Tú fuiste y siempre serás la fuerza
Cuando era pequeño a los tres años y los dedos de mis manos vacilaban apoyados en la andadera, primero y luego mirando hacia el reloj, ya a los 11, intentando descifrar cómo pasaban las horas hasta ver regresar a mis padres volver a casa, había alguien que cuidaba siempre de mí.
A su corta existencia, mi hermana mayor asumió un papel inmerecido, que conllevaban las consecuencias de la costumbre. Por eso ella estaba al pendiente de nosotros. Yo recuerdo aún cuando íbamos al centro de la ciudad a una escuela exclusiva para mujeres donde pasábamos a recogerla cuando estaba en la primaria.
De su etapa en la secundaria, poco recuerdo. La vida a veces nos trae reminiscencias a través de la música o las películas, o de aquello que leemos o en el mejor o peor de los casos, de lo que vivimos y le solemos llamar experiencia.
Narraré solo unos cuantos episodios de ese tiempo, me resultaría imposible hacerlo, mientras espero dos cargas de la lavadora, así que aprovecharé este ritmo del chaca-chaca perpetuo, para tratar de hacerlo.
Recuerdo que siendo niños, una tarde de cualquier día de un año que no recuerdo, sin querer a mi hermana y a los vecinos de toda la calle donde vivíamos, les di el susto de su vida. No me encontraban, era un niño perdido.
Me dictan los recuerdos que la gente me buscaba en todas las casas, en los lugares menos pensados, para tratar de encontrarme, pero sin éxito. Ya con las lágrimas y la desesperación en su rostro, no cesaba de buscarme iba y venía por dónde podía.
Para ese entonces yo tenía una almohada, a la cual nunca dejaba, por más que mis padres intentaron tirarla, nunca pudieron. Siempre me ponían un desafío, si lograba identificar cuál era entre todas las que había en casa, me la podía quedar. Y siempre la encontraba.
La clave era muy sencilla, la olfateaba y sabía que era esa. No me pregunten a qué olía, me imagino que a rayos, pero que a mí me daban sosiego y lograban adentrarme al sueño.
Esa tarde, como cualquier otra de mi infancia salí a jugar con mis amigos, y en un momento dado, la tripa me llamó a hacer mis necesidades. No recuerdo más, ni por qué me encontraron en la posición en la que estaba. Pero lo diré tal cual fue.
Decía que mi hermana en su desesperación y vuelta ya un huracán de llanto, regresó a casa para avisarle vía telefónica a mis padres de lo que estaba pasando, pero antes de hacerlo, decidió pasar al sanitario. Este se encontraba cerrado. Tras forzar la puerta, lo que vio, solo dio crédito a la risa y el encabronamiento. Ella era una rara versión de Pepe El Toro, riendo y llorando a la vez.
Allí estaba el niño perdido, haciendo popó se quedó dormido sentado abrazando a su almohada. En ese momento, la angustia y la desesperación se convirtieron en risas al llamar a mi madre, por esta anécdota, que cada vez que puede, me la sigue echando en cara.
Entre otras situaciones escatológicas como cuando me cagué en un día de campo en mis calzones y alguien alcanzó a tomarme una foto, pero bueno, de eso no les voy a platicar, jajaja, ya tuve en mi vida suficiente de mierda, como para seguirlo narrando, prefiero elegir lo bueno.
***
De mi hermana mayor aprendí el gusto por la música en inglés y el cine. Mi tío Juan solía grabarle una gran cantidad de casetes y cuando ella se iba a la escuela yo los escuchaba. De alguna forma me apropié así de parte de su adolescencia y eso nos permitió conectarnos.
En la vida de las adolescentes o jóvenes siempre existe un odioso chaperón o acompañante con el que si lo incluyes en tus salidas, es la única manera de conseguir el permiso de tus padres. Yo fui ese ser despreciable para muchas; pero era un niño tranquilo y afable, creo.
Recuerdo que gracias a mí, estando no sé si en la secu o en la prepa, consiguió ir con un grupo de sus amigos de la escuela a una matiné donde proyectaban El Imperio Contraataca y el Regreso del Jedi.
No sabía yo qué carajos estaba ante mí en la pantalla, pero esas películas también me marcaron tiempo después, la Estrella de la Muerte, Darth Vader, los jedi, Han Solo congelado, el viaje alcanzando la velocidad de la luz, las batallas y la victoria del bien sobre el mal. Hay recuerdos los narraré después.
Pero de esa matiné, tengo presente que me encantaba como a los infantes de la época, el intermedio. ¡Esa era la mejor parte! Los viejos cines, tenían una especie de rampa justo debajo de la pantalla y se extendía en toda esa superficie y la usábamos para deslizarnos dando volteretas en posición de momias embalsamadas.
Vaya diversión, ¿no?, pero lo era para los niños de mi época y también el correr como locos por los pasillos, no me pregunten por qué, porque ni yo lo sé, pero así acontecían las diversiones y los nuevos amigos que duraban solo 15 minutos, casi, casi como los de mi vida actual.
Recuerdo que al terminar el intermedio, todos regresamos a las butacas y ya con la película en un momento serio, dije una frase en voz alta sobre algo torpe que había ocurrido en la pantalla y desató una risa estruendosa colectiva y aplausos y todos me señalaban.
Sinceramente no recuerdo ni qué dije, solo a un amigo de mi hermana que me traducía en corto lo que mis ojos no alcanzaban a comprender.
Como toda una estrella ya del séptimo arte, quise hacer un par de chistes más pero solo me gané el abucheo y las peticiones de silencio colectivo.
El viaje de estas letras me lleva a ese momento y me trae de vuelta a este, en el que el punto de partida fue desearle a mi querida hermana Yolanda, un feliz cumpleaños, con mucha salud y magia.
Te lo desea con todo el corazón, el niño que sigo siendo, ese al que le diste la esperanza con tu inteligencia, amor y paciencia, de intentar ser siempre un mejor hombre para este mundo inhumano.
Big sista, may the force by with you…
PD.- ¡Tenemos pendiente la carne asada y el pastel!
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