jueves, abril 06, 2023

 Sombra o luz

He tenido que verme dado y forzado por las circunstancias a dar un salto en el tiempo y en el espacio.
En el tiempo, porque esta narrativa iba destinada a ser una relación cronológica de mi vida, de esa que no le importa a nadie pero de la que he decidido dejar constancia.
En el espacio, porque ante la temporada de venta de chiles en nogada, decidí pausar estas formas de entregar a mis queridos contactos algo de lo que la vida me dio el privilegio: de escribir.
En ese sentido considero importante recordar a alguien que con su arte sabía que su disciplina trascendía toda palabra y la resumía en una sola: Imagen.
*
A finales de la década de 1990 y principios del nuevo milenio conocí a Jaime Moreno Valenzuela.
En ese momento yo no era su amigo, sino de su hermano, Rubén, pero con los años lo que debió ser una amistad, se convirtió en hermandad.
A Rubén lo conocí en el que entonces era el medio más importante de los escritos, la segunda fuerza en cuanto a tiraje, pero la primera en cuanto a influencia de los impresos locales: Norte de Ciudad Juárez.
No ahondaré tanto en el medio, porque no es el momento, sino en el viaje. Rubén tenía algo en común conmigo aparte de la literatura, era un asiduo parroquiano de El Recreo.
Por azares del destino nos hicimos amigos y coincidimos en el bar, pero aparte de ello, logramos ser amigos y así fue como conocí a Jaime, su hermano menor.
Jaime era el tercero de la familia, el bebé de la casa, que siempre estuvo apegado a la fotografía, fue de los fundadores de El Diario, de los primeros que en la lente fueron contratados para trabajar ahí pues, a mediados de la década de 1970.
El Jimmy, como le llamaban los de confianza o Jim y Tito, los de más confianza aún, fue un aguerrido amante del arte y la cultura.
Junto a su hermano Rubén, fundó la revista electrónica cultural El Rancho Las Voces.
Era y hasta la fecha se sostenía como un blog, pero entre sus hazañas está el hecho de ser el único que ya ha cumplido dos décadas.
Además de eso, su cobertura a los eventos artísticos y culturales -entiéndase artísticos de aquellos relacionados con el arte, no con la farándula del espectáculo- el Jimboy nunca se rajó.
Incluso en la primera guerra del narco, aquella que un presidente dictó desde la CDMX y nos vino a perjudicar.
Pero a pesar de su valentía en aquellos años, entre todos los héroes que buscaban la nota de la sangre estaba Jaime.
Pero todos los héroes tienen un talón de Aquiles y Jaime no fue la excepción.
Tratar de entender a Jaime sería como juzgar el caos del universo.
Nadie tendrá suficiente capacidad para nombrar las razones de un artista y eso era.
La voz de Jaime era gruesa, pero cuando se enojaba era el demonio, luego sonreía y todo era cosa linda, cosa positiva, era el fratello.
Pero más allá de su amor por la fotografía, el periodismo y la promoción del talento local, el talón de Jaime era su amor a la ciudad.
Su enojo, su furia, su rabia era justificada y se sustentaba en la apatía de ver como otros dejaban caer a pedazos la ciudad que tanto amó, su Juárez.
Y Jaime tomaba fotos de los daños, pero también de cómo crecían las flores a su paso, de cómo los cielos nos mostraban sus increíbles paisajes e incluso, de cómo una aceituna podía ser motivo de su obra más amada.
Jaime nunca renegó de esta tierra a pesar de que nació en el entonces llamado Distrito Federal –dato del que me enteré al ver su esquela-, pero era más juarense que el Río Bravo, eso lo puedo jurar.
En sus intentos por rescatar la ciudad, luchó en una permanente tempestad por su sueño, El Rancho las Voces, un sitio, donde la cultura vista desde los juarenses y para los juarenses ocupaba un lugar.
Por eso se animó a ser consejero del Instituto de Cultura para Juárez, institución de gobierno que a lo largo de dos décadas, al igual que en otro tiempo la Dirección de Cultura Municipal, contada y raquíticamente los apoyó. Pero eso es historia aparte, esos llevarán su conciencia intranquila porque sabían que pudieron hacer más.
Algo de la última etapa de Jaime fue que aún a pesar de ya tener un cáncer terminal y sin saberlo, se aventuró a coordinar el que tal vez sea el mejor proyecto que ha tenido la ciudad en materia cultural: Las Charlas de Identidad Juarense.
Apoyado por la directora de la Sala de Arte Tin Tan, sin recursos oficiales más allá de que le prestaran la sala de ese espacio, logró traer y atraer tanto a exponentes como gente ávida de conocer la historia de nuestra vapuleada Ciudad Juárez.
Jaime tomó la precaución de grabar y dejar todos los testimonios en las redes sociales, creo que aún se pueden encontrar.
Conversaciones, alegrías, lágrimas, comidas, mucha cerveza y desencuentros los tuve con Jaime, sí, pero me los guardo, prefiero recordar a aquel hombre que entre charla y charla me hablaba con imágenes y sostenía que entre el blanco y negro de la vida, había un arcoíris que nos podía sorprender.
De algo no me queda duda, pese a su malestar de salud, Jaime prefirió seguir caminando la ciudad antes que abandonarla tirado a su condición de salud.
Y así lo quiero recordar, como un guerrero, en una tarde de un día cualquiera, siempre apostando por cambiar las cosas del paraíso perdido.
Un día, en su casa, el Rancho Las Voces tras una lluvia, cuando se dio cuenta de que el temporal había cesado, sorprendido y emocionado, cargó a Marla, mi hija más pequeña, para que alcanzara a ver el esplendor del colorido, entre los grises y negros de un atardecer que nos guiaban a la inevitable noche.
Y como pasa en los adioses que nos da la existencia entre el día y la noche nos fuimos alejando, pero hoy quiero decirte Fratello, que Mar heredó tu gusto por la fotografía y quiero pedirte un abrazo a tu mami, Chatita, porque estoy seguro, que ya estás allá a su lado. Y tú siempre estarás al mío.
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