martes, septiembre 02, 2003

The Castle of Salvation

Durante los años de mi vida que fueron destinados a la universidad, conocí a una inumerable cantidad de personas, pero sólo unos cuantos lograron formar parte de mi crecimiento existencial. Uno de ellos es Jorge, mi carnal, el Razzia.
El mote de este ex compañero de vivencias estudiantiles y hoy gran amigo, pese a la distancia que nos separa -hoy radica en la ciudad de Chihuahua-, se lo ganó debido a que ése era el nombre del grupo de rock en el que incursionaba en aquel entonces.
A Jorge, de rasgos duros y actitud similar ante la vida, lo conocí cuando por diversos motivos tuve que tomar clases en horario mixto, cuando acudí por vez primera a la clase de Teoría del Estado.
Aunque no nos parecemos físicamente en realidad, la imagen que teníamos para esos días era muy similar: Cabello largo en coleta y atuendo desaliñado. Esto valío para que mucha gente pensara que éramos hermanos. El tiempo hizo lo demás para que esa fraternidad se cimentara.
Como muchos jóvenes de la entidad, Jorge, originario de Cuahutémoc, Chihuahua, tuvo que emigrar en busca de una mejor oferta educativa, ingresando a la Facultad de Ciencias Políticas, acá, en la Ciudad del Crimen.
El día que nos conocimos yo llegué tarde a la clase; al sentir las miradas de un grupo distinto, lo único que hice fue que apuradamente me acomodé en los pupitres al fondo del salón. Allí estaba él.
Al terminar la clase, intercambiamos algunas frases y ya para el fin de semana habíamos hablado de la posibilidad de que el se cambiara a mi casa.
Durante algunos meses estuvo viviendo con parientes políticos, pero la necesidad de movimiento y espacio lo hizo pensar en cambiar de residencia.
Luego de afinar detalles, hablar con mamá, por ejemplo, Jorge mudó sus pertenencias en mi estropeado Grand Marquis, modelo año de la patada.
Los años de la universidad cobraron un matiz distinto desde ese momento; con carácter fuerte y comentarios cargados de humor negro, compartir la habitación con Jorge fue una experiencia además de enriquecedora para ambos, también llena de vicisitudes y penurias.
Eran los tiempos en los que apenas definiamos nuestro verdadero rumbo, cada uno se había decidido por seguir un camino distinto. El permanecía en la lucha por consolidar su propuesta musical, pese a la apatía de los demás integrantes de la banda y yo, mantenía de alguna forma oculto, mi placer por las letras.
No sabíamos que ya eramos quienes buscabamos ser, sólo bastaba el tiempo.
Por azares de lo cotidiano al pasar un año y medio, Jorge se cambió nuevamente a otro lugar, un departamento que comenzó a rentar con un paisano suyo, experiencia que no le resultó del todo grata.
Luego vinieron otras mudas y finalmente en la última etapa de su vida como habitante de la frontera, vivió en casa de la que fue su novia por varios años.
Esa relación, como suele suceder con las largas relaciones de noviazgo, terminó en tedio y desolación.Un día, simplemente Jorge se fue de regreso a su hogar paterno, dejando atrás escuela, amigos y futuro profesional.
Luego de algunas visitas que realice a su lugar de origen, supé que sus planes musicales continuaban, al menos no había perdido la motivación, pensé en ese momento.
Yo por mi parte, me mantenía en el vertiginio de las relaciones espóradicas, del sexo pasajero y la concupiscencia a más no poder. Eran tiempos buenos, pero no al grado de añorables.
Andar en solitario por las calles, después de todo la efervescencia de una noche de excesos genera tristeza, angustia, dolor de ser sin pertenecer a nada ni a nadie.
Hasta que un buen día me decidí y comencé con la vida literaria, pero bueno, este instante no es para hablar de mí, sino de quienes recuerdo.
Jorge, en uno de los viajes que hice en periódo vacacional de trabajo me dio una sorpresa: Se casaba. Aunque en primer instancia no se encontraba del todo convencido -nunca fue afecto a los convencionalismos sociales-, hubo un poder mayor que lo hizo dar el fátidico paso: Una hermosa niña que para ese tiempo ya tenía un par de años de alegrarle la vida.
Yo me encontraba en una de las etapas más duras de mi vida, enfrentaba la víspera de mi divorcio, por lo cual no encontré mejor escape que largarme mucho a una tierra donde prácticamente era un desconocido.
Después de ese encuentro, en el que el alcohol, la noche y las canciones fueron aminorando la ignominia, la distancia jugó un papel determinante y definitorio.
Fueron escasos los momentos de comunicación, salvo algunos correos electrónicos esporádicos, poco sabíamos uno del otro.
Jorge con su nueva banda, "El Orden", visitó un par de ocasiones esta ciudad, pero por diversos motivos no pude acudir a escucharlo.
En la última ocasión que vino yo me encontraba dormido, luego de una fiesta que me duró un día y medio consecutivo de alcohol, mujeres y otras sutilezas que alegran el vacío existir del poeta.
Cuando llamó a la casa de mi padre para ponerse en contacto, mi viejo, como suele actuar en estos casos, no me despertó, ya que seabía que de inmediato me hubiera ido a seguir la fiesta.
Esto no fue bien recibido por Jorge, que de alguna manera sintió que no quise recibir su llamada. La distancia se hizo más honda.
Luego de un año he vuelto a ver a Jorge, vino el sábado pasado a tocar en un bar de la avenida Juárez a un festival de bandas metaleras.
Aunque reticente, me llamó para dar aviso de su llegada y luego de un saludo frío de su parte, nos pusimos de acuerdo para vernos por la noche.
Yo llegué el bar acompañado de Norma y su embarazo y la verdad, confieso que me resultó extraño regresar al mundo nocturno-rockero.
Luego de adaptar nuestra vista en el oscuro antro, logré distinguir a mi amigo, curiosamente, él también se está dejando crecer el cabello igual que yo, por nueva cuenta.
Y es que en la etapa turbulenta -el divorcio y esas cosas-, cada quien en su tierra vital optó por tumbarse la melena, así como así, sin explicaciones a nadie.
Un fuerte abrazo, besos y miradas extendiéndose entre el tiempo, nos dejaban constatar que a pesar de los cambios físicos, seguíamos siendo amigos.
¿Cómo contarle la vida a un amigo casi hermano en unos minutos y con el bullicio alrededor? No sé cómo, pero de alguna forma logramos hacerlo. Luego vino el silencio.
El Razz fue contundente al señalar el silencio y la manera en la que prácticamente nos estudiabamos.
-Me ves como si fuera no sé qué- me dijo.
-Lo que pasa es que veo que ahora somos quienes queríamos ser, tal vez desde el primer momento lo fuimos, sólo que no teníamos el valor para aceptarlo, -respondí.
Luego vinieron los brindis (yo con agua mineral), más abrazos y el traslado a un bar menos noise.
Ya en El Open, un antro clásico de la ciudad del Crimen que es muy recurrido los viernes por la fresada que siente estar trasgrediendo las leyes familiares al visitar la zona de tolerancia y que por fortuna, los sábados de ve menos copado.
Luego de nuevas rondas de cerveza, agua mineral, canciones, fotografías instantáneas, bailes extraños propios de quien anda borracho y gustozo, culos pendulantes de veinteañeras sobre las sillas jodidas del lugar, la velada tocó su fin, al menos para Norma y yo.
Mi carnal Razz y yo nos despedimos con el cariño reafirmado de una amistad que ahora sé, ni el tiempo ni la puta distancia podrán derruir.
Tal vez ahora sabemos quienes somos, ya nos hemos visto, pero aún queda mucho camino por recorrer en este sinuoso camino que me llama a Obregón.

Con Extractos de Obregón

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