Entre las olas del naufragio
Después de
muchos meses de trabajar en solitario, vuelvo por nueva cuenta a una redacción.
Un espacio conocido lleno de recuerdos y de gente amiga, de nuevos talentos y
de ímpetus renovados ante la adversidad que representa ejercer el periodismo en
una ciudad como Burritoland.
Me abro por
nueva cuenta a la posibilidad de vivir en el anonimato, de entender la vida
entre las historias de mi tierra, esta que no me vio nacer pero a la que amo
como si fuera mi lugar de origen. Enciendo las luces en este laberinto de
frases y retomo fuerzas entretejiendo mis ideas con lecturas de Sartre, Guevara
y la vida en Finlandia, la verdad que a pocos importa, aun y cuando el verdadero momento
de la expresión se construye cada mañana, cuando abandono el hogar y me apeo
rumbo al trabajo.
Esta
posibilidad laboral me ha abierto las puertas para tener un ingreso seguro y
dejar de lado los miedos para completar los gastos, sin embargo, el desgaste
emocional que me aconteció durante los últimos cuatro años, desde que inició la
guerra, ha comenzado a generar síntomas en mi salud.
Aunque la
supuesta tranquilidad generada por la estabilización económica debería tenerme
de mejor talante, también es cierto que la falta de adrenalina, me ha
descompensado y he tenido episodios de ansiedad innecesarios, algo de
claustrofobia y mucho de análisis y contradicciones entre mis palabras audibles
y pensamientos.
Escribir
debería ser un ejercicio dialéctico en el que la intuición debería ir siempre
de la mano de la inteligencia, pero en ocasiones parece que estas son fuerzas
opuestas que se atraen y se repelen a la vez, hablo de escribir y hablar a
partir de una situación concreta como lo es la violencia en las calles.
Como periodista, el esfuerzo no es doble, sino múltiple, porque allende de representar las historias lo más posible apegadas a la realidad, el redactor tiene que luchar no sólo con la conciencia misma, sino con el engaño permanente de sus miedos, debe entenderse como otro relator de las formas del infierno, atenderse como un pasajero más del desencanto.
Como periodista, el esfuerzo no es doble, sino múltiple, porque allende de representar las historias lo más posible apegadas a la realidad, el redactor tiene que luchar no sólo con la conciencia misma, sino con el engaño permanente de sus miedos, debe entenderse como otro relator de las formas del infierno, atenderse como un pasajero más del desencanto.
Estoy reconstruyéndome a cada día. Cada minuto
que pasa siento como mis palabras se fortalecen y representan esta nueva etapa
de mi existir. No sé hacia dónde lleva esta balsa después del naufragio, pero
sé que voy a tierra firme, algo bueno siempre espera, aunque no lo creamos, a
veces debemos confíar en la deriva.
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