miércoles, abril 05, 2023

 Hace un lustro ya…

19 enero 2021

A diferencia de mi madre, que busco viajar a través del Universo, a mi padre lo reconozco como un conocedor del infierno. Probablemente en su versión de travesía, hoy recorre los círculos que alguna vez plasmó Dante Alighieri, para reconocer el dolor y la desventura de la Humanidad.
No es que mi padre fuera un hombre malo, pero vivía en una tormenta existencial permanente, que fue creciendo desde su infancia.
Hoy platicaba con una persona muy querida sobre este duelo perpetuo que llevamos quienes ya no contamos con nuestros progenitores y como un hijo descarriado que siempre fui, hoy en mi etapa adulta, reconozco que fueron pocas las ocasiones en que las demostraciones de cariño se dieron.
Yo amé a mi padre, tal vez él también a su manera hizo lo propio con sus hijos, pero pocos destellos de felicidad existen en mi memoria para recordarlo.
Aun así, duele la ausencia, esa que tuvimos siempre en vida y que hoy se hace más palpable.
Aprendí de él a decirle te amo a mis hijos cada día, a trabajar con honestidad, a leer como si estuviera muriéndome de hambre, a pensar, a reconocer valores, a entender entre el bien y el mal, en resumen, a saber, todas las cosas que nunca me enseñó.
Siempre fue un hombre muy fuerte y corpulento, de actitud reacia y en pocas palabras, un macho cabrón, al estilo bien mexicano.
Por eso cuando se accidentó, cayó de un escalón en una casa donde iba de visita y se adoleció, no tuvo más remedio que le llevaran al hospital, donde le dijeron que tenía ruptura de cadera y otros huesos.
Por eso, al ir a verle, no pude más que bromear a su más puro estilo y empecé a gritar, ¡tráiganle un tequila y un cuchillo! El tequila será para darse gusto y el cuchillo para morder el mango y decirle al matasanos ¡rájale!
Desafortunadamente, no fue así de sencillo, la situación se complicó por varios años, lapso en el cual muchos días no estuvimos juntos, tiempo que me reservo por respeto -por su caída de ánimo y física-, hasta decirnos adiós.
A diferencia de mi madre, cuando mi padre murió, pude hablar con él y despedirme, aprendí a perdonar y ser perdonado, a entender que la vida va, con estos bemoles de la imperfección, de ser cada día más humano.
Te extraño don Cruz Treviño Martínez de la Garza, don Maca, mi Apá.
PD.- Esta foto me la mandó su esposa, Sole, la comparto como el más reciente recuerdo de su permanente adiós.
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