jueves, enero 15, 2004

To horn or not to horn


Si vamos a estar partiendo desde un punto de vista socialmente aceptable, el amor debería ser algo así como la imagen de la justicia, ciego, imparcial y equilibrado.
Pero la realidad de las cosas es que ese sentimiento no ocurre así, por más que esté planteado en la biblia, en las mil y una noches y en los 1001 maneras de llevarse a tu pareja a la cama, el amor, es un grandisímo ególatra hijoeputa.
No conozco a nadie que no haya perdido a alguien por apostar por un supuesto amor mayormente sentido pero que a final de cuentas no resulto ser lo que se esperaba. Así de puerco es el asunto, es un auto de formal prisión a la voluntad.
Siempre el amor nos hace perder la razón, es el todo que nos deja sin nada, una máldita ruleta de la suerte en la que estamos destinados a quedar con las manos vacias.
En algunas ocasiones tiene sus retribuciones, no hay que ser tan severos, pero es un instinto natural del hombre (viéndolo como género) el de la inconformidad.
No se trata pues de un mero argumento sexista el de buscar culpables si algo no va bien en el amor, para que una relación de pareja funcione, no hay que darlo todo, sino hay que seaber dar en la medida que la oportunidad se presenta.
Sí, acepto que algunos hemos decidido unir nuestras vidas a la de otras personas por las leyes religiosas, de los hombres y cuanto más bla, bla, bla quieran añadir, pero la verdadera unión al otro yo buscado en el ser amado, esa se logra en un sentido más espiritual y hasta cierto punto, plátonico.
Vivimos gobernados por fantasmas, tal vez porque las antiguas relaciones nos convirtieron en estos supuestos entes de maduerez que llamaron la atención del otro que ahora dice que nos ama.
Somos parte de una imperfecta aplicación de sentimientos y emociones, la gente ve en nosotros lo que otros antes amados han dejado, por eso, a veces, pese a que el tiempo nos rebasa del cariño y la persona antes querida ya no coexiste, tenemos algunos gestos o manías que se nos fueron quedando en nuestras costumbres.
Bien, partiendo de este complejo amalgama que es el yo que unos creen amar, así nuestra imperante e irrenunciable condición evolutiva nos obliga a estar siempre atentos a las nuevas metamorfosis de lo que conocemos como amor.
El amor tiene distintos rostros y formas de entregarse, asuntos como la infidelidad y el respeto están tan ligados que es asunto de cada quien manejarlos, es más que nada cuestión de conciencia, pero hay quienes carecemos de conciencia, teniendo o no una relación estable.
Lejos de ver si estaremos condenados al infierno o por la sociedad, lo primero que debemos tomar en cuenta en este tipo de encrucijadas es nuestra tranquilidad.
Partiendo de allí, podemos simplemente tomar el cinismo como una forma de subsistencia ante lo adverso y por una buena vez, darnos cuenta de lo que en realidad queremos como seres individuales.
La fidelidad puede considerarse entonces como cualquier otro tipo de meta predispuesta de manera personal y no como un yugo con el cual tengamos que vivir arrastrados y rasgándonos las vestiduras.
Como hijo de padres divorciados puedo decir sin titubear que es preferible una separación a una vida llena de hipocresía conyugal en la que permanece en juego el futuro de otros que preferirían vivir en solitario a ver tanta porquería a su alrededor.
Si los hijos teminan odiandolo a uno por tener un sentimiento mayor por otra persona, pueden ir a chingar a su madre junto con su otro progenitor, porque, repito, el amor es un máldito ególatra que no concede ningún tipo de concesión.
Hablo de la realidad, eso es lo que ocurre a final de cuentas, si es correcto o no, no es cuestión mía juzgar, ni de ustedes, sino de lo que implique la palabra felicidad en cada quien.








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