martes, marzo 23, 2004

El Dolor en tiempos Light


Es un tiempo en el que no basta arrancarse las envestiduras para demostrar el coraje o la impotencia; más allá de los poderes supremos que nos fueron otorgados para soportar las cargas de malestar circundante, llámesele así a las molestias que se generan a nuestro alrededor que aún y cuando no las padecemos en carne propia, nos afectan, allende toda alquimia, está la pena de irse sumergiendo en el abismo del silencio.
Mi madre, por enésima vez mi madre está en una cama del hospital, sin poder hacer nana más que enterarme por los telefonemas que me hacen mi padre o mi hermana, sigo atento a su degeneración física.
Las escasas oportunidades que me brinda el trabajo me sirven para escapar a ese encierro, allí puedo encontrar el verdadero rostro del dolor de los hombres.
Pacientes que en su mayoría son adultos mayores, todos ellos padecientes de un mal que aqueja a todos por igual, la apatía ante la vida, sólo que a esta pequeña población se le suma un ingrediente, la disfunción de alguno de sus órganos vitales.
Allí esta mi madre en la cama, sufriendo por su maldita diabetes, por su poca condición cardiaca, su ceguera provocada por el glaucoma, su insuficiencia renal y su desgano ante la palabra existencia.
Ella me repite a cada visita que ya se quiere morir. Es entonces cuando cualquier palabra de hombre ó poetas se queda en el limbo, arrumbada por inservible.
Mi madre la alegre y dicharachera, la que le daba de comer a toda la bola de mis amigos de escuela cuando acudíamos lo mismo por la mañana que en las noches de juerga, ella la que gozaba con escucharnos cantar en las azoteas de las casas donde hemos vivido, mi madrecita ya no quiere saber ni madre del mañana.
Yo le he dicho que se tiene que chingar, porque este biznez no es de que uno quiera, sino de que hasta que el carruaje aguanta sigue el animal andando, pero en sus ojos, vacíos y llenos de necesidad de encontrar una esperanza verdadera, no puedo más que ocultar mi impotencia para darle la salud que requiere.
Luego vengo a recorrer sus casas virtuales y me encuentro con los mensajes llenos de encono por parte de algunos que no soportan lo banal que es la vida dentro y fuera del monitor.
Sinceramente, más que hablar de lo vacuo que puede ser nuestra virtual existencia en cualquier terreno, deberíamos aplicarnos a crear nuevas formas de lenguaje que alienten a seguir en el juego de la palabra escrita, no basta solamente lloriquear por lo que está escrito, sino renovar nuestro propio lenguaje en busca de un nuevo motor que haga funcionar esta máquina.
Con tristeza veo que los escritores, lo encargados del rescate de la sensibilidad y el sentimiento en el ser humano, se han volcado a un arremetimiento contra todo lo que consideran que está mal escrito, pero partiendo desde el punto de vista técnico, más no del instintivo y sentimental que debería ser en primer instancia el motivo de análisis de cualquier palabra.
A contrapunto han preferido especializarse en la maquinación de textos elaborados con frialdad y desencanto ante cualquier parámetro establecido por el hombre.
En la palabra del escritor contemporáneo, al menos de muchos contemporáneos a los que me ha tocado leer, ha quedado olvidada la palabra vivir, a cambio nos entregan sus articulaciones rebuscadas sobre un tema equis que ni siquiera ellos alcanzan a comprender, pero es nice de comentar.
Mis palabras están cansadas de permanecer serenas ante tal ímpetu de desgastar la calidad del ser humano, prefiero mantener una línea que me conecte directamente el habla y el corazón a ser un libro olvidado en un estante y que ni siquiera en las ferias culturales logre venderse a 50 pesos.
Pase lo que pase andaré por aquí compartiendo estos silencios en la redacción, en los que nadie entiende porque ciertas piezas musicales que procuro escuchar en tales situaciones me llevan a arrobarme en el más limpio de los silencios, porque mi palabra permanece debatiéndose al dolor en tiempos donde lo más elemental se ha vuelto light.


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