jueves, febrero 07, 2013


Grasa, joven

 photo 84b4a933-c7cc-4f81-b95c-2138d311025f_zps5e705bb5.jpg
Hay quienes se ensucian y lo hacen dignamente para llevar el pan a casa. Su esfuerzo representa un gran orgullo que me emociona. Los encargados de pavimentar las calles, los trabajadores del sistema de limpia, los fierreros botelleros, los pepenadores, la gente común que se enfrenta a la vida y que suda por alcanzar el pan para su mesa, merece mi reconocimiento, me conmueve y me hace trabajar con honestidad en lo que hago.
Habrá quién se llene las manos de sangre y procure en su falsa idea de bienestar alcanzar lujos y dinero, pero envuelto siempre en una vida de zozobra y terror. A ellos no los juzgo, ya les llegará su tiempo.
Yo estoy con las manos llenas de tinta. El día fue largo y denso. Tuve que esperar más de una hora para poder escribir la primera palabra de estas líneas. Era tan difícil acomodar las ideas, no sé si por el cansancio, el fastidio, el enojo, la frustración, que este jueves en particular fue acumulando tras mi espalda.
Aunque relativamente las cosas marchan bien en casa, fuera de ella, los desencantos parece que hacen fila para irse mostrando. Observar la deshumanización del hombre, los actos brutales que se cometen contra las mismas familias, me provoca un sentimiento de profunda e inevitable tristeza.
El trabajo es un gran espacio en el que puedo mantenerme al tanto del acontecer mundial, me permite además estar conectado de manera permanente en la red, pero también, me muestra el lado oscuro, no solo de la sociedad mexicana, sino la de cualquier país, en donde existen también, las vejaciones brutales e irracionales a la vida y a los derechos.
Al salir hoy de trabajar, presencié involuntariamente la entrega de un par de chicos a un albergue a donde tendrían que parar, después de que uno de ellos, fue víctima de maltrato por parte de sus mismos progenitores. No tengo palabras para definir el asco, el horror y la angustia que me provocó saber que existan bestias de esa naturaleza. Los pequeños de edades similares a mis chicos, en su inocencia, se adentraron al refugio, donde nadie, excepto extraños, les esperaban con los brazos abiertos. En sus pequeños rostros había una hermosa pureza que contrastaba con sus ojitos, llenos de incertidumbre y temor.
No pude, ni quise evitar llorar al verlos perderse en el umbral y no pude hacer otra cosa que abrazarlos a la distancia en silencio.
Encendí el vehículo y partí con rumbo a casa, y en la búsqueda interna aún con la emoción a flor de piel, no pude hacer otra cosa que darle gracias al Ser Supremo por tener en casa a los míos sanos y en su hogar.
Ulises -quien ya muestra signos rebeldes de pre-preadolescente-, sabe que llorar es una manifestación sana y purificadora, sin embargo, se contrarió al verme abrazarlo y derramar una lágrima. Le explique a grandes rasgos y de manera sencilla lo que había visto y después de mirarme con sus grandes ojos me dio un abrazo breve y me dijo que todo iría bien, para regresar a su rutina habitual, no sin antes recordarme, que mañana viernes, representará a su clase en un evento de oratoria.
También él tuvo un día muy largo: Entre los nuevos cambios de rutina, de permanecer todo el tiempo rodeado de familia a ahora permanecer en una estancia y de ahí a su sesión de futbol, pocos minutos nos quedan para convivir en casa.
Antes de que me diera cuenta, el campeón había terminado rendido en la cama y yo acá, tomando un café y tirando un pan que debería acompañar mi cena,  vi sus zapatos sucios y decidí bolearlos y me quedaron perfectos, aunque mis manos están ahora manchadas de tinta, pero no importa, mañana es un día importante, mejor que el que ya se fue...

No hay comentarios.: