jueves, noviembre 17, 2005

Sacrilegio... y tenía almendras


No sé si fue la tarde de ayer miércoles o la mañana de este jueves pero algún cabrón (o cabrona) cometió un pecado imperdonable.
Antes de irme a casa, dejé en el cajón de mi teclado un chocolate que un par de días antes había comprado en un centro comercial y del cual iba a dar cuenta en este día.
También se encontraba un disco compacto, con una selección que había hecho de algunos conciertos en vivo de Andrés Calamaro, principalmente piezas de directos que realizó en Murcia y Santander.
Pues bien, esta mañana que regresé a trabajar, ni el chocolate, ni el disco se encontraban en su lugar.
Bueno, por un momento pensé que se podrían encontrar entre el madral de papeles que andan por este espacio, lo cual, mientras mi desesperanza se aceleraba, sirvió para dar una limpiada a mi cubículo.
La chingadera es que luego de hacerle a la mucama, me tengo que enfrentar a la triste realidad de que mis valiosos objetos fueron sustraídos por alguien que evidentemente no tiene la más mínima puta idea de que nunca lo debió de hacer.
Mientras la duda se aclara, que estoy consciente que quizás y nunca se aclarará, ya fueron despedidos varios que venían a querer platicar los avatares de la jornada y me encerré de la peor manera que puedo hacerlo en una redacción tan platicadora y desmadrosa, poniendo mi música de Acid Bath y rezando la letanía que da más éxito en estos casos: Chín, chín al que no le guste.
Lo que nadie sabe es que tengo los planos originales en casa y en cualquier momento vuelvo a construir ese castillo, traducido al vulgo, todavía se la siguen pelando, mañana traigo una copia nueva, mientras tanto, Pepe ya me prepara una copia emergente desde su iMac.

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