jueves, abril 06, 2023

 Learning to fly

Recuerdo que entre Torreón, Coahuila y Gómez Palacio, Durango, está el vado, una vertiente del Río Nazas. Seca, como yo la conocí, por algunas décadas, había sido ya urbanizada.
Tenía tramos carreteros que conectaban ambos municipios, que estaban separados por algunos cientos de metros.
Antes, sólo existía un puente, que a la fecha sigue usándose en la zona céntrica donde todas las ciudades o pueblos tienen su origen. Un puente rojo, al cual creo que con el tiempo le cambiaron de color.
Nuestros padres nos contaban en ese entonces, en los ochentas, de las grandes temporadas en las que las presas descargaban el agua.
Pero para nosotros los niños de ese entonces, solo fue una parte divertida del desierto.
De cuando en cuando, nos juntábamos un grupo de amigos a caminar por ciertas veredas vecinales que conectaban ambos municipios.
Llevábamos a veces comida –quiero decir, algunas golosinas o lonches que nos quedaban del recreo-, para aguantar hasta llegar al punto a dónde iríamos. Aquí pueden recordar y entender "con las manos limpias".
En ocasiones hacíamos equipos, uno se adelantaba y hacía trampas: un pequeño pozo en la arena donde alguien cayera y se volvía de los nuestros, el cargador y otras más, la mayoría de las veces, solo por ver cómo aterrado manoteaba entre las bolsas de supermercado que habían sido colocadas entre varas varas secas y cubiertas con arena, hasta que a su paso caía y entre sus quejidos y las carcajadas lo rescatábamos.
Y entonces llegábamos a los arenales.
Ese lugar era mágico, coincidía con el atardecer. Al estar ahí solo era brincar al vacío.
Recuerdo los arenales porque los más pequeños éramos cuidados por los grandes como Beny o Alejandro.
Estar frente al abismo era decidir, mentalmente calcular la caída, el viaje. Y los grandes siempre iban primero. Si alguien decidía que no, ahí se acababa su jornada de saltos.
Yo salté y viví los segundos más felices de mi infancia en la nada.
Así, siendo un niño sin fronteras, sin lujos en la boca del desierto de cierto río.
Pero esa sensación, por segundos siempre fue inigualable.La libertad así es. Es el abismo y el cielo, como el mar, lo es.
De eso se trata amar, de los momentos, del océano que recorremos sin pensarlo, estamos cayendo siempre. Y subsistimos bajo el agua que es la duda, para emerger, nunca naufragar.
Y no lo sabemos, pero creemos en vivir y ahí vamos. Siempre con fe y alegría.
Por eso como niños, muchos de nosotros no conocimos nunca Disneylandia, acaso tuvimos la oportunidad de ver en la tele un Reino Aventura, o la posibilidad de ir todos juntos a la feria.
Pero, la única feria que recuerdo de mi infancia, es una vez que mi tío Gabriel nos llevó a mi y mis primos.
Gabriel y Oscar son mis primos y en una de las veces que su padre vino a buscarlos, nos llevó a un lugar donde había toboganes y varios juegos mecánicos en el bulevar Independencia, cerca de la fábrica de Barrilitos, en Torreón, pero esa es otra historia, la de mis primos.
Volviendo al tema, son segundos los que definen la majestuosidad del salto, atreverse a cambiar las cosas, a disfrutar el preciso momento entre el error y el acierto.
Me quisiera detener en el camino para comprender mis equivocaciones al saltar, de vez en siempre, pero ese el viaje. Hoy lo comprendo.
Aún sigo volando, solo, as usual, pero contento.
Pd. No tengo fotos de ese tiempo, pero en Casas Grandes, ya siendo universitario, saltamos Le Mariach y yo, de un árbol rumbo al cosmos, el riachuelo seco en la cercanía de la casa de Martín Coronado… eso luego se los cuento, es otra historia la de la Clika-14, la de tapita azul.
Puede ser una imagen de 2 personas y al aire libre
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