lunes, noviembre 08, 2004

Apocalipsis ahora III


Una cosa más -dijo Beatty-. Por lo menos, una vez en su carrera siente esa comezón. Empieza a preguntarse qué dicen los libros. Oh, hay que aplacar esa comezón, ¿eh? Bueno, Montag, puedes creerme, he tenido que leer algunos libros en mi juventud, para saber de qué trataban. Y los libros no dicen nada. Nada que pueda enseñarse o creerse. Hablan de gente que no exite, de entes imaginarios, si se trata de novelas. Y si no lo son, aún peor: un profesor llama idiota a otro, un filósofo que critica al de más allá. Y todos arman jaleo, apagan las estrellas y extinguen el sol. Uno acaba por perderse.
Fahrenheit 451. Ray Bradbury. Pag. 72.

Perdido. No hay mejor recurso para encontrarse que perderse de si mismo. Comenzar a vagar por las catacumbas de la ignorancia propia del yo. Para saber hay que autoparirse bajo la consigna de que se renacerá como un embrión de nueva estirpe.
Montag sostiene su duda perpetua de creer, pero es esta postura dubitativa la que le mantiene vivo, hambriento y descobijado. En Cambio Beatty habla en la voz de aquellos que una vez que se han adentrado al laberinto de su miedo, terminan dejándose morir en el pavor, antes de avanzar tres pasos más allá de su propia oscuridad.
Ver nos ha vuelto sordos, escuchar nos convirtió en ciegos. Vivimos ya la etapa de la indigestión informativa planteada por Bradbury, cosmodemónica visión del mass media que ya se apoderó de la voluntad de la población mundial. O al menos eso nos hacen creer con lo inmediato de la información.
En todos sentidos, los datos, las cifras, los personajes y el dolor se desbordan, provocando en nosotros una reacción que va del sentimentalismo inmediato al desapego de la sensibilidad. Y no sólo nos hemos vuelto insensibles al dolor del hombre por el hombre, ahora también perdimos la capacidad de acercamiento hacia nuestra propia dolencia. Somos las cosas pensantes, sin datos reales, conocimiento puro, diamante puro en bruto, carbón. Quizá una calca de nosotros mismos.
Vivimos una etapa peor que el oscurantismo, ahora, de tanto que vemos terminamos descreyendo. El hombre vive la evasión de si mismo y con ello, está propiciando su desintegración, vaya, no hablo del aniquiliamiento, no de momento, sino de su nulidad como ser inteligente ante el avasallamiento de la nada.
Es fácil, yo mismo podría ser un claro ejemplo de esa nada a esta hora, tratando de explicar esta congoja que me ha provocado el texto de Bradbury, asumiendo el compromiso informativo, no he terminado más que poniéndoles metafóricamente una pistola en la garganta y tristemente, están ustedes a punto de apretar el gatillo.
Releer a Bradbury ha sido como soltar uno de los sellos del Apocalipsis o simplemente, abrir la puerta del infierno.
La mejor manera de evadir esta realidad, es dejar esta madeja de arrebatos atrás, reconstruir este puente a la comunicación, mediante sus propias letras, nuevos destinos, otro lenguaque que sirva para reemplazar los idiomas arcaicos del ego, castrar las voluntades impositivas, una evolución que tienda hacia las posiblidades del yo, ya no partiendo del todo, sino desde un simple paso de humildad y reconocimiento de género para alcanzar la supervivencia.
Ahí los leo, demasiada cafeína y hay jale pendiente (voy por más café).

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