jueves, noviembre 13, 2003

Otra vez el invierno


Antes me gustaba el invierno pero hoy que llega a la ciudad, las raíces del yo que ya no soy comienzan a revivir las viejas memorias.
No recuerdo, por ejemplo, una Navidad dichosa en mucho tiempo, hablando en términos familiares.
Tras la separación de mis padres, las reuniones familiares para esta temporada se han convertido en una encrucijada. La mayor de las veces en mi vida adulta he optado por sólo acudir a darles un abrazo y largarme a otra parte, a la barra de un bar donde los parroquianos se encuentren desinteresados en conocer la hora y el día que están surfeando sus soledades compartidas.
Hubo otras ocasiones en mi época estudiantil, cuando llegaban las vacaciones decembrinas y sin más tomaba mi mochila y viajaba al sur del país, en busca de mis amigos de adolescencia.
Lo extraño es que a pesar de sentir de alguna manera el calor de hogar que me brindaba permanecer en aquellos hogares semi consumidos por la urbanidad, siempre me venía el instinto de apartamiento y terminaba a medianoche fumando un puro en el río que pasaba cercano a sus moradas.
Para este año que viene las cosas van a cambiar, Ulises está por llegar, y la Norma que hoy rige mis días me acompaña a todas horas.
No sé qué sucederá, por primera vez tendré que experimentar el sentimiento de vivir una navidad en familia, en mi familia.
El frío siempre me entregó la posibilidad de sentirme vivo en los momentos solitarios. Caminar por cualquier calle y sentir el cierzo en el rostro me brindaba, además de un falso ánimo de libertad, la agudeza para sentir mi cuerpo en toda su magninitud.
Pero la temporada de árboles sin verdor nos va volviendo nostálgicos e idiotas. Perecemos como las hojas caen del ramaje. Nos hacemos viejos con cada gesto noble que se presenta ante nuestra inadecuada manera de percibir la alegría.
Es el invierno la mejor temporada para disfrutar del silencio. Aprendemos a reconocer nuestro pensamiento acompañados de nuestra propia voz interna que trata de evaluar los logros y desventuras generadas en el año.
Es el momento supremo de conciencia para comenzar a escribir un libro. El frío llama a los recursos cálidos de nuestra degeneración como participantes de un círculo social.
Este es el temporal para romper con las figuras que nos demarcan como individuos lógicos y cordiales.
Entre otros que prefieren apurar el paso para evitar la enfermedad, el contagio de la nostalgia, de cuando en cuando hago un alto para decaer y recordar que nunca en mi puta vida pude aprender francés o aplicarme disciplinadamente en cualquier deporte.
Hay cosas que no vuelven. No volverá el niño que intentaba permanecer hincado rezando para alcanzar la mayor cantidad de dulces en el nacimiento; no regresarán las horas en las que la noche se iba lenta para correr al árbol por la mañana y ver qué tan espléndidamente habíamos logrado engañar al santa con nuestros buenos actos.
De lo más rescatable en este tiempo es recuperar el gusto y el olfato, el aroma del café, la leña que se quema mientras algunos indigentes y prostitutas tratan de hacerse calor en las calles del centro, el perfume de reencuentro con el que se aromatizan las casas de amigos y la sola idea de no estar solo, me hace creer que puedo recuperar mis sentidos.

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