lunes, junio 14, 2004

Viernes de aleteos


El viernes pasado, luego de hacer la ronda ya clásica por El Recreo, resultó ser una reunión no planeada de bloggeros. Por allí andaban Non Fit Remisso, Arlara, Fernando, Ambarina, Circe, Malle, Hijo del Cártel y su servidor. Cada quien traía su party o su nostalgia a cuestas y andaban de dos en dos o en solitario. Poco a poco los rostros se fueron re reconociendo y curiosamente, antes de que finalizara el horario del lugar ?a las 12 de la noche- fueron desapareciéndose de la barra.
Los que andamos de carrera larga nos largamos a seguirla a los tugurios de la avenida Juárez. Como ya se nos está haciendo costumbre, luego de estar en el bar de Don Tony nos dirigimos a La Cucaracha, el bar que es de los menos peores de la populosa avenida, en donde el único defecto es el pinche calor que se siente.
De allí en más, el lugar además de contar con inmobiliario nuevo, tiene muy buenas rolas en la rockola y sobre todo, cerveza fría y a buen precio.
Como yo ya andaba debatiendo con presencias aledañas en mi espíritu, salí a caminar mientras Norma y otros camaradas se quedaron en La Cuca hablando de no sé qué.
A unos cuantos pasos me metí a otro antrillo donde un grupo rockero intentaba ejecutar algunas melodías heavy metaleras, por lo que no resistí la tentación de acercarme y echar uno que otro jilguerillo.
Estaba en plena faena, dejando salir mis más chillones gallos cuando el Vampiro Pavel se apareció entre el público sonriente, yo de lo pedo que andaba no dejé de saludarlo desde lejos con un manoteo, para luego volver a concentrarme en el griterío y en las mentirotas que estaba diciendo en el habla gabacha.
Al presenciar la desaparición del Vampiro no me quedó otra que seguir su ejemplo y al terminar la canción salí del bar en busca de nuevas aventuras.
Dando algunos tumbos llegué a la calle de reino aventura (Mariscal), donde decenas de bares con luces y colores me invitaban a pasar. Luego de hacer un sorteo mental me metí en la puerta más cercana para ver cuerpos amorfos de exquisita perfección.
Es en estas calles donde lo perverso se trastoca mutándose a sutil y emotivo, acá el amor pierde su cuerpo y se convierte en puterrímos halos, espuma celeste que crispa los ropajes y hace sudar las sienes de los vigías, de los eternos enamorados del objeto prohibido.
Amantes de espejos en rota saliva se contorsionan en la sombra de su dolor, están pendientes las manos queriendo alcanzar el cuerpo de la mujer perdida, ésa que en su baile ha encontrado la beatitud de los atardeceres.
Salgo del antro donde todo es un reflejo de mi propia carne y me aparto a paso lento, pensando en las cosas que no he dicho aún, en las palabras que se mantienen amotinadas en mis desvelos, es todo el mal viaje que representa ser bienvenido y reconocido entre los que no te estiman.
Hablo de lo repentino y de lo inmediato, del instante mismo donde mis palabras me hacen recordar que todo lo que he reconocido como justo y fidedigno se evapora en cada luz de neón que dejo atrás, en las nalgas de la puta que no besé, en el billete que sirvió de pago para alcanzar un pase a las horas más altas de la madrugada, en ese trago de cerveza que faltó para que cayera la botella desde el cuarto de la esquina donde todavía se escuchan sollozos y un hombre malhumorado se retira.
Acontezco entonces en el Open, las puertas de este lugar siempre atiborradas pero para mí abiertas. Encuentro nuevamente viejas caras que me sonríen y me destruyen mientras me voy alejando. Solamente solo sonrío. Mi paranoia enciende los sonidos, las bocas del antro cantan en un coro infinito el desprecio por mi estancia.
Encuentro a Norma. Pido una nueva cerveza, la distorsión entonces cobra un nuevo matiz: Ahora todo va en un sentido que hace retroceder lo antes descrito. Vienen a mi las caras amables, las manos cordiales, las sonrisas, una nueva ronda de tragos, baile, canciones cuyos estribillos siempre olvido y despedidas sin pena ni gloria.
Casi a la puerta de salida Microman aguarda el paso de todos los que se van retirando y se despide como un extraño anfitrión de las conciencias que aledañas a el justifican cada escape de las tardes.
Anochece una vez más dentro de la misma noche, mis pasos se aletargan y nada justifica mi cansancio. A la salida del estacionamiento público el hombre de la caseta se pone de más grosero mientras le explico que por más que busco no encuentro su chingado boleto.
Como mis palabras suelen ir subiendo de tono ante la forma tan prepotente de reaccionar del empleado del estacionamiento, el muy puto grita como señorita, ¡policía, policía, háblale a los policías!, pensando tal vez que con eso me podrá intimidar.
En menos de un minuto dos polis municipales intentan hacerme sombra, pero tras identificarme como ciudadano contribuyente, con derecho al respeto y aventarles un bla bla bla que casi me termina por dormir a mi mismo, los chotas entienden que no he cometido ninguna falta y en cambio que el pinche empleado aún con destellos de prepotencia termina mordiéndose el hocico y abriéndome la puerta para dejarme salir.
Llegó al punto final, destino de la noche. Intento escapar, salir un poco, ahogarme un poco más en la locura, Norma dice que es suficiente, me atrapa, me saca los ojos y vuelvo de vuelta al estado insomne que es para mí a ciertas horas, el sueño.

1 comentario:

Arevalo dijo...

Personajes de Rayuela, o de la dimension desconocida: ¿Hipnotizaste a los polis para que no te llevaran? Nadie se salva de ser arrestado por eso que ellos llaman infracción cívica por el sinple hechode oler a alcohol...