Alarma, Contenido, Selecciones del Reader´s Digest y muchas publicaciones más.
Leía lo que él me permitía, censuraba lo que no podía ver a mi corta edad. Por él también desarrollé mi amor al cine, que en ese momento se podía ver en su gran televisión a colores en una videocasetera Beta.
Eran tiempos donde predominaban las cadenas Videocentro y Videovisión, pero también había videoclubes piratas; sí, para ese entonces se conseguían películas grabadas de buena calidad.
Mi tío Chuy me daba cierta cantidad de dinero que me permitía viajar a mis pocos años de edad de un extremo a otro de la ciudad a bordo de una ruta que se llamaba Triángulo y llegar a donde estaba una escultura que se llama El Caballito, en su posición original, un barrio bien, donde se toleraba esa piratería y rentaba películas.
Mi tío siempre me pedía pelís de karate. Sin importar el arte marcial que fuera, solo quería ver asiáticos peleando. Así conocí a los grandes de las partidas de jeta, así también llegó a mi vida Akira Kurosawa. De eso narraré después...
Aprendí también a llegar a su casa los fines de semana, porque era el lugar donde Terminator, Back to the Future, y varias mucho más tuvieron forma de alcanzarlas. Allí era el lugar donde me sentía seguro. Allí llegué en una noche como niño de napalm, algo que siempre odió mi padre que yo recordara.
***
Tenía cierta edad infante, cuando una madrugada, el estruendo de los gritos en la casa, nos levantaron de súbito. Como una tormenta, cuando los truenos no se pueden delimitar a cierto tiempo, así los gritos de mis padres nos estrujaban en la habitación con la puerta cerrada, hasta que de súbito, mi madre abrió y nos dijo salgan.
Como pudimos bajamos las escaleras, a una de mis hermanas mi papá le gritó ¡Mátate!, y en ese intento de su deseo, como pudimos, logramos abrir la puerta principal. No era tan noche, pero fue una de las noches más largas.
Yo me recuerdo corriendo en calzoncillos, abriendo los brazos para alcanzar más rapidez, descalzo y pasando entre los comensales del puesto de tacos y gorditas de Doña Rosa, en una línea directa, recordando hacía donde quedaba la casa de mi tío Chuy, creo que para ese entonces, yo también tenía como 9 años, como Kim Phuc, la niña de la foto del napalm en Vietnam.
Recuerdo que tras haber pasado las canchas donde solían estar los Yanquis, una de las pandillas más aguerridas de esos barrios, casi como un cometa, sin importar qué tipo de situaciones de drogas, estaba frente a la casa de mi tío.
Luego de la confusión, abrió la puerta y al verme inquieto, me llevó al cuarto donde guardaba sus revistas y junto a ellas, varias, muchas bolsas de dinero en monedas. Las bolsas eran de esas gruesas que suelen llevar los que viajan en camiones de Valores.
Mi tío, para tranquilizarme me dijo que leyera algo, luego de no conciliar las imágenes, se percató que mi miedo y mi temblor eran más grandes y entonces reventó una de las bolsas de dinero y me dijo “ayúdame, ponte a ordenarlas”.
Hoy que lo pienso, creo que fue un recurso nada más para ponerle paz a mis pensamientos. Pero me entusiasmé tanto, que la noche pasó y el miedo se fue tras las horas de contar en ese momento, ordenar, sin tener en cuenta las denominaciones.
Luego llegaron mis hermanos. Por la mañana escuché a mi madre, el olor a café, a desayuno y sus risas. Eso me levantó feliz.
Al escucharlos, oí decir a mi tío orgulloso que esas películas las había rentado yo.
***
A él le decían el Rigo Tovar, porque siempre se dejó el cabello largo. De él asumí ese gusto de ser sin importar. Gracias tío, aún tengo el cabello largo.
Un día, en casa de mi hermana, ya siendo adulto, le quise presumir mi cabellera, yo medio joven adulto, él ya de mi edad, tenía el cabello corto y para ese entonces le llamaban el caló, por tener siempre lentes negros y una gorra hacía atrás.
