martes, mayo 12, 2009

¿Dónde me quedé?


Le pregunté al espejo dónde estuve tanto tiempo y me quedé pendejo, iba a escribir perplejo, pero sonaba a mal rima y en estas circunstancias, en las que he perdido el miedo de escribir o el medio de perder el tiempo en otras faenas ahora me ha dado un poco más de tiempo para regresar o al menos asomar la cabeza a este reflejo irregular de mi no existencia.
Detuve la marcha del coche simplemente en una avenida donde da igual la procedencia o el destino, el simple avance es lo que cuenta. El suspiro del amor errante que emiten los motores de los vehículos me indica el rumbo impreciso para seguir la marcha a pie.
Mientras ando por la avenida el calor se torna adormecedor y logró observar cómo entre los vapores que se emanan del pavimento aparecen los fantasmas del odio. A cada paso que doy hay un recuerdo de muerte y desencanto, hay un abandono constante de la voluntad de seguir.
La calle me pertenece, los otros, los que viajan en automotores, prefieren no voltear a verme, casi apostaría a decir que me temen, no me reconocen como un igual, todo por haber dejado atrás el progreso que les caracteriza, que les esclaviza, que los ha aislado de la realidad viva de un planeta con síntomas de infarto.
Los humanos que trabajan cerca de donde ahora rondo, viven lo más lejos posible, es una emboscada de los animales del capitalismo, mientras se el trayecto a casa más distante, existe mayor oportunidad de consumo.
Veo con detenimiento a un par de automovilistas que se reconocen como iguales, solamente cuando se comunican el odio mutuo por haber fallado entre el ámbar y el rojo; en sus miradas hay fuego, impaciencia, por sus sienes escurren densas gotas de sudor que se mezclan al agitarse las palabras y el escarnio.
En sus enseñanzas del Camino a la rectitud, Buda aprecia en sus versos gemelos que el odio nunca habrá de vencerse a través del odio mismo, sino es por medio del amor como habrá de ser derrocado.
Lo mismo pensaron The Beatles, pero para mala fortuna de estos automovilistas se encuentran muy lejos de su alcance.
Intento silbar All you need is love, pero el claxon de un autobús me hace volver a la realidad, salir del asfalto y terminar por guarecerme en la fuente donde hace mucho no corre el agua y las ninfas, cansadas de bailar en la aridez de los ánimos, terminaron por marcharse a trabajar a un table dance.
Voy de nuevo mas nunca nuevo a escribir, a la reinserción inútil del ser social y saludar y olvidar lo ya perdido.

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Vengo a vengar las ideas propias, al camino, por eso hice una pausa en la demencia y después de caminar por algunos segundos-minutos-horas-días-(…), me senté a esperar la caída del atardecer, fastuosidad natural que hace mucho no contemplaba.

Del primer libro de Obregón

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