martes, agosto 12, 2003

.Cuando el dolor llama a la puerta de los corazones rotos
Al vagar por la vida desdeñando los sentimientos bellos que otros pueden sentir por nosotros, debemos tomar en cuenta que el riesgo de resultar con lesiones en el alma puede ser mucho más grande de lo que imaginamos.
Nos dedicamos a agredir, a vivir en la suculenta parodia del progreso, inventandonos posiciones para destacar de nuestras ansias, pero en el fondo de la risa sabemos que el niño inocente que llevamos siempre está en busca de que aprueben sus actos.
La vida con mis amigos siempre ha sido así, de dolor y desencanto, por eso procuro mantenerlos a distancia, verlos una vez en un siglo, para juntos olvidarnos del fracaso y continuar escalando esta cima de errores que es la vida.
Sólo por una vez, me olvido de la alegría y regreso a los tiempos de bonanza, cuando caminar por el centro de la ciudad se resumía como uno de los placeres más grandes; como eterno solitario, me adentraba en las vertebras más inhóspitas de la ciudad, como buscando no encontrar a alguien, pero siempre estaba alguien con quien conversar.
El amigo, esa extraña imagen que a veces olvidamos, por siempre permanece aunque el insulto nos gobierne en las palabras.
Mientras sigamos riendo, no podremos olvidar jamás nuestra inocencia y por lo tanto, estará siempre en nuestra mente el recuerdo de quienes alguna vez formaron parte de nuestra existencia, corrijo, de quienes fueron parte de una existencia que tomó esta forma en que hoy estamos.
Sí, nos olvidamos pronto de aquel que nos hizo reír aquellas noches de tormenta, en las tardes solitarias cuando darle de comer a las palomas era el único pretexto para desahogarse de la muerte en vida que vamos viviendo los que nos quedamos solos.
Por alguna circunstancia la mayor parte del día permanecemos solos, es únicamente el yo de la conciencia el que nos hace permanecer vigentes, por eso nos aislamos rodeándonos de gente, para poder de alguna forma recuperar momentos.
Buscamos un pasaporte a mejores tiempos, pero nunca el alba marca los mejores días, ni siquiera sabemos por qué las horas a ciertos instantes son más lentas, hasta que algo insignificante en apariencia, como hacerle un tributo a la vida de las hormigas nos demuestra que estar lejos de quienes alguna vez amamos, simplemente nos puede convertir en algo, no sé si mejor, pero en algo que está atento cuando algo importante suceda. El riesgo de la vida es eso, morir en cada instante.

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