Y así atrás había quedado esa casa y los camiones, me contó que era taxista, que sus hijos habían crecido y que aún amaba las películas de karate.
A través de llamadas fue como nos comunicamos esporádicamente, hasta el año pasado, que fue con una frecuencia de dos o tres veces por semana, en los años del Covid.
Pero de Chuy, mi tío, en la época reciente, me duelen los planes, teníamos la idea de que tras pasar la pandemia me visitaría. Yo le patrocinaría su primer viaje en avión, para la Navidad del año pasado, aquí. Y el sólo quería una nueva tele para ver sus peliculas favoritas, en realidad aumentada. Quedamos en ese inter, pero...
Tras un par semanas sin hablarnos, me enteré que un día como hoy, hace un año, el 11 de noviembre de 2021, Jesús trascendió. A mi madre le debo conocer el mar, a mi tío viajar por el cielo.
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A veces hay vacíos que quiero librar intentando comunicarme con amigos. Pero el tiempo me ha enseñado a contar, a ver que cuando la vida nos resta, que tal vez no los hay, porque siempre están presentes mis errores en sus recuerdos.
Pero sé que habrá alguien que me lea, al menos alguien, donde las monedas estarán pendientes, para seguir contándose. Siempre.
Gudnait.
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 El Karate kid

En la vida los golpes se reciben de manera cotidiana de la forma menos esperada. Asociamos el dolor a un vulgar ataque en una confrontación de puños, de patadas, pero va más allá.
No son necesarias las manos ni los pies para lastimarnos. Muchas veces perdimos por no saber pelear. Así se nos arruina la vida o al menos, así lo creemos.
Por eso nos entrenamos o intentamos hacerlo, de manera constante o frecuente, estando atentos a los embistes del destino que se nos ha otorgado. Sin pretender que al decir destino se entienda como un argumento teológico o siquiera metafísico, quisiera ponderar más que nada por la vicisitud de ser.
Entonces, el destino, más que una argucia circunstancial, es en realidad lo que otros llaman una meta. Y así, atrapando los logros, vamos entendiendo también el cúmulo de fracasos que siempre forman esta pirámide en la que en algún momento nos sentimos en la cúspide. ¿Me siguen?
Pero qué es la cima, sino el espacio desde donde observamos que hay otras latitudes, nuevos caminos por recorrer, lugares más altos que queremos alcanzar. Es así como descendemos de los logros.
Porque lo logrado, hecho está.
Es el infortunio entonces, de lo que llamamos éxito, llega de manera abrupta a contradecirnos. Porque la meta siempre es el lugar de partida y solemos estancarnos dando vueltas, pero cuando queremos trascender corremos el riesgo de avanzar, d nadar contracorriente, como los salmones pues.
Hace tiempo que a mí, pese amar a la Humanidad, me dejó de interesar la vida social. Y no es porque no sepa convivir, o porque cuente malos chistes –que también los cuento, aunque en mi repertorio hallan algunos muy buenos-, pero también reconozco que no estoy a la altura o la bajeza de la convivencia actual.
He perdido más intentando dar lo bueno de mí, que lo malo. Pudiera incluir en las siguientes líneas, ejemplos con nombres y apellidos, pero qué más da. La mano que se muerde alguna vez sana, pero nunca la sarna, el hambre y la rabia de quienes odian y no pueden valorar el amor genuino.
Ahí se quedarán sus heridas. Las manos seguirán escribiendo entretanto.
***
Todos nos vimos sorprendidos por el fenómeno llamado Karate Kid. Bueno, me refiero a los de mi generación. Por mi parte, traía el bagaje de ninjas, samuráis y expertos en las técnicas chinas, gracias a la ventaja que me heredó por primera parte mi tío Chuy con las películas y en segunda instancia mi padre, pero no por ver algo de mí que se superará, sino por propia satisfacción.
Me explico. De mi padre era el alarde, de presumirse a sí mismo ante sus amigos, que podía retar a los maestros del Wu Shu, saliendo del bar que estaba a algunos establecimientos donde mi hermana Yola y yo fuimos a entrenar. Ella duró algunos meses.
