miércoles, abril 05, 2023

 AMISTAD DE LA CUADRA DE INFANCIA

Hay un momento en mi vida en el que por primera vez, dejé de estar solo.
Cuando supe andar, es decir, dejando atrás esa andadera donde contaba mis dedos, la vida me dio la oportunidad de vivir, algo desconocido y fascinante: Convivir. En la avenida Aves Liras, un corredor peatonal donde grandes árboles en medio, protegían el intenso calor del desierto.

De cierto me río, porque esos espacios servían para ocultarnos siendo niños o hacer cosas intrépidas, creo que de eso platicaré más adelante, si la memoria me lo permite.

Bien, decía, que la circunstancia de la soledad en algún momento a todos nos toca o nos trastoca. Ya siendo un niño más grande, mientras mi mamá trabajaba y papá también, al regresar de la escuela jugaba con otros niños.

Entre ellos había varios que si el tiempo me lo permite, recordaré.

Curiosamente de los dos que recuerdo, no tengo fotos. El primer amigo es Luis.

Vivía casi en frente de mi casa. Su papá también se llamaba Luis, nunca supe a qué se dedicaba pero llegaba pedo o muy cansado. Su mamá era Martha, una mujer luchona antes que el término se institucionalizara por Jenny Rivera. Doña Martha, compraba las mermas de Barcel, se levantaba muy temprano y cruzaba el río que divide Torreón y Gómez y a tiempo llegaba al recreo a vender papitas baratas.

También lo hacía en el barrio. A su casa tocábamos la puerta con la intención de comprar algo, lo que nos alcanzaba en las monedas del pantalón.

Yo iba a casa, casi siempre a ver a Luis, mi amigo. No me fijaba tanto en la venta sino en los juegos y cuando él me decía que no tenía canicas, le compartía algún par, de esas que mamá me compraba muchas, en Chacharas y Juguetes, una juguetería de Torreón, sobre la avenida Morelos, si mal no recuerdo.

Luis era bueno para las canicas, pero no pal trompo, si mal no recuerdo.

Entre mis amigos recuerdo a Beny, Ulises y Uriel. Mis vecinos de al lado. Beny era un casí adolescente, Ulises casi de mi edad y Uriel, estaba muy pequeño.

De Beny aprendí a reírme, de Ulises, a reírme de los chistes que no daban risa y de Uriel, reflejarme en el niño solo en casa, hasta que los padres volvieran, a cuidarlo.

Era así la vida tan solidaria y solitaria en los ochentas.

Pero había otro trío de amigos Alejandro, Rogelio y Juan. Este último fue un gran amigo.

También Rogelio, el Flaco, como le apodábamos. Pero Juanito, puso un apellido a su familia –se apellidaban Hernández Calleros-, pero en un ejercicio de valor una vez, Juanito cuando le preguntaron por su apellido, él dijo “Juan a secas”.

A partir de ese momento el apellido Asecas fue el que los definió. Juanito, le decíamos así porque no crecía y con el tiempo supe que su condición era una especie de enanismo, nunca fue adulto.

Años después, no sé cuántos, ya siendo adulto, yo lejos, -acá-.me enteré que falleció, todavía teniendo fisionomía de niño.

Solo hablaré de mi infancia parcialmente, mientras pienso, creo que hay muchas personas aún qué nombrar. Pero no quiero acabar el tercer personaje sin mi gran amigo-enemigo de la infancia ¿qué no se trata de eso la vida?

Oscar Torres
Oscar y yo éramos inseparables. Su papá, si mal -no recuerdo- era de Puebla. Y su mamá, doña Rosa, eran un par de amores de personas que hicieron un negocio en la esquina de la calle donde vendían gorditas.

Eran varios hijos e hijas, la mayoría mayores a mi edad, solo Oscar y yo fuimos contemporáneos. Oscar era un niño de gran corazón, pero feo como la chingadda. Creo que eso le afectó en el bullying. Y se sabía defender, tiraba buenos chinggadazos.

Algunas veces peleamos, sí, siendo amigos siempre nos trompeábamos.

Y hubo batallas épicas. Yo perdí un diente cuando se levantó al jugar al “Bríncate burro” y recuerdo darle una patada un año después en la cara que lo dejó consternado de ira, babeando y soltando lágrimas.

Luego en la secundaria nos hicieron pelear, cuando otros antes andaban en lo mismo. Ni me pegó ni le pegué, solo sé que no supe más de él.

Hasta que el Facebook nos hizo reencontrarnos y supe que a raíz del Covid, tuvo ciertas pérdidas cercanas, incluso él mismo lo padeció severamente.

Oscar aún está entre nosotros, como la gran mayoría y me hace feliz pensar en estos recuerdos de mi infancia, una vez más.
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