EL REGRESO AL ORIGEN O DEL CERRO DE LA SILLA EN MI PUBIS
De no ser por el reloj, jamás hubiera sabido qué horas eran. Encontrarme en un lugar donde siempre estuvo nublado y lloviendo me sumió en un estado de ansiedad permanente.
Para el mediodía ya preparabamos las maletas para volver a la Ciudad del Crimen, no hubo despedidas ni grandes aspavientos, como perfectos foráneos, solamente el camino nos llevó dejando la ciudad atrás.
De Monterrey me llevé la hidrofobia enaltecida, un par de buen amigos y un fuerte dolor en el abdomen.
Resulta que una semana antes, una espinilla, barrito o como quieran llamarle, me creció en el área púbica. Para mi mala suerte, al intentar reventarlo, lo único que conseguí fue que se agrandara, por lo que así viaje 18 horas de ida a Monterrey y de regreso, ya crecido el grano ahora convertido en abseso de grasa, me fue incomodando durante el trayecto.
El dolor se convirtió en algo insoportable, una mezcla entre la sensación de quemada de cigarrillo y dolor de muelas. El pantalón y la posición en la que viajaba (sentado y sin movimiento) hicieron otro tanto para acrecentar la tortura.
Aún así me daba tiempo para pensar en lo rescatable de este encuentro y es aquí donde hago un reconocimiento público a Ofelia Patricia Pérez y a Viviana Cascos, directora y coordinadora de la Casa de la Cultura, respectivamente, quienes se portaron chingón para que el evento saliera poca madre.
Curiosamente, las mejores alianzas no las fundé con escritores participantes del evento, los regios, sinceramente como anfitriones son muy desapartados y abúlicos.
De amistad me llevé la de Yépez, Vega y Avendaño. Chingón. Por ellos tres bien vale otro viaje.
De regreso las horas me ocurrieron más lentas, por la dolencia que me acometía en el área púbica. Una protuberancia, producto de la infección del barro, había alcanzado proporciones descomunales. Al verlo, no pude dejar de pensar que se trataba de un tercer testículo.
Luego, jugando con la poco grata imágen, sentí que de Monterrey me había robado algo, su Cerro de la Silla ahora estaba en mi vientre.
A Juárez llegamos casi a las 6 de la mañana, el dolor apenas me permitía caminar. Cuando Norma salió a recibirme, le informe de la molestia.
Tal vez fue la tensión del viaje, la angustia a la lluvia o no sé qué, pero una vez que comencé a subir los escalones a mi departamento, algo pasó.
Al disponerme a mostrarle a Norma el área afectada, nos dimos cuenta que mi pantalón se encontraba bañado en sangre, el abseso había tronado.
Luego de una hora de curaciones, retirando la mierda que salía mezclada con sangre coagulada, descansé un poco.
Minutos después salió el sol (¡por fin el sol!), no pude dejar de admitir que mis días de vampiro habían terminado, así que con el resto de fuerzas que aún me quedaban, sin más, me levanté para asearme y me fui a trabajar.
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