Grasa, joven
Hay quienes se
ensucian y lo hacen dignamente para llevar el pan a casa. Su esfuerzo
representa un gran orgullo que me emociona. Los encargados de pavimentar las
calles, los trabajadores del sistema de limpia, los fierreros botelleros, los
pepenadores, la gente común que se enfrenta a la vida y que suda por alcanzar
el pan para su mesa, merece mi reconocimiento, me conmueve y me hace trabajar
con honestidad en lo que hago.
Habrá quién se
llene las manos de sangre y procure en su falsa idea de bienestar alcanzar
lujos y dinero, pero envuelto siempre en una vida de zozobra y terror. A ellos
no los juzgo, ya les llegará su tiempo.
Yo estoy con las
manos llenas de tinta. El día fue largo y denso. Tuve que esperar más de una
hora para poder escribir la primera palabra de estas líneas. Era tan difícil
acomodar las ideas, no sé si por el cansancio, el fastidio, el enojo, la
frustración, que este jueves en particular fue acumulando tras mi espalda.
Aunque
relativamente las cosas marchan bien en casa, fuera de ella, los desencantos
parece que hacen fila para irse mostrando. Observar la deshumanización del
hombre, los actos brutales que se cometen contra las mismas familias, me provoca
un sentimiento de profunda e inevitable tristeza.
El trabajo es un
gran espacio en el que puedo mantenerme al tanto del acontecer mundial, me
permite además estar conectado de manera permanente en la red, pero también, me
muestra el lado oscuro, no solo de la sociedad mexicana, sino la de cualquier
país, en donde existen también, las vejaciones brutales e irracionales a la
vida y a los derechos.
Al salir hoy de
trabajar, presencié involuntariamente la entrega de un par de chicos a un albergue
a donde tendrían que parar, después de que uno de ellos, fue víctima de
maltrato por parte de sus mismos progenitores. No tengo palabras para definir
el asco, el horror y la angustia que me provocó saber que existan bestias de
esa naturaleza. Los pequeños de edades similares a mis chicos, en su inocencia,
se adentraron al refugio, donde nadie, excepto extraños, les esperaban con los
brazos abiertos. En sus pequeños rostros había una hermosa pureza que
contrastaba con sus ojitos, llenos de incertidumbre y temor.
No pude, ni quise
evitar llorar al verlos perderse en el umbral y no pude hacer otra cosa que
abrazarlos a la distancia en silencio.
Encendí el
vehículo y partí con rumbo a casa, y en la búsqueda interna aún con la emoción
a flor de piel, no pude hacer otra cosa que darle gracias al Ser Supremo por
tener en casa a los míos sanos y en su hogar.
Ulises -quien ya
muestra signos rebeldes de pre-preadolescente-, sabe que llorar es una manifestación sana y purificadora, sin embargo, se contrarió al verme abrazarlo y derramar
una lágrima. Le explique a grandes rasgos y de manera sencilla lo que había
visto y después de mirarme con sus grandes ojos me dio un abrazo breve y me
dijo que todo iría bien, para regresar a su rutina habitual, no sin antes
recordarme, que mañana viernes, representará a su clase en un evento de
oratoria.
También él tuvo
un día muy largo: Entre los nuevos cambios de rutina, de permanecer todo el
tiempo rodeado de familia a ahora permanecer en una estancia y de ahí a su
sesión de futbol, pocos minutos nos quedan para convivir en casa.
Antes de que me
diera cuenta, el campeón había terminado rendido en la cama y yo acá, tomando
un café y tirando un pan que debería acompañar mi cena, vi sus zapatos sucios y decidí bolearlos y me
quedaron perfectos, aunque mis manos están ahora manchadas de tinta, pero no
importa, mañana es un día importante, mejor que el que ya se fue...