domingo, abril 25, 2004

El Viaje Adentro II


Definirme por el rasguño acumulado en los ojos luego de más de 20 tragos y 36 horas sin descanso, es creer que puedo nombrar de golpe todos los colores del arco iris y así, de la nada, abrasarme en un ad nirvana.
Caigo de bruces en la memoria y un idioma sórdido me encaja dagas, esta la Diosa, el consejo y las flores pensándose marchitas.
Adivino en las paredes el rostro que se oculta en mis neuronas, los violines, la voz incesante del promotor al espectáculo de carpa, el auditorio vacío para la justificación de la borrasca.
Veo sus ojos y los beso en silencio, un aroma a sal me recuerda el te has ido de mí, el té ácido de mí, ese que también Satanás alguna vez probó de los labios al partir de sus mañanas.
Al final del viaje siempre hay una luz predispuesta a ser apagada, pero también está la champaña, las cábalas y el retorno a la verdad. Un tal vez a la certeza, sienes que estallan como cristales de la madrugada, navegación profunda sobre un amanecer confuso.
Un refugio a la colección de educadas maneras para olvidar me espera en mi callada palabra. Voy a poner en la voz estrellas, agua que dibuje un nuevo continente, para así romper el último apresuramiento al condicionado flujo de la razón.
Que la respiración de cada quien dé a esta dilación de ideas destejidas, una propia respiración, un sustento para no decaer en el intento de buscar a tientas un sonido que me pierda.


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