jueves, septiembre 25, 2003

VIAJE DE LA CIUDAD DEL CRIMEN A LA SULTANA
¿Cómo empezar a describir un viaje en el que la noche no llegó a ser sueño y en el cual el día nunca reflejó su verdadera hora?
En el recorrido que efectuamos de la Ciudad del Crimen a la Sultana del Norte, fueron cerca de 20 horas vía terrestre, con apenas tres paradas, que más que descansos, sirvieron para recargar combustible y bebestibles.
En un viaje por carretera cuando el conductor es uno mismo o alguien que nos acompaña, se tienen que recorrer las distancias haciendo a un lado el sueño. Quien viaja no se puede permitir el parpadeo.
Dejar atrás la ciudad donde se vive, mezcla sentimientos que van de la euforia del anonimato a la valorización de quienes somos y a un irremediable reencuentro con la nostalgia.
De Ciudad Juárez partimos al encuentro de talleristas que tendría lugar en Monterrey Nuevo León, exactamente a las 11 de la mañana del jueves.
Aunque originalmente el plan era que saliéramos a las 9 de la mañana, por motivos diversos propios de este tipo de empresas, la salida de dilató por cerca de dos horas. Una vez que todo quedó listo, tomamos la Carretera Panamericana -por cierto, única vía de escape para el sur- rumbo a la ciudad de Chihuahua.
Las primeras horas de viaje son fundamentales para saber cuál será la tónica que tendrá el mismo durante los días que dure la ausencia.
Escuchando música que iba desde The Doors hasta Los Panchos, me dí cuanta que nos encontrábamos en una ruta con aceptación a la diversidad de conceptos, es decir, cada quien podía hacer y decir lo que le diera su chingada gana.
Avanzados los primeros 200 kilómetros hicimos la primera y obligatoria escala de cualquiera que va de Ciudad Juárez a cualquier destino sur: Villa Ahumada.
Este pequeño poblado que se ubica en el punto medio entre Ciudad Juárez y Chihuahua capital, fundamenta su economía principalmente en la agricultura y en la venta de comida a los viajantes, siendo el platillo principal el burrito. Para quienes conocen este alimento les diré que si existe un lugar en la Tierra que se pueda jactar de producir los mejores burritos o burros del mundo, ése es Villa Ahumada.
Para quienes no saben en que consiste este peculiar alimento, he aquí una breve descripción del mismo: Una tortilla de harina doblada en forma de taco en cuyo interior se vierten distintos guisos, principalmente frijoles con queso, carne con papa y chile, ya sea rojo o verde. En el norte de México este alimento bien podría ser catalogado como el símil del hot dog estadounidense. Bueno, si quieren más detalles sobre el particular, pueden consultar los archivos de la página de Solzimer, ahí hay más detalles al respecto.
Volviendo al tema que genera este texto, una vez que compramos una dotación considerable de burritos, partimos rumbo a nuestro primer destino de viaje, la ciudad de Chihuahua, donde además de realizar algunas gestiones relacionadas al viaje, se haría entrega de documentos diversos en el Instituto Chihuahuense de la Cultura.
A Chihuahua arribamos a eso de las 2:30 de la tarde, luego de las gestiones antes descritas, partimos nuevamente ahora con rumbo a Monterrey.
Luego de pasar por la ciudad de Delicias, cuna del escritor Jesús Gardea, llegamos a Camargo, donde nuevamente hicimos escala para comer, para este punto ya eran casi las 6 de la tarde.
Luego siguieron cuatro horas de viaje continuo, para llegar a las 10 de la noche a Gómez Palacio, Durango, donde el cambio de horario (una hora más que la de nuestro estado), la venta de cerveza hasta las 12 de la noche y una lluvia casi imperceptible nos marcarían la nueva ruta a seguir.
Por extraño que parezca, la carencia de vino en las estanterías en la región que se conoce como comarca lagunera, integrada por parte de los estados de Chihuahua, Durango y Coahuila se distingue (principalmente en estos dos últimos) por su producción vitivinícola, sin embargo, esto no se refleja en sus expendios de bebida.
Al preguntarle al dependiente sobre la existencia de algún vino, me sugirió desde brandy hasta whiskey, pero jamás lo relacionó con el sabroso líquido color tinto.
Decepcionado, no tuve más alternativa que viajar sobriamente, mientras los demás integrantes de la comitiva, iban comodamente chingándose unas cervezas.
Bueno, ese disfrute les duró hasta que entramos a Torreón, Coahuila, ciudad hermanada con el poblado durangueño, en donde hicimos la segunda escala prolongada.
Allí, acudimos a un lindo y sombrío centro de entretenimiento, la pausa en el camino duró poco más de un par de horas, suficiente para relajar los músculos, ahora sí que con el espectáculo.
De Torreón a Saltillo nuestro destino climatológico se establecería de forma definitiva: Lluvia.
Desde pequeña brisa hasta torrenciales aguaceros fuimos soportando en las siguientes cuatro horas, hasta llegar a la capital coahuilense, donde por consenso, dadas las condiciones del clima y el cansancio de viaje, decidimos parar por un par de horas para recobrar fuerzas.
Yo intenté dormir un poco, pero el frío y los mosquitos no tenían el mismo plan, así que poco antes de las 7 de la mañana, remprendimos el trayecto y en menos de 40 minutos ya nos adentrábamos en la Sultana del Norte, la ciudad de Monterrey, Nuevo León.
Antes de proseguir, les diré que si algo disfrute de la entrada a esta ciudad considerada como la tercera más importante en la República Mexicana, fue el paisaje. Sus montañas son una hermosa demostración de la naturaleza que al menos a mí y a Blas, nos dejaron gratamente impresionados.
Pero el gusto nos duró poco, nubes bajas, neblina y lluvia hicieron su parte para que acabara el bello panorama.
(Continuará)

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