viernes, diciembre 23, 2005

Los días de guardia son los peores, si a eso le sumamos un doble turno, la cosa no es nada agradable, son casi 15 horas desde que llegué al trabajo y ahora parece que el tiempo se detiene.
Por más que voy a fumar, a pasar los minutos, éstos han terminado por estancarme en el aburrimiento.
Por otra parte, no es del todo malo, digo, tomando en cuenta que durante los últimos días hemos tenido ejecutados casi seguidos, ahora como que esta especie de tregua navideña, viene a darle tranquilidad a mi vapuleada Ciudad del Crimen.
Ha sido precisamente la exagerada carga de trabajo la que me ha dejado fuera del blog por espacios considerables, días e incluso semanas en las que ni siquiera he tenido oportunidad de ponerme al corriente en las lecturas.
Cuando por fin tengo un poco de tiempo, he preferido estar alejado de la computadora, en parte también porque en el mundo terrenal, hay personas que reclaman mi atención y ponerme frente al monitor es poco menos que una mentada de madre.
El hambre, el cansancio, el tedio en sí, parece que se han vuelto parte de la rutina de los viernes.
No hay sorpresas, no hay noticias que vengan a refrescar el entorno, a lo más, un muerto de vez en cuando, una persona que aburridamente decidió perderse de este mundo en el día que me toca hacer la guardia.
Para mi mala fortuna, los muertos casi siempre llegan a las once de la noche, una hora antes de que termine mi turno.
Esto significa que si hay alguien a quien se le ocurre morirse en viernes, viene a echarme a perder el último par de horas que permanece abierto el billar al que suelo acudir para desestresarme.
Esta noche no ha ocurrido nada, ha sido demasiado silenciosa, ojalá y así continúe porque de lo contrario, no sólo será la noche de viernes, sino mis pocas fuerzas las que se desgasten en este puto fin de semana sin quehacer.

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