miércoles, noviembre 19, 2003

With or whitout you


Para escribir siempre anteponemos el tema a tratar, de otra forma lo único que provocamos es un alud de palabras, tal como ocurre en este momento.
No hay catarsis, ni un reflejo que clarifique una postura sobre algún particular, simplemente es el ejercicio de hacer que la palabra se mueva, anteponiéndose a las ideas, a los ratos de ocio a las canciones de Soda que en concierto suenan como el cielo en plena batalla versus Lucifer. Anteponiéndose incluso a la palabra autor.
A veces me gusta escribir sin tema, me relaja, abre una puerta a la tranquilidad. Pero escribir sin tema, no implica necesariamente escribir sin mí yo reflejado en el quehacer que explica el habla silente que es la escritura.
No soy un fiel del romanticismo que envuelve a la mayoría de los escritores pertenecientes a una generación literaria, -que curiosamente dicen estar en la perpetua búsqueda de su estilo letrístico y se abandonan al encono y a la egolatría-, no, lo mío tiende hacía una persuación de olvidar el supuesto desencanto que deja la "fama".
"No me interesa figurar en las antologías y en los premios importantes, porque están viciados y se envisten en la designación descarada del compadrazgo", ¡Ay Dios! ¿Cuántas veces habré escuchado tales afirmaciones? Cuantas, dime Dios mío que paradógicamente han provenido de personas que han sido antologadas y que por azares del destino y su tesón lograron colocarse como elegidas para merecerse una distinción.
¡Puta es la palabra entonces!, si bien sabemos la literatura no da para comer, no podemos decir lo mismo de los premios, las becas, las menciones si proveen -y lo siguen haciendo- de recursos a más de tres escritores/as málditos/as para seguir dándose a conocer.
Si no es así ¿entonces por qué re jodidos siguen participando en encuentros? ¿Para qué alzan la voz ante un auditorio aparentemente sordo y mudo que no tiene mayores opciones que escucharlos?
Esta falsa doble postura ante el quehacer literario, esta grilla de mierda inecesaria, ente que se superpone al trabajo del que se dice escribidor, es solamente un artilugio para colmar las ansias de vieja de lavadero, actitud que muchos gustan de procurar en sus discursos.
Ya me está valiendo madre los posicionamientos en cierto sentido, en el sentir incierto de quien no tiene otra opción más que escribir, no está otra visión sin más afán que el declive. Un nuevo surgimiento. Palabra vieja que se reinterpreta con nuestra percepción.
Escribimos para alejarnos de nosotros mismos, en el veneno encontramos la salida a nuestra desgracia vivencial cotidiana. No hay fórmula para ser buen escritor, sólo se es escritor.
Los halagos son tan circunstanciales como no traer condón en la madrugada que jamás pensaste fornicar, como crear el mejor verso en meses y dejarlo abandonado porque no fue sentido en ese instante.
Son las propias palabras las que condenan a seguir escribiendo, no son son las manos el ejecutor de la tragedia perene de los años que restan por vivir, es el pensar. Quien piensa escribe sin poderlo evitar.
Decía el pintor Antoni Tápies sobre la identidad del artista conceptual: Para mí las individualidades siempre han contado más que los "movimientos" o "grupos". Creo que la "personalidad" es todo en arte. ¡Incluido el nombre del autor! Esto puede parecer un vedetismo, un culto a la personalidad, es falso. Creo que cuando un espectador conoce el nombre, la persona y la manera de hacer de un autor, tiene más ayuda para "leer" una obra determinada. Firmar una obra puede ser, pues, un factor de comunicación muy importante. Es un mal entendido sentimiento demócrata el olcultar el nombre o decir que la personalidad del autor no tiene importancia.
De alguna manera mi visión es similar a la del artista plástico, de alguna manera descanso al pensar que me gustaría dejar de estar pensando, pero esto es una rueda y estamos inmersos.

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