martes, diciembre 19, 2006

Esas piñas que son las piñatas


Ahora que estamos a la víspera de las tradicionales posadas, de que recién hace un par de semanas mi campeón Ulises tuvo su cumpleaños número tres, me volvió, como me vuelve cada año que celebra su fiesta, la motivación belicosa que nos obliga a participar del ritual de las piñatas.
Después de navegar me encontré con un par de sitios interesantes en los que se ahonda sobre el tema y supe, por ejemplo que las piñatas son de origen Chino, que al parecer fue Marco Polo, quien en uno de sus viajes psicotrópicos mágicos musicales, se trajo consigo una piñata al más puro estilo de los amigos de la tierra del sol naciente.
La introducción de este producto en la Europa, causó furor principalmente entre el Clérigo Católico, Apostólico y Romano, que como siempre buscaba formulas para acercar más agua a su molino, es decir, nuevas técnicas de sometimiento espiritual y económico por parte de sus seguidores.
Pues bien, mis estimables enfaldados santurrones se trajeron la piñata a México y acá la anduvieron vendiendo a los indios con la charra de que los siete picos que la adornaban eran nada menos que los siete pecados capitales que había que vencer.
Por eso, los chamacos y viejos indecentes tenían que agarrar a palazos al adorno hasta saciar sus culpas y mendiguerías que anduvieron haciendo durante el año.
La piñata desde entonces es uno de los fetiches más preciados en las fiestas navideñas, pero además se ha convertido parte indispensable de las celebraciones infantiles.
Y es allí dónde entra mi conflicto, ¿quién fue el gracioso al que se le ocurrió incluirlas en las fiestas de los lepes?
Yo sé por experiencia propia que es chingón tenerlas. Siendo niño, llegas a una fiesta y lo primero que tratas de ubicar es el personaje inmóvil que se encuentra en el sitio del convite, que por lo general, es colocado al fondo o en la mesa cercana al pastel, donde los recién llegados van a saludar y a hacerle caravanas.
Más que saludos de gusto, se reflejan en las miradas de los chamacos el odio y el reto, comienza así los preparativos de los mini verdugos que encendidos en sus rostros por el deseo salvaje de ataque, esperan el momento para darle de palos al piñatón.
Nunca he entendido porque las piñatas tienen que llevar la forma del personaje de moda o, lo que es peor, del personaje que a uno le agrada.
Digo, si tuviera lógica eso de agarrar a madrazos la piñata, yo optaría, como ocurre en la quema de Judas ?otro festejo propio de la época que consiste en quemar piñatas con personajes que son repudiados por el pueblo, generalmente políticos-, si tuviera que elegir, en lugar de mi héroe favorito, pediría al villano que considero detestable.
Recordé esto, porque la primer ocasión que Ulises vio ante sí una piñata, su rostro fue de la alegría inocente al terror. Algo similar a lo que yo mismo sentí alguna vez.
Después de explicarle que la violencia esta bien vista entre los adultos cuando se enfoca a objetos consensuados, elegidos por el exterminio natural de la masa y tras hacerle saber que en nada empañaría a su súper héroe con un simple par de chingadazos, el niño entendió y comenzó su verdadero disfrute.
Aunque bueno, no puedo negar que sentí cierto placer al desmadrar la piñata, porque como siempre en los bellos cuentos de este tipo, al final son otros los que terminan distrutando este tipo de placeres. Lo bueno que fue en un salón y otros más tuvieron que recoger los restos del cadáver.


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Esta linda viejecilla gringa andaba comprando chacharas en Oaxaca y se me hace que los de la APPO la agarraron de piñata para protestar contra el imperialismo gabacho

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