Yo sólo un par no sé si de meses o años, pero fue lo suficiente para tener satisfacciones como ver a Jackie Chan en un seminario y también ganar o perder un segundo lugar.
Recuerdo que ese día que volví del encuentro, había una fiesta en casa, carne asada, borrachera de miles cualquiera y justo cuando subía las escaleras de casa mi papá me gritó que cómo me había ido y justo después él se respondió: seguramente no pasó nada, no puedes hacer ni una lagartija.
Las lagartijas son los punch ups, y sí, cuando era niño, más gordo, no sabía hacer putamadre, nada, con lo que a los ejercicios se sabe.
Me gané el mote del bofo, así me llegó a decir mi querido tío Chuy.
Pero ese día cuando subía las escaleras, cargaba a mis espaldas en mi mochila un trofeo de segundo lugar en combate nacional.
Estando solo en mi habitación, lo destrocé contra la pared. Igual rompí el reconocimiento y bajé y le dije a mi padre, no puedo hacer ni una ni 10 lagartijas.
Pero hice algunas más con un brazo y me salí a la calle, siendo un puberto, la vida comenzaba a cambiar.
Mi padre luego intento que cometiera otro error: pelear con mis primos. Ellos sí, reconocidos en fotos y con trofeos. El negro y el güero. Al negro no batallé para hacerle puntos, pero luego mi papá pidió que peleáramos de verdad el güero y yo.
Probablemente mi primo no lo recuerde, pero justo donde se dio el encuentro, había un desnivel y ahí yo salté justo cuando hizo una patada voladora y lo tomé ya estando ahí para que no se lesionara.
Al darse cuenta mi padre, se encabronó como era su costumbre, acusándonos de bailarines.
Nunca dejé de aprender artes marciales, pero sí de practicar las artes marciales, y por qué no de admitirlo, aplicarlas en mi vida en el exilio, hasta hace algunos años, sin precisar la fecha.
***
Daniel LaRusso y Johnny Lawrence marcaron nuestra vida y nadie que haya visto la película de al menos de 45 años puede negarlo.
Pueden ser los de años más recientes que disfruten el fenómeno Cobra Kai, pero nada se acerca a haber vivido el fenómeno en los 1980s.
Yo peleaba con dolor, porque nunca me gustó hacerlo y perdí muchas veces y de eso dejan constancia mis amigos Oscar Torres, Omar Martínez y Armando Garibaldi, también mis enemigos infantiles Noé y Salvador, que me enseñaron a ver que el arte marcial no se remitía al Kung Fu, sino también al box y al Karate.
También un DJ una vez que le pedí una canción y se enojó y me puso una putiza. Debo admitir que esa vez, sabiendo pelear pero ya muy ebrio disfruté sus madrazos, porque los merecía por necio.
Yo no sabía que no peleaba contra ellos, lo supe después, lo hacía contra mi dolor.
**
Siempre he creído que la trilogía del Karate Kid debió ser en la siguiente secuencia de las películas: 1, 3, 2 ¿Por qué? La razón es sencilla: La primera por honor, la segunda por el miedo y/o equlibrio y la tercera por la vida.
A veces me resuelvo entre estas palabras las preguntas sin respuesta. En ocasiones vienen a mi mente los amigos que han partido, pienso en Ricardo Anzaldúa, en Susana Chávez, en Cecilia Briones, en Jaime Moreno, personas memorables que no puedo alcanzar con estas palabras que intentan acariciarlos, a sus lágrimas.
Porque yo lloré con todos ellos a ciertos minutos de la madrugada, pero reí muchas horas más.
La gente va olvidando tristemente que entre los amigos que conserva lleva una fortuna.
Así están mis amigos vivos, bueno, ellos, han decidido caminar, no contestar mientras les llamo y los entiendo, no es fácil tolerar alguien como yo, y yo también sigo dando la vuelta atrás, mas no la espalda.
Estoy frío está noche, espero fumando, en este sueño para despertar, pero he decidido no llamar más: soy como un muerto o la lágrima que se arranca de las mejillas para que no duela. El clavicordio del ayer.
Definido, sincero, el ayer., un recuerdo
*
Hay una sombra que siempre dejará el árbol al amanecer.
En las noches perseguimos nuestra propia imagen oscura, para no perdernos en la madrugada. Nuestros pasos son los de los niños que caen y milagrosamente son rescatados por el amoroso poder de quienes no creemos que nos acompañan.
Si han llegado a este punto del texto mis palabras deben darse cuenta que viene la luz,el amanecer, que algo ya está sanando.
Abran los ojos,palabras mías todo estará bien, ¿por qué lo sé? Es simple, depende de nosotros, esa última cerveza, esa final patada.
Gudnai
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 Las Brujas

Mis recuerdos al terror están más apegados a la realidad que a la ficción. Sin embargo, tengo ciertas nubes que vagan en el universo llamado mente, donde bien pueden servir como solo recuerdos pueriles sin significado literal.
Así pues, puedo verme atravesando el tiempo, siendo un niño, en aquella habitación del segundo piso de la casa, en la calle Aves Liras, donde nos reuníamos cada noche, la familia entera, -llamémosle así a padres e hijos-, después de un día ordinario a ver la televisión antes de dormir y después de que en casa se había dado la orden de subir a la recámara.
Para quienes tienen menos de 30 años, les cuento, si bien, era común ya la televisión en la sala y en el cuarto de los padres, tener una tele, en los 80s adicional, más que un logro, era una rareza.
Por lo general, la tele más grande, era la que hacía reunir a todos en la sala, a veces era a colores, o por lo menos era un mueble tan grande, a ras del piso, que en su parte alta servía de mesa de la estancia o de juguetero complementario.
Por juguetero me refiero a unas extrañas imágenes de humanos hechas en porcelana que nuestros antecesores solían coleccionar. No sé ni por qué. Pero ahí se congregaban payasitos, pordioseros, abuelitos y toda suerte de estatuas pequeñas de paisajes como tomados en ciertas plazas.
Bien, además de eso, quienes tenían dinero, acoplaban sus aparatos televisores a un regulador, que era un rectángulo del tamaño de una caja de calzado, que servía para amortiguar los bajones de electricidad, porque eran comunes los apagones derivados de las fallas de la Comisión Federal de Electricidad, o bien, aquellos provocados en tiempos de lluvia, por las tormentas eléctricas.
Bueno, en aquellos días no existían los controles remotos, al menos no como se conocen hoy, porque digitalmente en estos días puedes manipular los aparatos solo digitando ese artefacto de pilas, aunque hay quien prefiere hacerlo con un comando de voz y así cambiar o mover el aparato a su preferencia.
Pero en aquellos años, los controles, éramos los hijos. Si papá o mamá ya estaba acostado, bastaba con tocar el hombro del hijo más cercano y decirle “cámbiale”, pero si había otro hijo más cercano a la tele, a ese se le pasaba la orden y así sucesivamente hasta que el que estuviera propiamente pegado al regulador y la tele, hiciera las veces de control.
El individuo o mártir en su caso, tenía que hacer uso de dos perillas en las que dándole vuelta estratégicamente tenía que sintonizar el canal y además, acomodar las antenas para que el aparato tuviera buena recepción.
Recuerdo así esas noches, algunas siendo el control, otras con el privilegio de estar en la cama en medio de papá y mamá y pedirles que le cambiaran y no era por chingar a mis hermanos.
Pero una de esas noches, recuerdo de forma muy extraña, porque justo hoy me pasó, tuve un sueño donde los dibujos animados y las personas coexisten, algo así como las películas de Roger Rabbit o la de Spaceball. Anyway. El caso es que esta noche, la anterior a hoy, tuve ciertos delirios por la gripe que me dio. También ronqué y tosí mucho, pero afortunadamente ya pasó.
