viernes, agosto 20, 2004

Mecánica nocturna para salir en fin de semana


El rostro es un emblema que siempre nos categoriza, un traje color naranja que se prende, es llamarada cuando el neón cae sobre los nombres.
Hay que distinguir entre la cosecha y la sospecha para acertar en los saludos. Superlativo es el acto infame de la equivocación cuando creemos que hemos encontrado a alguien que rondaba nuestros recuerdos, pero sólo está el vacío y el vicio acompañando nuestra velada.
Hay que supervisar cada uno de los entierros, evadirse de los vigilantes, del argot que es la sociabilización para no quedar coagulado en una plática.
Excéntricos, algo de los beatniks no les iría mal esta noche. Yo me gasto la apariencia por debajo de las preguntas, soy el árbol, me repliego, formo parte de la exclusión pero les dejó mis hojas secas.
En estas encarnaciones de bengala dejo el espíritu, una mancha de tinta que podría ser el ataúd de la suspicacia.
Ya no soy el minotauro que se ocupaban vanamente de cazar, ahora sospechoso los buenos tratos, afable no relacionado a las heridas del tiempo, me dedico a investigar los aprecios de los trampistas, de los que gustan de hurgar en mis libretas y tragarse las letras que hay en el papel, lija de la decepción, blanco y vacío va el mensaje para ellos.
Pero en segundo lugar la noche obliga a que el diente asome de vez en cuando, y aceptemos de cuando en cuando algunas miradas con la misma fragancia y empinemos con una sonrisa el mismo licor, ese aroma melancólicamente perceptible, simétrico que se entierra en la cabeza.
Hay que hacerle entonces un espacio a los abrazos, simplificar el ilustre peldaño del deseo, alternado el ego con las brujas de la avenida por donde terminamos reptando, deslumbrados sobre la tierra que no nos vio nacer y por la que hoy seguimos sanamente falsos, hasta que sale el sol.

1 comentario:

nacho dijo...

Buen texto, Zerk, has publicado narrativa??? Saludos.