jueves, agosto 28, 2003

MOLINOS DE VIENTO

Sentado en una banca a la entrada del área de personal, me encontré con un hombre de aproximadamente 50 años, enclenque, con signos de haber dormido poco y desaliñado. Portaba en la bolsa derecha de su camisa una de los distintivos que se les ponen a los visitantes en esta casa editora cuando vienen a tratar algún asunto y pasan a las oficinas.
A simple vista, he de admitirlo, el personaje en cuestión no me dio buen aspecto, será porque reunía las características de los poco queridos por la sociedad llamados heroínomanos, por su adicción a la heroína.
Luego de algunas horas, bajé a fumarme el clásico cigarrillo de mediodía, precisamente en las bancas que se encuentran a la entrada del periódico, lugar destinado para los chachuacos.
El hombre, cuyo nombre no recuerdo, comenzó a platicarme su historia. Se trata de un trabajador, mensajero de unos abogados de la hermana ciudad fronteriza de Tijuana. Con voz pausada, probablemente por la mala racha que ha pasado en las últimas horas, me narró que vino a esta ciudad, de la que es originario, para arreglar unos asuntos personales relacionados con el registro civil.
Su problema inició con la burocracia que reace siempre en este tipo de instituciones gubernamentales, y lo que pensó que iba a ser un viaje relámpago, se postergó ya por varios días; esto devino en que los fondos que había destinado para viáticos se le fueron acabando, al grado que ahora le faltan poco más de 120 pesos para completar su pasaje.
Sin comer y en la ausencia de un lugar donde quedarse a pernoctar -ya no hablemos de asearse-, este viajero ahora recurrió a un conocido de sus patrones que labora en este rotativo.
Tras varias horas de espera, justo cuando platicaba con quien esto escribe le dieron la noticia de que el susodicho amigo de sus jefes había llegado.
Nuevamente la esperanza brilló en sus ojos. Lo primero que el tijuanense por adopción acertó a recordar a su familia.
"Tengo 15 años de casado, mi esposa quiere venir a conocer... pero ya está todo cambiado... de verás que por mis chavos se hace lo que sea, incluso estar aquí, prácticamente como limosnero a la espera de una ayuda".
Aunque no soy fácil de conmover sus palabras me quebraron, por lo que decidí sacar un cigarrillo más y continuar escuchando su historia.
Su extraña naturaleza de origen lo obligó a hacer el viaje. Tiene tres madres. Me explicó que su verdadera madre lo pusó en adopción y luego de que su segunda madre pasara situaciones económicas insostenibles pasó la patria potestad a otra mujer, cuando él tenía 15 años de edad.
La última de sus madres reside en Toluca, por lo que verla es un evento que ocurre, cuando hay suerte, solamente en las fiestas navideñas.
Aunque de sus hijos poco habló, al momento de mencionarlos era cuando dedicaba su mirada al vacío, como si de esa forma pudiese alcanzarlos.
En el cielo de esta tarde las nubes se siguen formando y hay viento, tal vez llueva, pero eso no importa. Siempre hay un camino por salvar.
Dándole la última fumada a mi cigarro, solamente pude reparar en levantarme y casi de forma automática, tomar el billete de 20 pesos que guardaba celosamente en la cartera.
"Cómprate una torta o un burro en los puestos del Seguro" le dije, y estrechando su mano, me regresé a la redacción.
Paradógicamente no me siento mejor por haberlo ayudado. Estoy Triste. Inmerso. Creo que nada me hubiera costado recurrir al cajero y sacar la cantidad que le faltaba para regresarse a su ciudad, pero no lo hice. Fue lo correcto. Todos formamos parte de este viaje de incertidumbres y solamente acumulando estos eslabones de entereza podemos generar una nueva visión hacia el olvido de nuestros egos sociales, o lo que es lo mismo a nuestra afanada búsqueda por un mundo menos peor.
Por cierto, por la fisionomía de este vato, no dejé de acordarme de Don Quijote de la Mancha. Tal vez sea él, en este desvarío, participando en su perpetua cruzada. Eso quiero creer.

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