lunes, agosto 23, 2004

Apuntes sobre ingravidez y andar a ciegas, por momentos




Era tu rondar frecuente en mi voz herida,
una condena a la añoranza
por esos brazos perdidos de Venus,
por ese abrazo fallido en el acontecer nocturno
cuando el acecho del mundo me obligó a la despedida.
Yo. Parafraseándome


Durante las noches del fin de semana recorrí la ciudad a pie. Caminé por decenas de calles céntricas, muladares, cabarets, cantinas, fiestas privadas, encuentros y desencuentros y en la búsqueda por alcanzar lo imposible, perdí el mapa de mis sueño y la navegación me hizo anclar en varios puertos hasta antes del amanecer.
Soy a esta hora el canto a la ingravidez, mi boca está presta a morder el anzuelo, pero siempre se escapa con la copa y el guiño, no dejo entonces que los suspiros me traicionen.
Vuelo, reconozco sobre la superficie que hay más gente de la que conozco, que lo que conozco no es propiamente lo humano y me escapo por una rendija del techo. Llego al segundo piso del edificio y las voluntades ya no son regidas por quienes allí se encuentran, ahora hablan las canciones, cada cual pretende sorprender con sus conocimientos sobre el tema, yo me aburro pero les dejo una pista de lo que antes fui, receto para sus corazones un par de melodías y me saludan como despidiéndose de la tarde.
Me sumerjo extremo y melancólico por la escalera que conduce al paraíso, pero ya todo lo que teníamos para considerar como divertido se ha dispersado con el último cigarrillo y nadie se quiere salir a comprar nuevas bocanadas.
Abro la puerta y les dejó lamentándose, me introduzco por nueva cuenta en el intestino de la ciudad y voy atestiguando la mierda que guarece en su interior a estas horas de la madrugada.
Aparecen los primeros rayos de sol y mi rostro al verse sorprendido recurre a las mamparas, con ansia mi cuerpo trata de encontrar una puerta para ocultarme, los intentos me hacen caminar cada vez más a prisa, ya no camino, floto en busca de una salida de lo que está afuera, trato de internarme, mis pasos con aullidos, lamentos de sirenas en el desierto que alguna vez fue mar.
En la esquina, un negocio de abarrotes recién abre sus puertas y sin pensarlo me introduzco, busco algo que me ayude, rehuyo las caras, cuento de manera regresiva, de no encontrar lo que busco probablemente tendré que pedir ayuda para caminar, estoy perdiendo la visión.
Salgo a la calle y allí está el hombre del periódico, sin titubear me dirijo a él y le hago una oferta, solamente sonríe, cuando ve que mis intenciones son serias y que mis puños comienzan a cerrarse, (golpeo un espejo y comienzan a salir de mi piel gusanos que se convierten en mariposas) acepta entonces el billete que le extiendo y me entrega sus gafas.
El saldo: 36 horas sin pegar la pestaña y sin haber probado alimento, pero no importa, ahora puedo continuar el camino para llegar a casa.

(extracto de Obregón)

No hay comentarios.: