martes, abril 22, 2008

El estrecho espacio entre el llanto y la risa


payasos
Acudir a una fiesta de cumpleaños de un infante es una de las actividades más desesperantes y menos gustadas a la que he tenido que hacer frente y tragar como padre de familia.
Desde pequeño, este tipo de festejos me resultaban deleznables. Tal vez en un inicio no existía un motivo en específico, de hecho los recuerdos de aquellos días pudieran resultar gratos.
Sin embargo, ahondando en mis recuerdos para poder encontrar alguna respuesta, fue el propio desprecio que mi hijo tiene a esas celebraciones el que me hizo ver claramente la razón de mi aversión: Los animadores.
Ulises como buen niño de su edad –como yo mismo lo hacia-, gusta de asistir a las fiestas, empero, siempre que aparece un cabrón pintado y pasándose de lanza para hacerse el gracioso, termina o bien encabronadísimo o en el peor de los casos, hecho un mal de lágrimas.
De lo poco que recuerdo en las fiestas era el enfado que me provocaban los payasos. Afortunadamente no formo parte de esas listas oscuras en las que se cuentan a niños que fueron violentados por los clowns o si bien les fue, víctimas de tocamientos impúdicos, como incluso se han llegado a conocer algunos casos en la historia popular de cada ciudad de mediana proporción.
No, el caso es que este tipo de desencanto me viene hoy a la mente y se refuerza por que por lo menos en las últimas cuatro o cinco experiencias en reuniones infantiles, los mendigos animadores han estado de la patada.
Si bien a nadie nos enseñan a ser padres, el error de algunos amigos de mi edad y que también se enfrentan a la organización de fiestas para sus hijos por primera vez, ha cambiado un poco el panorama de la angustia por el humor negro, ese humor negro y delicioso que se disfruta en silencio y que con el tiempo se puede redactar.
Me viene a la mente el caso de una conocida que tratando de que la fiesta del primer año de su hijo saliera espectacular, contrató, en lugar de un payaso… ¡Un mimo!
Mi compañera de viaje y un servidor fuimos de la sorpresa a una verdadera competencia por aguantar la carcajada.
El mimo, del cual no recuerdo su nombre no dejaba de hacer estúpidos movimientos, mal ejecutados por cierto, en un afán de entretener a un publico cuya mayoría alcanzaba entre los uno y tres años de edad.
Era de obviarse que lejos de conseguir su objetivo, el ojete bicolor solamente terminó por convertir en un valle de lágrimas de los mocosos que ilusionados se habían acercado a donde se encontraba para ver su actuación.
Al final creo que terminó por convencerlos con un truco con globos, pero para ese momento yo ya manejaba el coche, ya que Ulises fue uno de los niños que sintiéndose agredido por el falso clown terminó pidiéndome la retirada a la cual accedí de inmediato.
Siendo sincero, uno sabe en el fondo de su ser que una vez que un hijo acude a la primer fiesta, por más temor que le causen, jamás despreciara una invitación.
Y ahí heme al yo que le cagan las celebraciones payasescas acudiendo de nueva cuenta a otro ritual de desesperanza.
En esta ocasión no podía negarme ya que se trataba de la primera fiesta de cumpleaños del hijo de un carnal que para su mala suerte, contrató a un par de malandrines que aseguraban harían las delicias de los chiquitines.
No sé por qué putas los payasos y animadores de cumpleaños infantiles se anuncian con este tipo de slogans “el rey de los enanitos” “el príncipe de la carcajada”, cagadas por el estilo que solo me exasperan y hacen que me predisponga a aborrecerlos aún más.
Pues bien, estos payasos, llamados Sifón y Tiliches, salieron a escena con un respetable cuyas edades oscilaban entre los 2 y 4 años.
Al encontrarse que su público era de mucho menor edad que la que esperaban, terminaron poniendo música y cantando play back y salvo un juego en el que la supuesta diversión fue hacer chistes machistas y misóginos, se retiraron derrotados del escenario ya que no lograron sacar una carcajada ni de chicos ni de grandes.
Eso sí, antes de desaparecer en la nada, el encargado del sonido les dijo a los papás el teléfono para contrataciones y pidió un fuerte aplauso para despedirlos, empero, se hizo el silencio.
Con el tiempo, mi hermano lobo reconoció que la elección de los payasos no fue de las mejores y terminó riéndose del fatal encuentro con esos hijos del dark side.
La más reciente ocasión que tuve un encuentro cercano con estos extraños seres, fue en la fiesta de una compañera de trabajo.
Nos encontrábamos en un salón de una hamburguesería Wendy´s donde ahora prefieren los padres de familia hacer las fiestas para no tener que vérselas con recoger el tiradero que dejan los chamacos.
Llegamos a la cita puntual y todo corría conforme a la normalidad, incluso podría decir que Ulises la estaba pasando bien, hasta que, con una hora de retraso, aparecieron dos tipos disfrazados de lo que emulaba ser un Woody y un Buzz Light Year, personajes de Toy Story.
Los trajes, eran lo más patético que alguien pudiera imaginarse. Confeccionados con terlenka y mascaras de luchador en las que ni siquiera los ojos, la nariz y boca cuadraban donde deberían ir y con una voz aguardentosa, los supuestos héroes de la película de animación arribaron para transportarnos a Ulises y a mí en un viaje por el sexto circulo del infierno.
Mi hijo, llorando en un principio, terminó por refugiarse en mis brazos. Yo desperado al inicio y después cagado de la risa por la mala indumentaria, fui contando los segundos por que la función terminara.
Buzz y Woody
No, Woody y Buzz no están copulando, no llegaron a algo tan bizarro, sólo fanfarroneaban

Entiendo que la función de este tipo de animadores es la de divertir, sin embargo, cuando la gracia no se da, ni los mejores arreglos pueden hacer a un payaso divertido. Eso lo ha entendido muy bien un hombre que se hace llamar “Pucheritos”.
Teniendo como base de operaciones el centro de la ciudad, Pucheritos se hace acompañar de un altavoz y se contrata en los locales comerciales del sector para promover las ofertas de las tiendas.
Así sin más, sin bromas, sin chistes ñoños, sin nadita de verbigracia, el payasito es más divertido porque al menos es sincero ante su fugaz auditorio y termina por ocultar en una carita feliz la desdicha de ganarse la vida aun en su propia desgracia.

Pucheritos
Pucheritos, en su mero mole con la marchanta

No hay comentarios.: