Detrás de mis pasos
Ayer que tomábamos un descanso mi compañero fotógrafo (Varo) y un servidor, caminando por uno de los parques de la ciudad, nos sorprendió que repentinamente un par de colegialas justo a nuestro lado comenzaron a pelearse a puño pelón, estirada de greña y mentada.
Se trataba de una estudiante de secundaria y otra de mayor rango -creo que era estudiante de enfermería por el uniforme que portaba-, la situación me sacó de mis casillas y tuvimos que intervenir ante la mirada morbosa de los demás transeúntes que poco hacían por separarlas.
Luego vinieron los gestos hipócritas post batalla, en la que cada acompañante de los adversarios destaca las mayores proezas de la gresca y les otorgan el título de vencedores.
Eso nos hizo recordar momentos de secundaria, que en un ratito más narraré en este espacio, ya que tengo mucha información de trabajo que vaciar en el I Mac.
Durante la reciente semana que ya concluye, hemos estado tratando de rascarle algo a la historia de la ciudad del crimen, consultando entre las paredes abandonadas, buscando algún vestigio de alegría, serenandonos con el ruido del centro de la ciudad.
Trabajamos en un par de temas que seguramente nos darán descanso en las próximas semanas, por lo que ahora tenemos que destinar la mayor parte de las horas vespertinas y parte de la mañana.
Cuando uno va por la calle se pone a pensar en el otro mundo en el que se coexiste, en la blogósfera, de repente me pregunto por qué tenemos que ir caminando a cierta velocidad en las grandes avenidas sin que nada nos pueda detener.
No hacemos altos cuando transitamos a pie por las calles, vivimos del apuro, del retraso perenne a las citas, no tenemos el valor de abandonar el compromiso y disfrutar nuestras pisadas, de vez en cuando hay que ser un poco informal y parar en los parques, hay que renovar la apreciación de los entornos.
Para eso necesitamos detener el movimiento inerte de nuestra cotidianeidad, no se preocupen, nada pasará si llegamos una hora luego, o si no llegamos, tampoco. No hay que perder la facultad de dirigir nuestros pasos.
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