sábado, agosto 05, 2006

Eso de vivir es maravilloso



Una mañana desperté y me dí cuenta de cuánto estaba desperdiciando dentro de mi mismo hogar. El atractivo mundo del alcohol, de los amigos y amigas circunstanciales sólo es equiparable a una caída libre.
No es que hoy me dé baños de pureza o que esté extrañando ese mundo, porque aún lo vivo, lo paradójico es que ahora puedo meter la mano en el bolsillo y darme cuenta de qué es lo que tengo.
En la bolsa delantera izquierda de mi pantalón está el sonido del piano interpretado por algún desconocido, una buena combinación de blues y felicidad.
Estoy con los pies en la tierra, un año más viejo, 10 kilos más pesado, sin dudas en el alma, tal vez más sólo en cuestión de visitas domiciliarias, pero con la sonrisa a flor de piel.

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Pocas veces me pongo a pensar en el concepto de lo que significa familia, ya no como núcleo central que uno va formando, sino como aquél que nos fue heredado y en el cuál fuimos creciendo.
Pensar en mis hermanos, en mi padre, en ésos pariente como primos, tíos y demás que se han ido desvaneciendo, o que aparecen pero ya no es su forma natural, sino amorfos y con una delirante fisonomía.
Me resulta angustiante, si no es que de cierta forma, como esos sueños que por más nítidos que se vivieron durante el lapso de reposo, ahora resultan como una película que de tan vieja se desquebraja.
Por más que lo intento, los rostros de muchos otrora llamados familia ya no aparecen en mi mente o al menos ya no hay una conexión entre ese ayer y el hoy que ahora son.
Probablemente ellos también tengan la idea de mí, de aquel niño bien portado, del adolescente freak, del joven adulto que comenzó por separarse de su realidad económicamente sonora y estable, pero no va más en su mente la idea de mi imagen actual.
Estoy casi seguro que alguna vez les he visto, los he encontrado por la calle y lejos de saludarlos, ante la ignorancia de saber que son ellos, he volteado la cara a otro punto de más atracción, lo cual, no dudaría que también ellos lo hubiesen experimentado ya en más de una ocasión.
Pero más allá de toda extrañeza, viene el corazón a dar de gritos, viene a mi cabeza la emoción, esa que no se aparta con el sólo hecho de asumir este tipo de ceguera.
La realidad en la lejanía nos condena a conducirnos por instinto, por recuerdos mismos de otros que ya no somos, de ese mundo de amigos y primos, de casas viejas, de olor ocre y de refrigeradores repletos de aromas familiares.
Estoy en el punto donde el soñador no sueña, en el filo entre el que se observa un nuevo despertar o la vuelta a una nada que acobarda.
Es la razón un receptáculo a la vida inconsciente, la mayor parte del tiempo vivimos de imágenes que no tienen una existencia en el hoy, por eso supongo al sueño como acción definida de la noche, más que eso, como sólo un puente para lo que continúa en el pensamiento día tras día...

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