jueves, abril 06, 2023

 El James Bond Mexicano

¿He hablado mucho de mi padre ya? ¿De su ausencia y ser permanente? ¿De haberme gritado el último Zeeerk huyendo de casa, justo antes de viajar a la frontera el día que mi amigo Javier Vázquez Sáenzpardo me acompañaba, a la víspera de terminar el tercero de secundaria?
No escucho ni leo a nadie que diga que no, entonces proseguiré.
Mi padre nunca tuvo fotos de pequeño, creo que recuerdo dos solamente que nos mostró. Una de ellas esa en una fiesta, un cumpleaños, entre los niños viendo un pastel en un patio. La otra, en el cementerio, con su ropa de mezclilla, pantalón de pechera, una pala a la mano para sostenerse mientras intentaba no tocar la sepultura, creo que de su padre. No, ya recordé, creo que la tumba era de uno de sus hermanos mayores.
Mi Apá no fue lo que yo hubiera querido para mí. Eso lo tengo bien claro y hasta el final de nuestros días así nos lo dijimos.
Macario Mauricio Arroyo fue un hombre que sobrevivió entre las mentiras y lo que no pudo ser. Pero su capacidad en el viaje de la existencia fue más grande que el dolor. Nunca se doblegaba ante nadie, jamás le vi llorar y peor aún, sus historias le convirtieron en leyenda.
De mi padre se puede decir lo que quieran y todo será verdad, pero les advierto a los que lleguen a leer estas palabras, porque ya ocurrió una vez cuando narré “Con las manos limpias”, me decían que cometió abuso infantil al darme cintarazos. Pero no. Mi pá fue de otra generación donde el dolor formaba parte de hacernos buenos o malos, nada más.
Tengo tan pocos y a la vez tantos recuerdos de mi padre, que difícil será resumirlos a esta hora, trataré de ser breve.
Mi mamá y mi papá se enamoraron cuando ambos eran hijos de los socios mayoritarios de una cooperativa de transporte en mi ciudad natal. A diferencia de mi abuelo Román, más educado, mi papá descendía de un revolucionario.
Apostando todo su capital, mi abuelo paterno invirtió en la cooperativa, pero despilfarraba entre cantinas y mujeres, mi papá no tenía pues una buena vida. Y así creció hasta que se casó con mi madre, que siendo sincero, creo que fue lo mejor que le pasó en el mundo.
Mi papá estudió en una escuela comercial, para que me entiendan las nuevas generaciones, no tuvo una licenciatura, sino como optativas las que les dan certificado en la prepa. Sin embargo era tan inteligente que eso le valió para ya estando casado tener un puesto en un banco, en el cual fue subiendo hasta ser jefe de departamento regional y eso le hacía viajar por varias partes del país, lo conté en los niños vuelan gratis, palabras atrás.
Se preguntará el lector ¿y por qué el James Bond?
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La colonia La Vencedora es una de las más violentas o lo era en mis años de la infancia. Ahí viví antes de que mis padres compraran casa. Era una colonia vieja, nido de vagabundos y catarrines y tenía la peculiaridad de ser un laberinto.
Mi padre tenía un Volkswagen. En ese nos trasladábamos a visitar a mi Mamotra, acrónimo que prefería, le gustaba Mamá Otra en lugar de abuela o mamá Antonia, su nombre de pila.
En las noches de fiesta y amaneceres, papá siempre discutía con su único hermano vivo, Pedro, que mejor dicho deberían haberle puesto Judas.
Una de esas noches amaneceres, el tío Pedro intentó pelear con papá, porque siempre lo envidiaba. Pero mi padre, más grande o más fuerte, no sé, lo neutralizó. Y mi tío salió a la calle y regresó por la mañana.
Mi apá salió porque le iban a robar el carro y lo levantó en la defensa trasera que hizo que los gandallas se bajaran. Recuerdo que gritaban, “no me pegues Macario”, “a mí no, yo soy tu hermano, no me pegues”.
La escena es para mí recordarla como cuando le decían los rufianes a Pedro Infante, “no me pegues Toro”.
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Consulté esta noche a Sonia, una excompañera de la secundaria, sobre el nombre de la calle donde vivían sus padres.
Para ese entonces, mi padre ya se había hecho de muchas historias, la mayoría eran ficticias pero él lo disfrutaba e incluso daba lujo de detalles, una de ellas tiene lugar allí.
En la Prolongación Jacarandas estaba un pequeño camellón donde estaban los postes de luz y alumbrado público. El caso es que una vez, volviendo de casa de mi abuela a la de mis padres, volvía toda la familia a seguir la fiesta. Ese día a los niños y niñas nos echaron en un coche, no recuerdo quién lo conducía, lo que sí tengo presente es cuando alguno de nosotros preguntó: “Y por qué los postes están chuecos?”.
Los postes parecían extrañas torres de Pisa, con una diagonalidad casi perfecta.
-Fue tu tío Macario, lo venían siguiendo espías.
Hubo un silencio, que sólo al bajar del automóvil, lo rompió mi primo Enrique.
-¿Vieron eso?
Y todos corrieron a preguntarle a mi papá, que ahora que lo pienso, sin saber nada, les contó todo lo que querían escuchar.
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En esta narración hay tanta verdad apoyada en la ficción, que prefiero elegir que miento, como lo hacía mi padre en sus últimos años de vida, cuando decía que era yo, o al presentarse ante mis suegros, diciendo que su carrera era licenciado en Administración de Empresas.
Son tantas las mentiras que nos rodean a veces, que tenemos la opción de elegir entre lo bueno y lo malo de lo que hemos sido a lo tan cortamente largo de nuestra existencia.
Me quedo con lo que mi tío Juan solía mencionar de mi padre siempre, entre las cosas que le tocó vivir, algunas a su lado, otras narradas por mi padre…
-Él fue mi gran James Bond mexicano.
¿Y saben qué?
Prefiero elegir primero y elijo que sí.
Una foto del autor con el James Bond mexicano.
Te amo papá...
donde quiera que estés.
Puede ser una imagen de 2 personas, personas de pie y al aire libre
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