Volviendo al recuerdo, esa noche, estando con mis padres en su habitación, junto a mis hermanos viendo el último programa que se nos era permitido a esa hora, creo que era el de Cámara Infraganti de Óscar Cadena, algo llamó mi atención en la ventana y me hizo quitarme de mi lugar privilegiado, en medio de mis padres.
Con azoro, observé que una silueta flotaba e iba y venía por las casas de enfrente. Una figura humanoide. En mi espasmo, mis ojos debieron ser tan expresivos para mi madre al ver ese niño que apenas alcanzaba a ver por la ventana, que le pidió a mi padre permiso para alcanzarme.
Estando a mi lado me preguntó qué vi, y le dije: Una señora viejita está volando ahí enfrente. Se quedó observando junto a mí por algunos minutos y, de repente, algo se colocó justo frente a la ventana entre nuestra casa y un gran árbol que todos amábamos en la calle donde vivía.
Habrá quien se pueda reír de lo que a continuación voy a escribir, pero son recuerdos de mi infancia y no los puedo negar, más aún, el tratar de expresar lo más certero a esa realidad que aconteció.
La figura, hasta ese momento indescriptible, cobró una forma similar a la de la bruja que aparecía en los colores, de esos que muchos llegamos a usar en la primaria y secundaria.
Curiosamente, cuando más aterrado estaba, me abracé a mi madre y clavé mi rostro en su pecho, mientras ella le preguntaba:
-¿Qué haces aquí, por qué rondas, qué quieres?
El ente respondió:
-Estoy buscando donde entrar, debo entrar, déjame entrar
Mi madre, sabiendo de mi miedo, acarició mi cabello y dijo:
-Aquí no es. Vade retro.
Lo último que vi fue esa imagen en blanco y negro resplandeciente alejándose. Mi madre me tomó en sus brazos y dijo “ya se durmió” y me llevaron a la recámara contigua, donde dormíamos en literas mis dos hermanas, mi hermano y yo.
Con el tiempo, tal vez 10 años después, hubo ciertas cosas que me hicieron dudar de que fuera el sueño de un niño, de eso escribiré después.
Pero, repito, en ocasiones el terror supera a la ficción en la realidad.
De lo que puedo recordar para ustedes, es de ciertas vecinas, que habitaron frente casi frente al árbol que todos en la calle amábamos y que llegaron un día después de que los primeros vecinos del barrio se cambiaron de casa.
Allí esas mujeres, que según más que mis memorias me lo han repetido en algunos testimonios, probablemente se dedicaban a la vida nocturna, llegaron a tener ciertos episodios, que hicieron creer a la gente de la Aves Liras, que eran brujas.
Uno de ellos, muy sonado cierta madrugada, fue cuando comenzaron a golpear las puertas de ciertas casas, comentando que estaban aterradas por la presencia en su patio de varias lechuzas. Según sostenían, las aves nocturnas las retaban, pero hablándoles con groserías, sacrilegios y maldiciones, lograron deshacerse de ellas y así contrarrestaron las maldiciones.
El recuerdo aquí se muere, no tengo más datos. Sé que a partir de ese entonces no supe más de ellas, así como llegaron dejaron de existir entre nosotros.
Recuerdo ruidos horribles, en la casa de otra tía. “Son los coconos”, dijo una voz adulta.
Siendo un adolescente, antes de partir a esta ciudad, recuerdo que hubo una fiesta. Era otra tía, la más vieja que a todas, estaba vestida de blanco y yo viéndola, siempre la vi en las sombras, de negro.
La recuerdo ese día, al irnos en esa desierta calle, donde solía ella, sola solía habitar, con el rostro paralizado. Me dijeron que le dio un aire. Que estaba malita.
Pero hoy que lo pienso, es la imagen que vi en la ventana del segundo piso de la casa que habité, cuando mamá me durmió entre sus brazos.
Las imágenes pierden sentido con el tiempo, se bifurcan o encuentran el camino entre la realidad o la ficción, a veces hay que elegir el mañana, hoy.
Era ella. La bruja.
Era hoy. Ella. Ayer.
Gud jalowin.
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