martes, octubre 21, 2003

Homeless Blues


Algunas horas viví como indigente. Encontré en mi andar por las calles del centro de la ciudad miradas de extrañeza y asombro. Niños que me sonreían y de inmediato eran repirmidos por sus madres; hombres que me ofrecieron cigarros a medio consumar.
Al mediodía el sol no deja de calar y acompañando a los indigentes -en su mayoría adultos mayores- sentía cómo me observaban con recelo y se posicionaban otros yo que no eran ellos, en la escalinata que da entrada a la Misión de Guadalupe.
De los autos la observancia fue de soslayo, las más de las veces la mirada se carga de encono.

"Así como la paloma eleva
sobre este árido cuerpo
resuena el asfalto
el paso de la pluma
que cae con el viento

y nadie ve
a los que desde el suelo
esperan respuesta"



No sé si es por indignación o por falta de sensibilidad social, pero la mayoría de los transeúntes no observa a los que están sin casa sobreviviendo en la acera, los desdeñan.
Poco saben de las historias que aparentemente no ocurren en ese malestar del que se funde con las paredes y pernocta en los sitios abandonados.
Es ya un par de horas y ni una sola moneda ha caído en el vaso de la anciana de al lado, menos conmigo que es una constante evasión de rostros.
Desprotegido por un sistema económico que no distingue las necesidades reales del pueblo, ser menesteroso es una mala palabra en la frontera, tránsito callado de enemistad, de fuego asfáltico y locura, nada cura esta áridez, simple estratificación de los que carecen del poder adquisitivo.
En las tiendas aledañas a la catedral se hace un constante bombardeo de ofertas, de vez en vez uno que otro peatón cae con el cañonazo de palabras que surge desde un altavoz: "Recuerde que aquí encuentran el precio más barato en toooda la ropa? recuerde que el primero que llega se lleva los vestidos más bonitos", yo no hago otra cosa que observar los harapos en los que nos encontramos, sin duda llegaremos al último en esta oportunidad de confort.
Se puede ver lo miserable que es la vida sin dinero cuando se alcanza a apreciar el sol reflejándose en la acera.
Una camioneta de la policía se detiene para investigar a dos cholos cuyo único delito fue tener tatuado el barrio en el cuello. Los revisan primero de vista, luego inspeccionan entre sus ropas y les piden sus papeles para transitar por una calle que ya no les pertenece. No encuentran nada. Me observan. Me siento un criminal sin delito.
Los niños que van a hacer su primera comunión caminan presurosos y más alegres van los padres entrando en la Misión de Guadalupe, son casi las tres de la tarde, hora en la que dejarán atrás el pecado de haber nacido.
Llega otra indigente y se acomoda a mi lado, colocando un cartón de caja de zapatos que hará las veces de asiento en la escalinata.
De inmediato se pone a pedir, a mostrar su rostro de dolor preparado para no sufrir su estadía.
Es el momento de ceder el espacio y caminar, ya que huele a mierda y orines que se confunden con el olor a manteca quemada proveniente del área de mercado.
Mientras el danzarín piernas de caballo sigue rindiéndole tributo a la virgen con sus movimientos yo me retiro a mi casa, a bañarme y olvidarme de que por unas horas el futuro siempre nos espera con las piernas abiertas.


No hay comentarios.: