lunes, octubre 13, 2003

De repente olvidé el significado de lo más sencillo.
Me pregunta Norma que en qué consiste el Surrealismo, que lo resuma en pocas palabras y ¡zas! Todo se me olvida quedo inmerso en el sueño, voy entre las sábanas sabiéndome el acompañante del capitán Nemo y me empiezo ahogar con mi propia respiración, de mi boca salen alacranes y algodones de azúcar.
Lo peor de todo es que no puedo decir ninguna palabra cada vez que intento emitir un vocablo se quedan en el aire burbujas de jabón. Es obvio que para este momento ya me puse mi sombrero de copa alta y pretendo salir a la calle en calzones, pero ella no me deja.
No me quedó otra más que invitarla a desayunar fuera, olvidé lo que significa el surrealismo.

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De lo que más se queja la gente que a veces me visita en mi casa es de mi poco ortodoxa selección musical, lo mismo mezclo en una tanda de canciones a Ella Fitzgerald que a Chico Ché, pasando por Andrés Calamaro para rematar con Chiquetete.
Escuchar música es uno de los más grandes placeres y por tanto, creo que debemos romper con ciertas reglas, una canción te mueve el estado de ánimo y principalmente creo que te remite a un punto en específico de tu existir.
Creo que allí es donde radica el gusto por ciertas canciones, puede ser la melodía más espantosa, la letra más estúpida, pero hace que venga a la mente cierta memoria, ese algo que nos mantuvo entre la incertidumbre y la sorpresa.
Esas tonaditas de música popular que por lo general recuerdan los amores del pasado, canciones que vamos odiando porque nos la meten en nuestra idiosincracia ranchera, pero que a final de cuentas terminamos cantando en las cantinas o en las fiestas familiares.
Por eso siempre que estoy en casa, trato de escuchar lo que me gusta, es decir, todo lo que de alguna forma me disgusto, pero que me trae a la mente efervecencias de la alegría, amigos que ya no están, sueños que siguen estallando, tarareos constantes entre la lágrima y el no me olvides.

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No tengo enemigos, pero me considero enemigo de muchos.

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La locura se mide en grados de cordura.

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No leo poesía, por eso me entendí poeta.

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