miércoles, septiembre 21, 2005

Tragaluz


Una de las oportunidades más interesantes que se presentan en el trabajar cotidiano en la maquila de las letras en la interacción que palabrador y monero logran. En términos más claros y para no confundir con el argot, me refiero a la dinámica laboral entre reportero y fotógrafo.
A diferencia de otras profesiones y salvo algunas excepciones, el periodismo permite estar en constante cambio de compañero de labores, lo cual da pie a no generar disputas de consideración, aunque claro, por la naturaleza belicosa de la profesión, no siempre sale uno bien librado de alguna rencilla.
Sin embargo, la mayoría de las veces, en los años de experiencia que tengo en esta chamba, es la buena disposición para hacer ligero el rato entre quienes tienen que compartir las horas de trabajo, por más densa que sea la orden que cumplir.
Y vaya que no siempre es fácil, a veces podemos estar en medio de una fiesta o entre matorrales y desierto descifrando el olor a muerte, pero entre un punto y otro para completar la labor, lo divertido es la manera en que nos aligeramos el rato.

Entre los fotógrafos más divertidos que me ha tocado conocer es el Arre, un camarada que tiene años de cubrir la cuestión policiaca y por esos extraños movimientos que ocurren en el periodismo hoy cubre información general.
Pues bien, el Arre está acostumbrado a manejar a madre, que digo a madre, sino hecho la chingada y lo que es peor, ahora que ya no cubre los motivos policíacos, pues tiene que bajarle a su formula uno.
La consecuencia de esta nueva encomienda es que ahora los que la pagamos somos los que le acompañamos.
El amigo en cuestion tenia algo de vampiro, ya que durante la última decada erstuvo trabajando en el turno nocturno, por lo que de alguna manera sus ojos se habituaron a conducir con mayor sagacidad durante las horas oscuras,
La bronca es que ahora, al estar a plena luz de día, de repente no falta un hermoso sentido contrario, una luz roja o un alto que se omite, o simplemente, un automovilista inconforme con la manera de conducir de Arre que le increpa hasta lo que va a cagar en los últimos días de su vida.
Bueno, fuera de que viajar con Arre al volante es poco peor que subirse a la montaña rusa sin cinturón de seguridad, el vato es una persona muy amable y sus anécdotas y sentido del humor bien valen la pena como experimento antopológico.
Es uno de los viajes de trabajo, el que me toca realizar de vez en cuando a su lado, de los que más disfruto en la estación llamada noticia.
Por ejemplo, el muy cabrón luego de revolver mi estomago en los cerros del poniente de la ciudad, tuvo tiempo de contarme un chiste mamón (su especialidad) antes de dejarme en el estacionamiento de la fábrica de enunciados:
Resulta que Pepito entra corriendo a su salón de clases y le pregunta a su maestra:

-¡Maestra, maestra! ¿Es verdad que la luz se come?
-¿Qué? ¿de dónde sacas ese disparate?, Por supuesto que no! -Responde azorada la educadora
-Sí, si maestra, la luz se come, estoy casi seguro, pero confirmemelo usted, ¡por favor, dígame!
-No pepito, la luz, no se come, a ver, ¿quién te dijo tal mentira?
-Ay maestra, es que ayer cuando me estaba quedando dormido, oí clarito a mi papá que le decía a mamá: Apaga la luz que ¡te la vas a comer toda!


Ya sé, ya sé está demasiado mamón el chiste, pero ni pedo, desquítense con otro, yo ya me voy a trabajar...

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