Ayer que se reunió la comunidad para celebrar un año más de la (¿?) Independencia de México, no dejé de sentirme adisgusto. Tal vez sea mi desapego a las tradiciones nacionales lo que me hace hablar; tal vez no encuentro en realidad una nación verdadera como para rendirle tributo en un festejo a mi parecer tan mezquino y morfante.
El espíritu de mexicaneidad se ha consolidado en años recientes a un mero conformismo de cantar el himno nacional y agitar la bandera para echar desmadre. No veo un compromiso real de los habitantes de este país para con lo que vendría a significar el verdadero sentido de la celebración, la fundación de una república.
Van los grupos por miles a reunirse en monumentos a la estúpidez a jurar lealtad a una bandera de la cual, creo que ni conocen el significado de sus colores. Peor aún, todavía son los atuendos de sombrerotes y zarapes nuestros distintivos como seres independientes. Indios pinches y agachones que sólo saben asentir ante lo que el tío capitalista de al lado dicta en cuanto a moda y políticas económicas.
Ahora me pregunto qué tanto valor puede tener el grito ¡Viva México Cabrones! En las gargantas de los hijos de una prostituta que vi en la calle Mariscal esta mañana, cuando presurosos se acercaron a la puerta de un bar para que su madre, con signos evidentes de trasnochamiento, sacó de entre sus ropas un billete de 5 dólares arrugado, para que se fueran a comprar un poco de pan y leche.
¿Dónde está la patria? ¿Dónde comienza México y se terminan mis principios? En esta frontera de realidades tan absurdas como la muerte de cientos de mujeres y el asesinato de miles de hombres a manos del narco, no dejo de pensar en que la respuesta siempre termina en un vado de ignominia y desolación.
Hace falta una nueva constitución de valores patrióticos. Hace falta una nueva revolución de ideas. Hace falta que ya no haga falta nada.
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