jueves, septiembre 25, 2003

SEGUNDA JORNADA Y CIERRE DE ACTIVIDADES
A las once de la mañana nos reunimos en el restaurante del Howard Jonhson para desayunar del bufé. Otra vez mala comida, pero ya la tomamos con menor importancia.
Como las jornadas literarias continuaban hasta las 2 de la tarde, tuvimos tiempo para recorrer las calles céntricas de Monterrey.
Mi capital para este viaje era escaso, por lo que decidí visitar acompañado de Blas, algunas librerías de segundo uso, en busca de algunos textos tentadores. Solamente compré cuatro, me fastidié de estar nadando entre libros de textos y registros inútiles del acontecer humano.
Casi a la hora pactada para retomar el encuentro, nos dirigimos a la Casa de la Cultura, lugar donde tenían efecto las jornadas, para escuchar las presentaciones de los libros de JJ Macías y Yorsh, mientras tomábamos los alimentos meridianos.
Una vez concluidas las presentaciones se dio un receso de una hora, el cual aproveché para regresar al hotel, darme un segundo baño y preparar los textos de mi lectura.
No sé por qué razón, pero siempre me toca leer en las últimas mesas de los encuentros. Tal vez los organizadores intuyen que de otra forma no permanezco una vez que leo.
Luego de una nueva jornada maratónica en la que destaco la participación de lectores como Gabriela Torres (Nuevo León), Javier Acosta (Zacatecas), Ricardo Andalzúa (Chihuahua), Gabriela D'Arbel (San Luis Potosí) y, otra vez el protagonismo de uno de los coordinadores, José Javier Villarreal, la segunda fecha culminó con nuestra mesa de lectura.
Casi a las nueve de la noche fuimos llamados a la mesa de participantes Minerva Reynosa (Nuevo León), un servidor, Volga Alvarez (Tamaulipas) y Arcadio Leos (Nuevo León).
Presentados por Dulce María González, quien luego de resumir el trabajo de talleres en Monterrey no dejó de remarcar la participación de Leos, (no sé si en tono irónico o porque de verdad le gusta su trabajo), uno a uno fuimos presentándonos.
Primero leyo Minerva, poesía suave y con algunas imágenes interesantes, me gustó a secas. Después me tocó a mí, inoperante lector de masas que lo menos que pude hacer después de leeer algunos textos de reciente creación, fue reírme del afán protagónico que envuelve este tipo de eventos dando voz al Zero Borderland con Los Poetas se visten de Negro.
Una vez concluida mi participación leyó Alvarez, un par de poemas y un cuento, que según escuché, estuvo espantoso.
Cuando Arcadio Leos tomó el micrófono, lo primero que hizo fue dar una especie de contestación a lo que yo hago mofa en Los poetas se visten de negro, señalando de manera torpe sus motivos para ser uno de ellos.
Leos indudablemente tiene talento, sus lecturas son un tanto divertidas, casi circenses, contrastan con su look de poeta máldito.
Por desgracia en sus palabras aún no aparece la voz propia, Leos se encuentra influenciado gravemente por el estilo de su maestro, José Eugenio Sánchez, un poeta neoleonense que merece mi aplauso en su labor estridente y estilo distinto.
No pasa así con su púpilo, su lectura se pierde en el acto teatral y los textos apenas son salvables por una o dos frases, de ahí en más todo es mero espectáculo.
Ya una vez que pasamos la clausura nuevamente se formaron las cuadrillas antriles y cada quien decidió su destino nocturno.
En esta ocasión, Yépez y Vega sabiendo mis condiciones me llevaron a un restaurant bar, El Arbol, propiedad de la escritora chilena Carmen Avendaño.
El lugar me gustó, lástima que la lluvia impidió un mayor disfrute, por lo que terminando la primer copa nos trasladamos a otro antro, ubicado en la esquina de la misma calle: La Pirámide.
Allí, un grupo de jazz/blues trataba de exprimirle la nostalgia a las nubes, pero lo único que conseguía era que los parroquianos alzaran más la voz para escucharse unos a otros.
En este lugar se encontraba el grueso de los participantes en el encuentro.
Yo me senté en una mesa aparte, con Yépez y Vega, porque en el otro lugar ya estaba atiborrado. Carmen cerró su restaurant y nos alcanzó.
Con el paso de las horas el lugar se fue quedando vacío, hasta que sólo estabamos los chihuahuenses, la chilena y el Yépez.
Salimos del bar y Carmen nos ofreció un tequila, el cual aceptamos con gusto, pero fue tan sabrosa la estancia en su restaurant, que entre canciones, lecturas de poemas, anécdotas y brindis (sacó un vino tinto y me pude integrar), nos dieron las cinco de la mañana.

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