jueves, abril 06, 2023

 Con una salida fácil, el cotidiano y difícil laberinto se aquieta

A Ulises le nació salir conmigo los días de descanso. Esos son cuando aprovecho ir a los tianguis y ver cosas de segunda mano. Originalmente era un recurso por la economía de aquellos días, luego se convirtió en una costumbre. Buena, creo yo. Era su primera vez en muchos años, casi desde que lo conozco.
La segunda vez que íbamos, yo estaba muy estresado por las cuestiones de adultos, ya saben, dinero, pendientes a mediano plazo, etcétera.
A mí me gusta ir a los mercados en cualquiera de sus formas. Es en parte porque recuerdo que cuando era joven, en la universidad, un maestro, Mario Ruiz, si mal no recuerdo, nos planteaba lo más simple de los grandes del pensamiento.
Entre ellos recuerdo la anécdota que nos dijo de Sócrates con sus pupilos, y la parafraseo cuando llevándolos a un mercado y preguntando por las cosas en venta, le cuestionaron: “Maestro ¿por qué usted recorre los mercados y pregunta y nunca compra nada?” –Y él les respondió: Para saber cuánto no me hace falta”.
Con el tiempo me di cuenta que sí me faltaban algunas cosas. Que tenía que ser más inteligente para administrar el dinero y me gustó la idea de reciclar, desde ropa, zapatos, hasta libros y artículos domésticos, pero esa es otra historia, seguiré en el asunto socrático, que nos llevará como siempre, a ninguna parte.
*
Me atrevo a platicar lo que viene por un nombre horrible: Lindolfo.
Alguna vez, en los años pudientes, -llamémosle así a los años pudientes, donde el dinero para uno no significaba nada, siendo concreto, las cuentas las pagaban los padres-, yo era un recién adolescente.
Despertaba al interés por las chicas, si alguien me guiñaba un ojo, no sabía qué hacer, mucho menos enterarme de lo que era esa frase tan rara: “le gustas”, de un primer beso luego hablamos, porque ese ocurre antes de volver este párrafo en un silogismo.
Así, entre los días entre las vacaciones de sexto grado y el camino a la secundaria, me encontré en un centro comercial junto a mis padres.
Pero papá tenía una mala costumbre, me llamaba por mi tercer nombre: Tercero. Sí, tal cual así me llamo.
De hecho, mis padres al nacer, no sabían ni cómo ponerme, fui una bala perdida que acertó en el blanco y así, en el Registro Civil, dentro del hospital, porque me dijo mi madre que ahí se podían registrar los recién nacidos, ocurrió lo siguiente, algo que no debería contar, pero es debido, porque son recuerdos.
*
Llevo por apellido Mauricio, por nombre Mauricio, pero tiene su razón de ser, es esta:
Cuando recién estaba parido, llegó mi padre y cuestionó a mi madre, cómo me iban a poner. Después de un horrible silencio, -porque este niño no era esperado-, surgió una idea de mi madre.
-Pues ponle Mauricio.
-Pero ¿por qué?- cuestionó mi padre.
- Porque siempre que preguntan en la casa de nuestras familias de tu lado siempre gritan ¡Mauricio! Y salen todos como tontos. Para que eso no pase en nuestra casa, si alguien pregunta por Mauricio, que salga él.
-Me gusta-, dijo mi padre, aunque su rostro reflejó algo de tristeza.
Pero conforme era la vieja usanza, yo debía llevar el nombre del progenitor y mi madre lo notó y entonces le añadió:
-Puedes ponerle también Macario, porque ese es tu nombre… y el de tu padre.
-¿Entonces sería Macario Tercero, porque es el tercer Macario, verdad?, preguntó sonriendo feliz.
-¡Sí! Dijo mi mamá cuando al efecto de la anestesia, cayó rendida.
Acto seguido, mi padre feliz, corrió por el pasillo y me registró.
Después, al despertar mi madre, dice que leyó mi nombre atónita:
Mauricio Macario Tercero Mauricio Rodríguez.
*
Volviendo al tema del centro comercial, cuando acompañaba a mis padres, teniendo ya el instinto de fijarme en las chicas, me separaba del camino que seguían mis papás entre las carnes y los abarrotes.
Obviamente lo hacía porque había alguien interesante y se daban los coqueteos, ya saben, las preguntas, tirar un producto y levantarlo, sonreír, un jijiji seguido de un qué tal. A esa situación le seguía un ¿Y cómo te llamas?
Esta parte que sigue de la narrativa es una revelación, que sólo los amigos muy cercanos la sabían, pero ahí va:
Cuando estaba dispuesto a responder, desde el otro extremo del pasillo mi padre gritaba ¡Terceeeero! Y lo ignoraba, estaba en pleno, preligue, ¿saben? Un segundo grito me hacía caminar y aceptar que la interacción sería fallida, entonces me cambiaba de pasillo. Era cuando el tercer grito, que con el tiempo se volvió común, me hizo entender mi nombre.
Papá, enojadísimo combinaba las palabras Tercero con caaabrón y al no poder decir ninguna de las dos a la vez, de su boca salía un grito ahogado que se escuchaba:
¡Zeeeerk!
*
Esa tarde de sábado cuando íbamos rumbo al mercado, pasaron tres cosas: La primera, que no decidíamos a cuál ir. La segunda, cuando lo decidimos, estaba el tren atravesado. Y la tercera, cuando viendo esa posibilidad frustrada, Ulises me dijo que quería salir de la ciudad.
Yo nunca había manejado en carretera con mi familia. Siempre he tenido miedo, todos los temores siempre me rondan.
Pero en ese momento le dije "hagámoslo". Fuimos por su madre y su hermana y ese día, recorrimos kilómetros, manejé casi cuatro horas, creo. Pero además de los detalles que en otro momento narraré, creo hasta hoy, ha sido el día más feliz del 2022.
El nombre de Lindolfo, del que nos reímos mucho en la redacción del trabajo, viene a colación por un exalcalde que detuvieron.
Luego pensé en mi horrible completo nombre, después en mi madre que me decía Bebo, por no decirme bebé y las vecinas creyeron siempre que me llamaba Genovevo.
Pensé que esta noche no iba a compartir nada, pero así pasa cuando sucede.
Yo soy Zerk.
Gudnait.
Puede ser una imagen de naturaleza, nube y carretera
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