sábado, marzo 01, 2003

LO QUE EL MIEDO SE LLEVÓ... EL COCO

Por Zerk Montecristo


No resulta difícil reflexionar cómo se han olvidado casi por completo aquellos tiempos cuando bastaba a las cabezas de familia convencer a los infantes para que obedecieran las reglas de buen comportamiento, ya que de lo contrario, por la noche, el Coco llegaría y ajustaría las cuentas.
Lo digo con añoranza, porque alguna vez siendo niño, veía llegar con cierta magia la noche a los hogares y era motivo suficiente para que todos los de mi edad, pensáramos sin titubear que ya era hora de ir a dormir, y nos retirabamos a nuestras respectivas casas.
Así era la creencia y el comportamiento de los niños buenos, y nos decían los adultos que aquellos que desobedecían a mamá, aquellos que eran rebeldes o que se levantaban de la cama, tendrían que enfrentarse irremediablemente, al terrible Coco.
Dicen los conocedores que el Coco es la representación universal del miedo infantil, el medio por el cual se valen los padres y la misma sociedad para enseñarles a sus hijos la diferencia entre el bien y el mal.
Él era un ajustador profesional de cuentas incobrables, provocador del grito pelón y la carcajada nerviosa, pero que ahora paga renta para habitar un cuartucho ubicado en nuestra memoria colectiva, ya que con el paso de los años, su mansión se desmoronó como su prestigio de máxima figura del más temido temor.
El incremento en la violencia intra familiar, la desaparición de las causas afectivas en las relaciones interpersonales, entre otras cosas, han sido consecuencias para ir opacando al Coco, a tal grado, de remembrarse ya como un espectro más benévolo que temible.
Llevamos en la memoria al memorable Coco, reitero y lo indudable y dudo de lo creíble, pero también lo que sé, es que el Coco sólo tiene cierto eco en los nacidos de otra parte, en aquellos que lejos de la vida urbanizada, crecieron de la mano de la nana o el abuelo asiduo a las anécdotas.
El Coco viaja con nosotros en esos recovecos de la infancia en los que incluso se presenta, nostalgicamente en las famosas como ya casi olvidadas canciones de cuna, de las cuales era muy común oír cantar a una madre con su niño en brazos:
"Duérmete niño, duérmete ya, que viene el coco y te comerá".
El Coco que nos comía fue devorado por el ritmo e vida citadino. El Coco que nos llevaba a un lugar remoto y oscuro terminó horrorizado ante esta sociedad de que se viste de noche, adornada de luces y pintada con desgracia. Es por esto que decidió el Coco marcharse de la ciudad.
No existe una ficha policial de tan temido delincuente que haya suplantado al Coco, pero su presencia se nota, o mejor dicho, se intuye, en las bramas de la noche, en la oscuridad donde hay rincones que no se conocen de la colonia, cuando la calle esta calladita y repentinamente se escuchan gritos que nadie auxilia.
Aquí llaga sigiloso el que le quitó la chamba al Coco, cuando nada hay que ver en la television y el gasto no alcanza ni para echar la vuelta al parque del barrio.
El desbancador del Coco entonces aparece, en los ruidos chirriantes de la llanta que se quema y derrapa el automóvil y que tras mil peripecias se estrella, llevándose nuevas vidas, viejas inocencias; aparece en el cantar estridente de las sirenas de bomberas y patrullas que tratan de hacerse paso entre la bola de curiosos.
Espectáculo de sangre, asombro carente de tristeza que se convierte en el parámetro de la realidad que se vive en un simple accidente: Los muertos y los heridos hacen las veces de los nuevos clowns para los niños, que acompañados de sus padres, acuden alegres a ver la muerte que fue a visitar su sector habitacional.
Lejos de provocar el miedo o de sentir algún pudor, piden los párvulos que sus progenitors los levanten en hombros para poder ver mejor la escena sanguinolenta.
Luego es el regreso a casa, la compra de alguna golosina y el temor ante lo incierto que significa el verdadero temor cotidiano para los cabezas de familia.
Los Cocos para los niños de hoy son en realidad, habitantes de los picaderos, vecinos que después de haber tenido cierto futuro próspero, se hundieron en la nada y ahora, solos son protagonistas de las diputas en las calles o de las páginas principales de la sección policíaca de los periódicos.
A ésos son a los que ahora se les tienen miedo, major dicho pavor, pues representan la verdadera personificación de la decadencia en el progreso humano.
Y el Coco mientras se pasea por las calles, ahora se le conoce como "Juan", "Pedro" o con un apodo inombrable que se muere diariamente víctima de sus adicciones a los estupefacientes, atolondrado quizás, por no haber cumplido el objeto que le tenía preparado el destino.


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