jueves, abril 06, 2023

 Las Brujas

Mis recuerdos al terror están más apegados a la realidad que a la ficción. Sin embargo, tengo ciertas nubes que vagan en el universo llamado mente, donde bien pueden servir como solo recuerdos pueriles sin significado literal.
Así pues, puedo verme atravesando el tiempo, siendo un niño, en aquella habitación del segundo piso de la casa, en la calle Aves Liras, donde nos reuníamos cada noche, la familia entera, -llamémosle así a padres e hijos-, después de un día ordinario a ver la televisión antes de dormir y después de que en casa se había dado la orden de subir a la recámara.
Para quienes tienen menos de 30 años, les cuento, si bien, era común ya la televisión en la sala y en el cuarto de los padres, tener una tele, en los 80s adicional, más que un logro, era una rareza.
Por lo general, la tele más grande, era la que hacía reunir a todos en la sala, a veces era a colores, o por lo menos era un mueble tan grande, a ras del piso, que en su parte alta servía de mesa de la estancia o de juguetero complementario.
Por juguetero me refiero a unas extrañas imágenes de humanos hechas en porcelana que nuestros antecesores solían coleccionar. No sé ni por qué. Pero ahí se congregaban payasitos, pordioseros, abuelitos y toda suerte de estatuas pequeñas de paisajes como tomados en ciertas plazas.
Bien, además de eso, quienes tenían dinero, acoplaban sus aparatos televisores a un regulador, que era un rectángulo del tamaño de una caja de calzado, que servía para amortiguar los bajones de electricidad, porque eran comunes los apagones derivados de las fallas de la Comisión Federal de Electricidad, o bien, aquellos provocados en tiempos de lluvia, por las tormentas eléctricas.
Bueno, en aquellos días no existían los controles remotos, al menos no como se conocen hoy, porque digitalmente en estos días puedes manipular los aparatos solo digitando ese artefacto de pilas, aunque hay quien prefiere hacerlo con un comando de voz y así cambiar o mover el aparato a su preferencia.
Pero en aquellos años, los controles, éramos los hijos. Si papá o mamá ya estaba acostado, bastaba con tocar el hombro del hijo más cercano y decirle “cámbiale”, pero si había otro hijo más cercano a la tele, a ese se le pasaba la orden y así sucesivamente hasta que el que estuviera propiamente pegado al regulador y la tele, hiciera las veces de control.
El individuo o mártir en su caso, tenía que hacer uso de dos perillas en las que dándole vuelta estratégicamente tenía que sintonizar el canal y además, acomodar las antenas para que el aparato tuviera buena recepción.
Recuerdo así esas noches, algunas siendo el control, otras con el privilegio de estar en la cama en medio de papá y mamá y pedirles que le cambiaran y no era por chingar a mis hermanos.
Pero una de esas noches, recuerdo de forma muy extraña, porque justo hoy me pasó, tuve un sueño donde los dibujos animados y las personas coexisten, algo así como las películas de Roger Rabbit o la de Spaceball. Anyway. El caso es que esta noche, la anterior a hoy, tuve ciertos delirios por la gripe que me dio. También ronqué y tosí mucho, pero afortunadamente ya pasó.
Volviendo al recuerdo, esa noche, estando con mis padres en su habitación, junto a mis hermanos viendo el último programa que se nos era permitido a esa hora, creo que era el de Cámara Infraganti de Óscar Cadena, algo llamó mi atención en la ventana y me hizo quitarme de mi lugar privilegiado, en medio de mis padres.
Con azoro, observé que una silueta flotaba e iba y venía por las casas de enfrente. Una figura humanoide. En mi espasmo, mis ojos debieron ser tan expresivos para mi madre al ver ese niño que apenas alcanzaba a ver por la ventana, que le pidió a mi padre permiso para alcanzarme.
Estando a mi lado me preguntó qué vi, y le dije: Una señora viejita está volando ahí enfrente. Se quedó observando junto a mí por algunos minutos y, de repente, algo se colocó justo frente a la ventana entre nuestra casa y un gran árbol que todos amábamos en la calle donde vivía.
Habrá quien se pueda reír de lo que a continuación voy a escribir, pero son recuerdos de mi infancia y no los puedo negar, más aún, el tratar de expresar lo más certero a esa realidad que aconteció.
La figura, hasta ese momento indescriptible, cobró una forma similar a la de la bruja que aparecía en los colores, de esos que muchos llegamos a usar en la primaria y secundaria.
Curiosamente, cuando más aterrado estaba, me abracé a mi madre y clavé mi rostro en su pecho, mientras ella le preguntaba:
-¿Qué haces aquí, por qué rondas, qué quieres?
El ente respondió:
-Estoy buscando donde entrar, debo entrar, déjame entrar
Mi madre, sabiendo de mi miedo, acarició mi cabello y dijo:
-Aquí no es. Vade retro.
Lo último que vi fue esa imagen en blanco y negro resplandeciente alejándose. Mi madre me tomó en sus brazos y dijo “ya se durmió” y me llevaron a la recámara contigua, donde dormíamos en literas mis dos hermanas, mi hermano y yo.
Con el tiempo, tal vez 10 años después, hubo ciertas cosas que me hicieron dudar de que fuera el sueño de un niño, de eso escribiré después.
Pero, repito, en ocasiones el terror supera a la ficción en la realidad.
De lo que puedo recordar para ustedes, es de ciertas vecinas, que habitaron frente casi frente al árbol que todos en la calle amábamos y que llegaron un día después de que los primeros vecinos del barrio se cambiaron de casa.
Allí esas mujeres, que según más que mis memorias me lo han repetido en algunos testimonios, probablemente se dedicaban a la vida nocturna, llegaron a tener ciertos episodios, que hicieron creer a la gente de la Aves Liras, que eran brujas.
Uno de ellos, muy sonado cierta madrugada, fue cuando comenzaron a golpear las puertas de ciertas casas, comentando que estaban aterradas por la presencia en su patio de varias lechuzas. Según sostenían, las aves nocturnas las retaban, pero hablándoles con groserías, sacrilegios y maldiciones, lograron deshacerse de ellas y así contrarrestaron las maldiciones.
El recuerdo aquí se muere, no tengo más datos. Sé que a partir de ese entonces no supe más de ellas, así como llegaron dejaron de existir entre nosotros.
Recuerdo ruidos horribles, en la casa de otra tía. “Son los coconos”, dijo una voz adulta.
Siendo un adolescente, antes de partir a esta ciudad, recuerdo que hubo una fiesta. Era otra tía, la más vieja que a todas, estaba vestida de blanco y yo viéndola, siempre la vi en las sombras, de negro.
La recuerdo ese día, al irnos en esa desierta calle, donde solía ella, sola solía habitar, con el rostro paralizado. Me dijeron que le dio un aire. Que estaba malita.
Pero hoy que lo pienso, es la imagen que vi en la ventana del segundo piso de la casa que habité, cuando mamá me durmió entre sus brazos.
Las imágenes pierden sentido con el tiempo, se bifurcan o encuentran el camino entre la realidad o la ficción, a veces hay que elegir el mañana, hoy.
Era ella. La bruja.
Era hoy. Ella. Ayer.
Gud jalowin.
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