miércoles, julio 21, 2004

Definitivamente no es Don Corleone


Dice mi mamá que tiene cierto temor a que mi hijo Ulises salga muy pedorro. La confesión venida de labios de mi madre, a la par de generarme extrañeza, no pudo provocarme otra cosa que una sonora carcajada.
Intrigado le pregunté a qué se debían sus sospechas y me indicó que luego de un bautizo, cuando un padrino no avienta bolo a las afueras de una iglesia, los invitados que tienen conocimiento de esta tradición, suelen hacer comentarios como: "huy pos que pedorro el padrino va salir igual el ahijado" y cosas por el estilo.
Esto viene a colación porque el sábado Ulises recibió su primer exorcismo. Según las palabras del sacerdote que durante una hora nos aventó un rollo entretenido sobre los pormenores de lo que implica recibir el sacramento bautismal. La verdad yo no tengo ningún problema en el que mi chamaco reciba tales bendiciones por parte de los ritos que se acostumbran en la religión católica, con el tiempo si el mismo decide cambiar de religión o hacer de su vida un papalote será apoyado e incluso acompañado.
Pero por el momento, pues le voy echando a su carrito una serie de fundamentos para despreciar un poquito menos al ser humano. La idea es que no sea como yo. O al menos no tan voluble como yo lo he sido. Ulises lucía hermoso la tarde del sábado, mientras el espíritu descendía sobre su cuerpecillo envestido en una ropa al estilo papal.
Luego del formulismo eclesial, salimos a casa de los progenitores de mi compañera de viaje para darle rienda suelta al convite. Por supuesto, como padres del crío festejado, nos tocó la chinga de hacer todo. La compañera se puso a darle a las salsas y el guacamole, mientras que acá su servidor exhibió sus dotes de chef popular y preparó una discada (para quienes no saben qué es eso, les comento: se trata de distintos tipos de carne que se fríen y se sirven en tacos acompañados de salsa y guacamole).
No es por nada, pero me dijeron que la discada quedó buena, tanto que hubo necesidad de preparar una segunda ronda para los tragones invitados. Es más con decirles que de la atareada que me pusieron, a la mera hora me quedé sin comer. Snif.
Pero valió la pena, al menos para las 40 ó 50 personas que acudieron a celebrar con nosotros la sacada de chamuco del Uli, que se la pasó la mayor parte de la reunión dormidote, como nunca suele hacerlo.
El único que brillo por su ausencia, fue el bolo. Hubo hasta quien le hizo referencia al padrino en la noche del sábado durante la fiesta que por qué no había dado bolo. Dicen, quienes estuvieron cerca de él en la velada, que tuvo la sutileza de contestar: el bolo se lo están pisteando.
¡Puts! Pinche compadre, está bien que compró unos cartoncillos para alivianar el party, pero de eso a que se salga por la tangente como que ya preocupa, lo malo es que el que se vio mal fue usted y no los organizadores del convite, el mal recuerdo se lo llevaron de su parte.
Porque hubo quienes decían que aunque sea aventara monedas del banco de rico McPato o de perdido unas cuantas guasas pintadas con spray, para hacer la faramalla de que eran moneditas y no perder la tradición de aventarse al pavimento al rescate del preciado tesoro. Pero bueno, definitivamente el padrino de mi hijo no es Don Corleone, pero tiene unos años para alivianarse, sino ni para qué el lazo filial. Charros.
No estamos para unirnos nada más en clichés cagados de la vida social, este rito es para contar con alguien que nos haga un paro, en caso de que a los padres nos lleve la calaca.
Ahora lo que me preocupa es que el Uli se vuelva un pedorrín. Ya que estoy atando cabos, probablemente sea que a mi también me haya caído esa maldición, ya que lo más seguro es que el que fue mi padrino (un tipo al que por cierto, jamás en mi vida volví a ver) tampoco haya aventado unas cuantas monedillas del clásico ¡bolo padrino!. Deduzco eso, más que nada porque hoy en día debo admitirme como un profesional de la flatulencia. Pero esa es otra historia.

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