jueves, febrero 02, 2006

Era un toro enamorado de la luna



Pajarito no merecía morir, al menos no de la manera en que se fue de este mundo. Hay a quien le gusta la fiesta brava e incluso más que un deporte la consideran un arte.
No quiero asumir una postura radical, porque en ocasiones me gusta la sangre aunque no provenga precisamente de un buril. Digo, todos necesitamos el dolor, al menos una vez, pero ese es otro tema.
El toro que hasta el domingo era conocido como Pajarito, con 503 kilos de peso salió al ruedo en la plaza de toros México para que le partieran su madre de la forma más ruin que pueden matar a un toro, sí, porque aunque usted no lo crea, un toro de crianza cuya completa vida está siendo enfocada a ese último ritual, su sacrificio a manos de un cabrón que de valiente tiene lo que yo de francés, a ese animal (me refiero al toro no al torero) no se le dio la oportunidad de desparramar su sangre luchando.
El error de Pajarito fue creerse demasiado su nombre e intentó, volar y lo peor, por poco y lo logra.
Desgraciadamente, para el toro y para los que le íbamos, no alcanzó a matar a ningún ser humano con su caída y mucho menos efectivas fueron sus cornadas, salvo la picada que le puso a una viejecilla morbosa que como los más de 30 mil que se dieron cita esa tarde, jamás imagino que iba a formar parte de la nota de ocho columnas de los principales diarios deportivos del mundo.
Yo le iba al toro, yo quería que Pajarito se llevar a dos o tres en el camino, que el mensaje fuera más crudo por parte de la naturaleza y de una buena vez, al menos para los familiares de quienes acuden a este tipo de encuentros, entendieran lo que significa el dolor y la sangre.
Pero no, ocurrió lo contrario, la dificultad de desplazarse entre las butacas, el horror que le provocaron los gritos de una multitud que no tenía de qué espantarse -salvo que hubiesen pagado pensando que siempre la sangre estaría en el ruedo y nunca en el graderío-, en sí el miedo mismo de estar frente al ser humano o mejor dicho ver tan de cerca en lo que se ha convertido el hombre, provocaron su muerte, tal vez desde antes que esos putos le clavaran la espadilla que terminó con su triste existencia.
Y decía que ocurrió lo contrario a la experiencia de dolor que debió de pasar, porque ahora es fecha que los medios de comunicación siguen explotando las historias de las personas que estuvieron cerca de la muerte de Pajarito, todos son héroes por haber visto uno de los actos más cobardes que se han cometido en tiempos recientes contra un animal que pese a su corpulencia, lo único que quería era regresar a sus años de recorrer la pradera.

Por eso el homenaje al amigo toro, con el breve de abajo y claro, repito con gusto, aunque ya con un dejo de añoranza, la proeza y la alegría que este compañero de la naturaleza me provoco y una vez más te obsequio, amigo, desde esta extraña grada en la que me sigo degradando, mi grito incansable ¡El Toro, El Toro, El Toro!

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