martes, enero 11, 2005

That old citizen


Durante las primeras horas del mediodía me dispongo a cubrir algunas cuentas pendientes de los servicios públicos. Por tratarse de la temporada invernal, el flujo vehicular tiene un aumento considerable en las calles de la ciudad. Gente que va hacia al sur proveniente de los Estados Unidos, pasan por las arterias principales, tripulando camionetas que van retacadas de maletas y demás artículos.
Los otros, los que regresan a la ciudad traen en su rostro una mezcla entre tristeza y nostalgia. Además de ellos, estamos nosotros, los que nunca salimos, los que permanecemos al contacto de esta psicosis permanente de asfalto.
Automovilistas de todas las clases socials que se relacionan de manera indirecta en estos intestinos de grava y pavimento hidráulico.
Tras de mi, el ruido de una sirena obliga a que la hilera de automóviles que circulan en mi misma dirección se deforme. Algunos optan por orillarse, otros simplemente hacen caso omiso al llamado de auxilio y prefieren evader su responsabilidad, aletargando el dolor de alguien que viaja en el interior del transporte de salud.
Una vez que pasa la camioneta de rescate, el tránsito cobra por nueva cuenta su ritmo demencial. Cuadras adelante, un choque con una persona lesionada, me obliga a pensar en lo vulnerable que somos dentro de estas venas asfálticas.
Obligado por el cambio de velocidad, me veo en la necesidad de parar en el semáforo siguiente. Para mi mala fortuna, me ha tocado hacer el alto teniendo por compañía a mi diestra y siniestra a dos camionetas de reciente modelo. Una "Yukon" y una "Avalanche", según alcanzo a leer de reojo.
Automáticamente, mi mano derecha que hasta este punto del trayecto había estado al pendiente del volante y del aparato estereofónico, desciende con sagacidad entre mis piernas y es solamente hasta sentir el frío metal de la .38 especial que me acompaña desde hace meses, cuando logra reconfortarse.
No es para menos, los rostros de los conductores y acompañantes en ambos vehículos no son del todo afables. Vale más estar precavido en estos segundos que dura el semáforo pero que para mí se han vuelto horas.
Un rechinar de llantas de ambas unidades jugando una infernal carrera-persecución me hace regresar al lugar donde me encuentro y mientras les veo a lo lejos cerrarse el paso a uno y otro conductor me doy cuenta que solamente se trata de un juego entre inconscientes o al menos eso quiero creer.
No alcanzo a observar hasta dónde los lleva el camino, agradezco a las fuerzas eternas el haberme puesto en este vehículo sucio, maltrecho y de medianas capacidades que ahora me permite tomar la primer desviación para así poder olvidarme, por un instante, de esta narcocultura en la que inevitablemente estamos quedando inmersos los antiguos ciudadanos del mundo.
(extracto Obregón)

No hay comentarios.: