jueves, abril 06, 2023

 No pensé que fuera a ser así

Hace muchos años, en una tierra muy lejana, dí mi primer beso. No. La historia no debería comenzar así. Debe empezar escuchando las canciones de la época. Situémonos en 1987.
Hace muchos años, en una tierra tan lejana como apartada de mis posibilidades actuales ocurrió un asalto al instinto. Tampoco. Veamos, por tercera vez. Repensemos.
Hace muchos años, a lo mejor son tan pocos para los que hoy sí los recuerdan, los mayores que yo, pero ocurrió un hecho ineludible e intrascendente; desperté a la pubertad. Era 1987. Sí, así va.
En mi vida como estudiante de la primaria, no sé por qué, pero ocurrió que me metieron al grupo de bailables. La maestra Juanita, que me dio clases en primero y segundo, era una mujer hermosa.
Hoy que la nombro, tanto física como intelectualmente, con actitud ruda y voz fuerte, que pudiera haber sido la reencarnación de María Félix -sin haber estado en ese tiempo la Doña-, me consideró para formar parte de un ensamble musical.
La majestuosa mujer, era parte del grupo de danza de la Casa Cultural y de algunos otros espacios, donde cobraba por su arte, según recuerdo. Y quiero hacer un alto en estas memorias corregibles que así es como la rememoro.
La maestra Juana, en el aula como en el baile era estricta y solo buscaba que fuéramos los mejores.
Por una situación rara, continué con otra maestra, Laura en tercer y cuarto grado, que me enseñó a escribir sin faltas de ortografía; aun así, sin intentarlo, seguí formando parte del “grupo selecto” de niños que tenían que ser parte del espectáculo para festivales como el de Día de las Madres.
Por razones ajenas a María Magdalena, mi madre, ella nunca pudo verme bailar. Un accidente, del cual ya hablé –cuando se quemaron mis pies-, me tuve que alejar de las celebraciones un tiempo.
Luego, en sexto grado, cuando practicaba Wushu- Kung Fu, aprendí maneras de manejar ciertas armas, una de ellas, eran los sables.
Pero yo tan ávido, por no decir pen…denciero, en esa temporada, se me ocurrió agarrar un machete, de los que tenían de utilería para jugar.
Mis habilidades incorrectas no impidieron que esa vez sí, el profe me sorprendiera en el acto y me reprimiera, pero a la vez me recomendara para el último bailable: la danza de los machetes.
A regañadientes acepté, pero tuve que estar ahí. El problema fue la indumentaria. Mis padres con sus conflictos, no escucharon lo que me había ordenado la institución educativa, debía participar para pasar el último grado.
Era un vago, lo admito y la única solución para evitar una tunda, fue formar parte de ese ritual dancístico.
Armado pues de valor, avisé en casa que yo sería parte del programa del espectáculo, desafortunadamente, mi madre no podía asistir, porque tenía su turno laborar a la hora cuando daría lugar la ceremonia final. Bendita mi suerte.
**
No me preocupaba tanto por el asunto de bailar, ni siquiera me daban nervios que mi madre o mi padre fuera o no fueran, ya saben, uno quiere siempre una sorpresa en la fiesta ¿no?
El asunto es que al ser la Danza de los Machetes, yo no tenía. Habían pedido cierta cantidad de pesos para hacer unos de madera y yo no hice la cooperación.
Entonces tuve que pensar cómo salir del problema. Recordé que en el gimnasio habían sables, aunque ligeros, seguían siendo de metal.
Tenía medio problema resuelto. Pero ¿cómo conseguir el otro?
Justo enfrente de la casa donde vivía mi amigo Oscar Torres, sí, el acérrimo enemigo de mi infancia que al final del tiempo lo recuerdo como los que nos dábamos un abrazo y caminábamos y mientras nadie alterara ese orden éramos felices, pero cuando cuando alguien nos provocaba nos agarrábamos a cabronazos, eso ya lo he contado.
Bueno, mientras cierro ese paréntesis, justo enfrente de la casa de Oscar, había un condominio de dos pisos. Toda la calle era de casas individuales, pero en la Aves Liras justo a la entrada, había un condominio de cuatro departamentos, dos plantas por lado.
En ese lugar, vivía abajo Mague, una enfermera con una hija de quien no recuerdo el nombre. Mague era nuestra torturadora, porque en tiempos raros de enfermedad recurrían los adultos a ella para que nos inyectara.
Arriba de su departamento había una familia con chicas adolescentes muy guapas pero que no me tocaron conocer, tal vez los mayores de la cuadra las recuerden.
Abajo, del otro lado, había una señora que tenía un jardín muy cuidado, donde en lugar de rejas, una fortaleza de trueno, guarecían esa propiedad, donde había un machete… que me robé.
Arriba del departamento, en ese lado del condominio había una chica que se llamaba Gina.
Ella era, decirlo hoy, sería imprudente, ilógico y susceptible a mal interpretarse. Me conformo con decir que era la antítesis de Rocío, una chica que veíamos como un icono. Rocío vivió la esquina paralela donde vivía Willy -de él narraré después-, y él vivía en la casa más grande, justo frente al condominio.
Quitando esa revoltura de ubicaciones. Debo simplificar esta parte del relato diciendo que cuando me interné entre los truenos en busca del machete, venía bajando Gina.
Con un amplia sonrisa me vio salir aterrado, literalmente, entre los matorrales y debido a mi mal estado, le provoqué una carcajada, cuando me incorporé, me dijo que parecía un lobo y me besó en los labios.
El mundo se detuvo. Solo sé que salí corriendo de ahí y ella aullaba y yo respondía ese alarido, cuando volteo por última vez, estaba ella y su sonrisa.
Días después ella y Jani, su novio, se reían de mí, el del beso, el inexperto. El que corrió por motivos ajenos al beso.
***
Recuerdo que al día siguiente tuve que bailar en la graduación.
Lleno de nervios, intentaba encontrar entre las familias que copaban la primaria “Rubén Moreira Cobos”, mis padres no estaban.
Entonces armado de valor, de furia y de aprendizaje ocurrió, que el machete y el sable a diferencia de un simple clap, que hace sonar la madera, mis armas sacaban chispas.
Bailé bien, con la furia y el abandono, con la paciencia del regaño de los maestros al acabar y con la encomienda de regresar las armas a cada lugar que pertenecían. Dejé el sable y el machete donde correspondían.
Pero esta semana, mi familia se fue de viaje. Otros años han partido. No es que antes no los haya extrañado, no es que mis latidos antes no hubieran sentido este corazón parlante. Pero es que esos tres son mi vida.
Lloré y oré dos días seguidos, me cansé todas las formas de sentirme triste. Hoy la alegría forma parte del presente. La fuerza de saber que existen, que más allá de todo hay alguien, siempre, me quedo tranquilo.
No pensé que el amor fuera a ser así.
En este océano de incertidumbre, en los lugares que naveguemos en lo cotidiano, siempre hay un mar abierto, ese que abre un río de paz. Siempre.
Yo soy un salmón.
Gudnait
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