viernes, enero 23, 2004

Tan hermosos y malditos


Ayer por la noche mientras devoraba un bistec, luego de una atareada jornada de entrega de trabajo, observaba de soslayo la rutinariamente aburrida programación de la televisión abierta.
Tras ver algunos minutos un episodio de una telenovela de esas donde hay más lágrimas que argumento, me puse a pensar sobre la maldad que ejercen los supuestos villanos de esas teleseries.
He llegado a la conclusión de que no son tan malos como los pintan, de hecho creo que el presunto maldito de la televisión en realidad es la víctima de las historias que se plantean y en realidad se constituyen como personajes que luchan por lo que se les ha arrebatado.
Hablo por ejemplo, de la niña bien que todo lo tiene y que lleva un romance de años con un mediocre abogado que a sus treinta y tantos todavía vive en la residencia de sus padres, al cual, luego de una noche andariega, de un andar presuroso en el tráfico a las horas pico en una ciudad cosmopolita se le ocurre voltear a donde se encuentra una joven de escasos recursos económicos pero de muy buena figura.
La doncella, como suele suceder en estos casos se pasa de ingenua y amorosa, es una pendeja mojigata que aparentemente le hace la buena a todo el vecindario, pero que a la par desata las más viejas pasiones desde el tendero, hasta el abogado que es contrincante del protagonista de la trama.
Obvio que el abogado contrincante es un profesionista brillante que ha logrado destacar no por su acomodada posición social, sino por sus logros en los juzgados, lo cual le ha vuelto hasta cierto punto prepotente y trinquetero (cualquier semejanza con la realidad…), el caso es que si existía una enemistad, la muchachita vino a reafirmarla en pleno.
Total que las esferas de la trama giran en torno a situaciones por demás estúpidas, donde lo único coherente es la posibilidad de venganza que llaman a gritos los que se sienten despojados.
Apuntando hacia la realidad, la televisión en sí vendría a colocarse como esa doncella “cándida y desprotegida”, que se gana el consentimiento de la mayoría, mientras que los villanos serían representados por la comunidad que se dedica al quehacer artístico “serio” por llamarlo de una forma.
Si observamos con detenimiento y objetividad (cosa que en sí me parece casi imposible, pero bueno), al menos desde hace 50 años que es casi el tiempo que la televisión ha estado rigiendo las conductas de millones de mexicanos, la comunidad artística se ha avocado a lanzar toda una serie de improperios contra la que denominan “caja idiota”.
La satanización del medio masivo de comunicación, más que generar nuevos adeptos a las artes, los ha ido alejando. Y no es para menos, recurriendo cada vez a un abstraccionismo y rebuscamiento entre los quehaceres del artista, la posibilidad de un verdadero encuentro con el público se hace cada vez más densa.
Lo peor es que siendo creadores serios, muchos de los que suelen quejarse de las maldades que provoca al intelecto la televisión, se la viven criticando y manteniéndose atentos a lo que ocurre en la cajita de Pandora.
Ahí nos vemos al rato porque ya va a empezar mi telenovela.

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